El yugo energético lastra a Europa
La crisis ucrania fuerza a la UE a reducir su dependencia energética del exterior
La enorme brecha que se ha abierto entre Bruselas y Moscú a cuenta de la crisis ucrania ha reavivado la preocupación por una debilidad latente en Europa: la dependencia energética del exterior. El continente importa más de la mitad de la energía que necesita para sobrevivir, un porcentaje que no ha dejado de aumentar en los últimos años (en 1995 se situaba en el 43%). La UE observa con admiración cómo Estados Unidos va camino de la autosuficiencia energética, una meta que el viejo continente tiene muy difícil alcanzar. Más allá de la urgencia ucrania, los jefes de Estado y de Gobierno debaten este jueves en Bruselas cómo mejorar esas cifras.
Las instituciones europeas llevan años clamando por un menor gasto energético en general –y, por supuesto, por menores importaciones–. El consumo se ha moderado, pero no las compras al exterior. El motivo es que la producción interna decrece: los recursos naturales se agotan y las alternativas no son suficientes para compensar. El resultado es que la UE produce el 6% de la energía mundial mientras consume más del doble, el 14%, según datos de la Agencia Internacional de la Energía relativos a 2010. Por el contrario, el socio estadounidense casi ha llegado al equilibrio, con un 13% de producción frente al 17% de consumo.
Sin margen para actuar con rapidez y con situaciones muy diferentes entre los Estados miembros, Bruselas ha optado por una estrategia a largo plazo, consistente en fomentar las energías renovables, diversificar las fuentes geográficas de suministro, aumentar la eficiencia energética y mejorar la interconexión intracomunitaria para que unos países puedan abastecer a otros. “El problema de Rusia puede actuar como catalizador para mostrar por qué la seguridad energética es tan importante. Tendrá que haber discusiones serias a este respecto”, vaticina un diplomático europeo.
Ninguna sanción económica de las que puedan adoptar los Estados miembros dañaría más a Moscú que una reducción significativa de las compras energéticas, pero falta voluntad –y alternativas inmediatas– para adoptar una medida de ese calado. Con todo, los países miembros llevan años reduciendo su dependencia del suministro ruso, que supone un tercio del total (entre petróleo, gas y sólidos), mientras que en 2002 el gas ruso representaba un 45% del total importado. Los esfuerzos han beneficiado a Argelia y Noruega, que ahora tienen un mayor peso sobre la cesta energética de la UE, aunque Moscú sigue dominando. En 2012, Noruega lideró por primera vez las exportaciones de gas a la UE, pero Rusia volvió a quitarle el puesto en 2013, con el 30% del total, según datos de la Comisión Europea.
Varias fuentes comunitarias restan importancia a la dependencia del continente respecto a ese país y a la incidencia del conflicto ucranio en el suministro. El gas supone una cuarta parte del consumo energético de la UE; de ese porcentaje, un tercio viene de Rusia y de esa proporción, aproximadamente la mitad circula por Ucrania. Más allá de las cifras, un alto cargo recuerda que Moscú nunca ha desatendido sus compromisos con la UE, “ni en los días más oscuros de la Guerra Fría”.
El éxito de la creciente independencia energética estadounidense radica en una baza controvertida. Se trata de la extracción de energía mediante fracking, un método agresivo medioambientalmente cuyo impacto a largo plazo aún es una incógnita.
Además de abastecerse ellos mismos (el gas de esquisto aporta ya un tercio de la producción gasística del país), Estados Unidos ha abierto una vía revolucionaria para mejorar sus cuentas y reducir la dependencia de socios incómodos que puedan tener otras zonas del mundo, como la UE. El Gobierno de Barack Obama ha otorgado ya varias licencias para la exportación de este gas. La primera de ellas podría empezar a enviar la energía al exterior el año que viene. Los expertos comunitarios ven potencial, pero advierten del alto coste que les supondrá a los clientes europeos pagar por un gas que ha tenido que sufrir dos fases de transformación y una de transporte desde que se produce en Estados Unidos hasta que es consumido, por ejemplo, en el hogar belga.
“El conflicto de Ucrania puede estimular la búsqueda de nuevas fuentes de aprovisionamiento hacia Europa; podría acelerar un acuerdo de libre comercio entre la UE y Estados Unidos que permitiría, a largo plazo, importar gas natural licuado estadounidense”, prevé Marie-Claire Aoun, responsable de energía en el laboratorio de ideas francés Ifri.
A la hora de producir, la UE tiene más objeciones hacia el fracking, entre otros motivos por el gran volumen de agua que requiere horadar la roca para obtener el gas. Pero la incertidumbre energética ha llevado a varios países a explorar también esta vía. Alemania, Reino Unido, Dinamarca, Polonia, Rumanía y Suecia desarrollan ya actividades de prospección, aunque la producción real no llegará hasta 2015 o 2017, según la Comisión Europea. Por primera vez desde que existe el debate sobre este método de extracción, el Ejecutivo comunitario ha dado un espaldarazo implícito a su uso, al recomendar a los países miembros que, si lo exploran, lo hagan respetando criterios medioambientales.
Una de las banderas que Europa ha tratado de alzar en los últimos años ha sido la de las renovables. El objetivo es que representen el 20% sobre el total en 2020, un porcentaje considerado poco ambicioso por los expertos en medio ambiente. Fuentes comunitarias admiten que se podría explotar mucho más, pero que los países viven ahora una especie de fatiga de subvenciones y el negocio está sufriendo la retirada de estímulos públicos para fomentar esa energía. “Las renovables no pueden sustituir completamente al gas natural. En principio, hay que subvencionarlas y además no nos podemos basar del todo en ellas porque son intermitentes. Lo ideal es una combinación”, concluye Marie-Claire Aoun.
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