Sangrienta vecindad
Los conflictos de Siria y Ucrania reflejan que Rusia está inmersa en una guerra fría con la UE
En lo que a su influencia y capacidad de acción exterior se refiere, la Unión Europea, ensimismada en su crisis, la desafección ciudadana y el resurgir de las xenofobias, es cada vez más un actor político inerte. Esto, que ha quedado ya demostrado con creces en su frontera mediterránea, con la deriva autoritaria de Egipto y la carnicería siria, es ahora evidente también en su frontera oriental a medida que Ucrania se desliza, lenta pero inexorablemente, hacia una guerra civil. Una guerra civil en la vecindad europea puede ser producto del azar, pero dos ya son mucha coincidencia. ¿Estamos ante un nuevo momento yugoslavo en el que Europa se vuelca sobre sí misma mientras sus fronteras arden?
¡Sanciones!, reclaman los más activistas. ¡Suspéndanse las relaciones comerciales, congélense los contactos políticos, hágase una lista negra de individuos a los que se les negará el visado! De acuerdo, si eso nos hace sentirnos mejor, impongamos sanciones. Pero sepamos que esas sanciones no cambiarán nada. O mejor dicho, sí que servirán: para dejar un testimonio indeleble de nuestra impotencia. En Ucrania, como en Siria, hace tiempo que renunciamos a orientar los acontecimientos en un sentido favorable a nuestros intereses.
El problema de fondo es que llevamos demasiado tiempo interpretando mal a Rusia. Estados Unidos ya se llevó la sorpresa en 2008, cuando el intento de Georgia de salirse de la esfera de influencia rusa se saldó con una invasión rusa. Muchos europeos pensaron entonces que Rusia había trazado una línea roja en cuanto a la expansión de la OTAN a su área de influencia, pero se mostraron confiados en que Moscú, muy sensible en los temas militares, no se sintiera agredida si la aproximación se realizaba por vías económicas y comerciales. Como se ha visto, tomar a Putin por tonto puede salir muy caro. Desde hace años, Rusia es consciente de que para sobrevivir geopolíticamente como potencia necesita mantener una esfera de influencia económica, lo que requiere evitar que los países de la vecindad oriental, desde Bielorrusia hasta Azerbaiyán pivoten económicamente hacia la UE. De ahí que Moscú reventara la cumbre de la UE en Vilna con una oferta económica imbatible que llevó a Ucrania a renunciar a su acuerdo de asociación y libre comercio con la UE.
Estos días, mientras los helicópteros de El Asad lanzan barriles llenos de explosivos sobre los ciudadanos de Alepo y Ucrania se desangra, los europeos andamos debatiendo si el fondo de recapitalización bancaria deberá estar plenamente operativo en cinco o en diez años, si 55.000 millones serán suficientes para empezar y si es mejor hacerlo mediante un tratado intergubernamental o un acuerdo supranacional. ¿Absolverá la historia a la Unión Europea por haber dedicado toda la década anterior a hacer el Tratado de Lisboa y buena parte de esta a racanear sobre cómo arreglar definitivamente el euro? Tanto el conflicto de Siria como el de Ucrania reflejan que Rusia está inmersa en una guerra fría con la Unión Europea. Pero la UE no quiere ni puede enterarse: está en otra cosa y no quiere distracciones incómodas.
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