El destino de Haití se decide en Washington
La reconstrucción del país, afectado por un terremoto en 2010, se gestiona a través de la ayuda de organismos multilaterales y la Administración estadounidense Cuatro de los nueve mayores donantes a Haití son organizaciones con sede en Washington
Desde su luminoso despacho en la planta doce de la sede central del Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington, el uruguayo Agustín Aguerre decide y gestiona parte del presente y futuro inmediato de Haití. Algo parecido hace el suizo Raju Singh desde su oficina en el complejo central del Banco Mundial, también en la capital de Estados Unidos. La misma secuencia podría seguir con los responsables del departamento de Haití en el Fondo Monetario Internacional. Y en cierto modo con USAID, la agencia humanitaria de la Administración estadounidense, que tiene su sede en Washington pero que ha descentralizado gran parte de la gestión de sus operaciones. Todos ellos se encuentran a 2.300 kilómetros de Puerto Príncipe -la capital de Haití, a la que viajan con frecuencia y donde tienen equipos apostados-, pero su trabajo diario en Washington tiene una enorme incidencia en el presente y futuro del país caribeño.
La nación más pobre del hemisferio occidental lleva décadas recibiendo ayuda exterior, pero tras el devastador terremoto de 2010 esta dependencia ha adquirido proporciones mayúsculas. Ante un estado fallido y un país desmoronado, han sido sobre todo los organismos multilaterales y las agencias de los gobiernos extranjeros los que han tratado de canalizar el alud de ayuda en proyectos concretos bajo unos objetivos acordados con las autoridades haitianas. “[El objetivo es] reestructurar el estado que se cayó. Hay un avance lento pero sostenido”, explica Aguerre, gerente del departamento de Haití en el BID, en una entrevista en su despacho.
Después del terremoto el BID decidió crear una división específica para Haití, cancelarle toda la deuda pendiente -de 487 millones de dólares- y concederle donaciones en lugar de préstamos. Desde entonces le otorga 200 millones de dólares anuales hasta 2020 que se destinan a seis áreas: transporte, energía, agua, educación, agricultura y desarrollo del sector privado. La principal tarea de Aguerre es pactar con el Gobierno los proyectos en los que se invierte el dinero, y gestionar su ejecución. “Una vez que acordamos qué vamos a hacer, otros especialistas del banco en Washington se dedican a estudiar los proyectos, diseñar y viajar”, relata. “Es un proceso de discusión natural pero quién da el visto bueno, firma y decide qué hacer con los recursos es el Gobierno”. Tras la aprobación de las autoridades, la validación final la da el directorio del BID, que es el que pone el dinero a través de sus países miembros. El banco dispone de un equipo de unas cien personas en Puerto Príncipe y de 50 en Washington dedicadas a Haití. Y al margen de sus fondos, también canaliza ayudas de terceros, por ejemplo de España.
La forma de gestión de estos proyectos -sobre el terreno y desde Washington- es la habitual del BID en los países a los que asiste y es similar a la que utilizan los otros entes multilaterales. El aspecto distintivo en el caso de Haití es que estas ayudas tienen un peso colosal y son vitales para el desarrollo del depauperado país. Y que, además, cuatro de los nueve mayores donantes y prestamistas -en ayuda prometida y desembolsada- son organizaciones con su sede central en la capital estadounidense: BID, Banco Mundial, FMI y USAID. Por tanto, lo que se decide y se maneja desde Washington resulta crucial para el devenir de Haití.
El objetivo es reestructurar el estado que se cayó. Hay un avance lento pero sostenido
Según los últimos datos del Enviado Especial de la ONU, entre 2010 y 2012 el BID fue el mayor donante en fondos desembolsados a Haití por valor de 491,7 millones de dólares, seguido de Canadá (374,8), EE UU (298,1), España (292,5) y el Banco Mundial (287,4). En noveno lugar, se sitúa el FMI (152,4). [Las cifras de los países incluyen la deuda condonada tras el seísmo]. Para hacerse una idea de la magnitud que suponen las ayudas, el presupuesto del Gobierno haitiano es de unos 1.000 millones de dólares y el PIB del país ronda los 8.000. Por ejemplo, en ámbitos como el transporte el 90% del coste lo cubren los donantes internacionales; mientras en educación es el 50%, según apunta Aguerre, quien sostiene que lo “razonable” sería que en los próximos años la contribución haitiana vaya aumentando para ir reduciendo su supeditación exterior.
El Banco Mundial, por su parte, dispone actualmente de 15 proyectos de ayuda a Haití por valor de 691 millones de dólares en tres años. Como el BID, sus iniciativas se basan en una estrategia acordada con las autoridades y también cuenta con un equipo en Washington y otro en Puerto Príncipe compuestos en total por alrededor de treinta personas. Singh es el economista jefe para Haití -un puesto creado recientemente por la enviada especial del banco a Haití, de quien depende- y viaja una o dos veces al mes a la isla para “tener lo mejor de ambos mundos”. “Necesitas estar en el país para ver a los distintos jugadores y ser efectivo. Y al mismo tiempo es bueno estar en Washington para asegurarse que los equipos están cumpliendo y tener las mejores recomendaciones […] y una imagen más amplia”, afirma por teléfono.
La forma de gestión del FMI es similar, con la especificidad de que da préstamos y recomienda ciertas reformas económicas. Para algunos expertos, sin embargo, el modo de actuar de todos estos entes no es el más idóneo. Robert Fatton, profesor de política en la Universidad de Virginia y especialista en Haití, denuncia que solo una ínfima parte de la ayuda posterior al terremoto fue concedida directamente al Gobierno y a entidades locales, lo que merma el restablecimiento institucional y dificulta un “desarrollo significativo” del país. Pero, a su vez, admite que se trata de un dilema espinoso teniendo en cuenta la elevada corrupción, por lo que aboga por mejorar la supervisión.
El BID ha cancelado toda la deuda a Haití - 487 millones de dólares- y le concede donaciones en lugar de préstamos
Aguerre, del BID, reconoce que coordinar el alud de ayudas es el “gran desafío” , pero niega que los donantes no hayan puesto el dinero comprometido. Aduce que “nadie le da un cheque al Gobierno” sino que el dinero se va otorgando “asociado al progreso” de un determinado proyecto y que se paga al contratista o vía el Gobierno. Y preguntado por el 'modus operandi' de los organismos, replica con una analogía del “huevo y la gallina”: “Participamos en todo el proceso de toma de decisiones porque es la condición que nos ponen los dueños del banco para donar ese dinero y si no estuviera esa participación nuestra no habría dinero”, esgrime, antes de ensalzar el “compromiso” de las autoridades haitianas.
La dependencia de Haití de los donantes internacionales y el constante flujo de expatriados a Puerto Príncipe no son nada nuevos. El terremoto simplemente la ha acentuado a gran escala y ha puesto al descubierto el papel gigantesco de Washington en la reconstrucción. Un rol que se suma a la gran influencia diplomática de la que ha gozado históricamente EE UU en Haití de la mano de intervenciones militares e injerencias políticas, que han supuesto, en ocasiones, la paralización de ayuda humanitaria. Casualidad o no, fue en Washington donde pasó buena parte de su exilio el expresidente Jean Bertrand Aristide tras el golpe de estado en Haití de 1991 y hasta su retorno en 1994. Ahora, tras el sismo, Washington se ha erigido simbólicamente en la segunda capital de Haití, y a veces incluso parece ser la primera.
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