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Argelia prepara otra transición

Partidarios del anciano presidente Buteflika y sus rivales coinciden en que el país debe aplicar ya los cambios tantas veces prometidos y nunca cumplidos

Javier Casqueiro
Una partidaria de Buteflika, en un mitin en Argel.
Una partidaria de Buteflika, en un mitin en Argel.MOHAMED MESSARA (EFE)

Este próximo jueves está en juego en Argelia, una nación casi cinco veces España, a poco más de hora y media de vuelo y que pretende jugar el papel de granero energético alternativo para Europa, quién encarna e impulsa la eternamente aplazada transición política. Si lo hace el actual presidente, Abdelaziz Buteflika, más que mermado físicamente a sus 77 años y que ayer no compareció en el cierre de campaña, o su principal rival en las presidenciales, Ali Benflis, de 69, que fue tres años su jefe de Gobierno y que ofrece un perfil algo más socialdemócrata y aperturista.

¿Qué puede ofrecer a un país un anciano enfermo, que apenas se puede mover ni hablar y que no ha sido capaz de que se cumplieran en los cinco últimos años la mayoría de las promesas de reformas democráticas que había augurado para su postrero mandato? Más estabilidad, continuidad y seguridad en un momento difícil. ¿Será suficiente para repetir victoria por cuarta vez consecutiva? Todo parece indicar que sí. ¿Ese es el plan para toda la legislatura? Todos los expertos consultados aseguran que no.

Un observador internacional, con gran experiencia en la política de los países del Mediterráneo, saca esta conclusión tras hablar en Argel y Orán con muchos dirigentes políticos y sociales y ver cómo se expresan muchos jóvenes en las protestas callejeras: “La estabilidad para Argel es buena para el país y para toda la región. Lo más probable, por tanto, es que vuelva a ganar Buteflika, pero todo está ya bastante decantado para que en el plazo de uno o dos años los distintos poderes del país encuentren a otra figura que sea capaz de encarnar un equilibrio nuevo entre los partidos, el Ejército, las fuerzas de seguridad y los colectivos sociales”. Esa misma idea de fomentar una “transición a la española”, tranquila, desde dentro del sistema, la repiten varios analistas y expertos en el país.

El principal problema para mucha gente en Argelia, especialmente los más jóvenes, es que esa promesa de “cambio controlado” resulta poco creíble. Es lo que defiende el movimiento cívico y universitario Barakat (Bastante), que ha montado este fin de semana una traca final de manifestaciones por varias ciudades para boicotear el cuarto mandato de Buteflika y, sobre todo, lo que significaría.

Especialmente tras lo ocurrido este último lustro. Cuando floreció en varios países de la zona la primavera árabe, la corriente de libertad, de apertura y de demandas sociales que llevaba aparejada se extendió también hacia Argelia entre el 4 y el 9 de enero de 2011. Donde coincidió en un pésimo momento económico. El Gobierno había subido en exceso productos tan básicos como el aceite y el azúcar.

La primera ocurrencia entonces para apaciguar el conflicto fue intentar controlar el precio de esos productos, se aplicó una política de promoción de empleo para jóvenes, se subvencionaron más viviendas de protección oficial y se aumentó hasta un 20% el salario mínimo. Se vivía con la sensación de riqueza que ofrece el dinero de los recursos aparentemente ilimitados.

Casi en paralelo, en septiembre de 2012, Buteflika quiso cambiar el Gobierno (está entre sus enormes potestades como presidente de la República) y encargó al actual primer ministro, Abdelmalek Sellal, que abriera un periodo de consultas con más partidos y organizaciones sociales para lanzar un profundo programa de reformas políticas en varias áreas. Con promesas de nuevas leyes relacionadas con el establecimiento y la equiparación de las libertades con respecto a los más progresistas países occidentales: nueva ley de partidos políticos, otro régimen electoral, incompatibilidades parlamentarias, ley de información, de asociaciones, de representación de las mujeres, y otra organización territorial.

