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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El precio de salvar el euro

Grecia, como España y Portugal, ha tenido que soportar el elevado coste social de la austeridad

Grecia ha regresado con éxito a los mercados financieros. El que fuera el país más afectado por la llamada crisis de las “deudas soberanas”, hasta el punto de conseguir que toda la zona euro se tambalease, vuelve a ser capaz de emitir deuda. Aunque la suma haya sido simbólica (alrededor de 5.000 millones de euros), la demanda ha sido muy superior. Es una señal: esta vez, la zona euro ha dejado atrás las turbulencias y vuelve a aparecer, a ojos del resto del mundo, como una zona de estabilidad. De hecho, los mercados dan muestras de un apetito renovado por el conjunto de obligaciones emitidas por los países europeos y prestan a estos últimos a unos tipos de interés particularmente ventajosos. Grecia sucede así a otros tres países que ayer mismo parecían aplastados por la crisis y ya la han superado (Irlanda), o la están superando (España y Portugal, cuyas deudas son hoy “sostenibles”, según declaraba José Manuel Durão Barroso).

Hay que señalar inmediatamente que el gesto simbólico de Grecia no significa que este país esté en posición de solventar el problema de su enorme deuda, que, paradójicamente, ha aumentado considerablemente a medida que su PIB disminuía como resultado de la intensa cura de austeridad aplicada durante los cinco últimos años. Actualmente, lo que le preocupa al Gobierno de Andonis Samarás (centroderecha) es sobre todo preparar lo mejor posible las elecciones locales y, especialmente, las europeas, de los próximos 18 y 25 de mayo. Y lo hace difundiendo entre los griegos la idea de que la crisis ha terminado. Más allá de Grecia, esto permite notificar a la opinión pública europea que por fin las políticas de rigor están dando sus frutos.

Pero también hay que plantear la cuestión del elevado coste social de la austeridad que han soportado tanto Grecia, como España y Portugal; un coste que, en el plano político, ha ocasionado un auge del populismo por toda Europa y, en Grecia, bajo la forma de un siniestro y auténtico movimiento neonazi.

En efecto, hoy, la austeridad debería tocar a su fin. Ha permitido la recuperación que ha devuelto la confianza a los mercados. Pero también esta política ha abierto un enorme abismo en el seno de estas sociedades, sumiendo a miles de personas en la pobreza y agravando el paro de forma espectacular, al tiempo que ha introducido una desconfianza creciente entre las distintas opiniones públicas y las instituciones europeas. Pero ¿cómo hacer comprender a esas mismas opiniones públicas que su destino hubiera sido aún más difícil, por no decir trágico, si las instituciones europeas no hubieran actuado como cortafuegos ante la crisis, aunque haya sido al precio de la austeridad?

Resulta significativo que el FMI, que normalmente tiende a prescribir la austeridad, se alarme ahora por el ahondamiento de las desigualdades. Su directora general, Christine Lagarde, ha explicado que la misión del FMI es restaurar la estabilidad financiera, pero que la creciente desigualdad es susceptible de poner en peligro esa estabilidad. La nueva doctrina del FMI tendería por tanto a integrar, y en buena hora, un nuevo objetivo: garantizar una redistribución razonable, es decir, equitativa, de los frutos del crecimiento recuperado.

Pues nuestros países, y es también el FMI quien lo afirma, vuelven en efecto al camino del crecimiento, incluidos Grecia, España y Portugal. No en vano, la zona euro debería crecer un 1,2% en 2014 y un 1,5% en 2015. Pero apenas un peligro parece alejarse cuando ya asoma otro: el de la deflación, la bajada de los precios y, en consecuencia, el empobrecimiento general. Un peligro, es cierto, al alcance del Banco Central Europeo, que, en este terreno como en otros, está decidido a actuar. De hecho, el FMI, impaciente, le urge a hacerlo enseguida, pues estima que el peligro de deflación es mucho más real de lo que parecen crecer los expertos del BCE.

Pero la gran cuestión sigue siendo, por supuesto, la tasa de desempleo y la carrera contrarreloj que está teniendo lugar en varios de nuestros países entre unos resultados obtenidos a un alto precio, pero lentos en manifestarse, y la creciente impaciencia de los pueblos.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

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