La comisión nominada al efecto se creó hace un año y abogó por recoger muchos de esos preceptos en una nueva Constitución, que ahora prometen con más o menos fuerza algunos de los seis candidatos en liza.

Esos progresos no se han visto y las mejoras no han sido implementadas, como subraya el último informe sobre el país elaborado para los altos funcionarios de la Unión Europea en Bruselas y conocido a finales de este pasado mes de marzo.

Las mismas quejas han sido elevadas por distintas organizaciones no gubernamentales sobre los derechos y el funcionamiento de las ONG en Argelia, sobre la obtención de visas para trabajar allí (lo están sufriendo estos días los periodistas extranjeros) o sobre el respeto a los derechos humanos en algunos aspectos.

En un país tan controlado por los diversos poderes del Estado ha llamado la atención la cantidad de incidentes, protestas y manifestaciones que han florecido en esta campaña. Especialmente contra el equipo de seis veteranos enviados especiales montado por la coalición gubernamental entre ex primeros ministros y ministros para tapar en los mítines las carencias físicas de Buteflika. La apelación retórica a que el presidente logró asentar la paz y la reconciliación nacional tras el brutal decenio negro (1990- 2000) y la guerra civil funcionó en su primera victoria en 1999, cuando se retiraron el resto de las liebres teóricamente contrincantes. En 2004 arrasó en votos (85%) pero con una participación del 58%. En 2009 cosechó más papeletas (90%) pero con el 50% de participación. Ahora se aprecia aún menos interés, más hartazgo y muy poca ilusión, especialmente con los candidatos y los anodinos programas oficiales.

Todos los observadores coinciden en destacar como la principal crítica al sistema que ha provocado esa desgana la sensación de que la clase política establecida no busca realmente cambiar la situación porque el actual statu quo, y en algunos casos la corrupción, les beneficia.

Y aunque Argelia sigue teniendo problemas de seguridad y terrorismo, especialmente en las zonas más rurales y menos desarrolladas, y la economía basada en el monocultivo de los hidrocarburos genera muchas incertidumbres, la crítica más grave que se concreta tiene que ver con el régimen de libertades. Especialmente con la carencia de independencia judicial, los problemas de asociación, también con los sindicatos, y con la libertad de expresión. Tanto en los medios tradicionales, especialmente en los privados, como en los nuevos blogs y webs de Internet.

La Unión Europea, de hecho, ha decidido no enviar observadores, para comprobar sobre el terreno el comportamiento plenamente democrático durante estas elecciones, porque el país no ha favorecido su trabajo con el suficiente tiempo de antelación.

Otros observadores, sin embargo, sí valoran los esfuerzos realizados. El exministro español de Exteriores Miguel Ángel Moratinos ha estado unos días invitado por Argelia y asegura que la situación es en conjunto buena: “Yo he visto todo el proceso, todos los trámites, desde la proclamación de los seis candidatos hasta la fase de organización de las dos comisiones de vigilancia, y todo está siendo bien hecho, bien vigilado, con plenos procedimientos y garantías, incluso en el tiempo de intervención de los candidatos en los medios públicos”. Moratinos solo ha escuchado dos críticas sobre el terreno: “Es verdad que no está regulada, y ahí hay un vacío, la actuación de los medios de comunicación privados; y la oposición también se lamenta de que los miembros del Gobierno usan sus medios para hacer campaña a favor de Buteflika”.

No es una carencia menor. El Gobierno aprovechó esa laguna legal para cerrar el canal crítico Al Atlas TV, privado, y para no permitir la instalación o emisión de otros, que podrían tener su base fuera. Pero en los últimos días se ha especulado con que se quería dar permiso a la cadena catarí Al Yazira, que tanto promovió la primavera árabe, para reabrir su oficina en el país.

Otros progresos sí son evidentes, como el avance del papel público de la mujer, que alcanzó un nivel del 30% de los puestos en las elecciones legislativas en 2012, pasando de 31 representantes a 145, aunque algunos códigos familiares apenas han cambiado nada.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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