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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Historias de amor

Hollande ha cometido el grave error de no haber entendido que los tiempos han cambiado en Francia

Las promesas de amor son peligrosas. Sobre todo cuando tomamos a nuestro país por testigo. "¡Valérie es el amor de mi vida!", declaraba François Hollande en la época en que era candidato a la presidencia, cuando la exposición de su vida privada le parecía útil para reforzar su capital de simpatía ante los franceses. Hablaba de Valérie Trierweiler, su pareja, que estaba presente en todos los mítines y que no dudaba en besarle en la boca en público. ¿No había posado ya, en otra vida, junto a Ségolène Royal, que acababa de dar a luz a su cuarto hijo? Era ministra por aquel entonces, él no, ocupado en conquistar el Partido Socialista desde de su bastión provincial.

Ahora es presidente de la República. "¡Mi indignación es total!", declaraba el martes pasado en la sala de fiestas del Elíseo, y denunciaba "una violación de una libertad fundamental y que puede afectarles a todos ustedes". Frente a él, 600 periodistas que desde hace algunos días, como la mayoría de los franceses al unísono, solo hablaban de la aventura del Jefe del Estado con una encantadora actriz, un rumor que corría desde hacía meses por las salas de redacción pero que una revista sensacionalista se atrevió a confirmar. Su pareja oficial, la que le colocó en el Elíseo y la que se afanó en crearse una postura oficial al tiempo que seguía siendo periodista, conmocionada, ha sido hospitalizada. "¿Valérie Trierweiler sigue siendo la primera dama de Francia?", preguntaba, atragantándose con su propia audacia, el desgraciado periodista encargado de realizar la primera pregunta de una conferencia de prensa que se suponía que debía relanzar una presidencia hundida por los malos resultados.

La respuesta, sopesada hasta la última sílaba, guardaba un extraño parecido: repetía prácticamente las mismas palabras que las que había usado Nicolas Sarkozy, entonces presidente, para salir del paso ante la marcha de su mujer Cecilia: "Cada uno, en su vida personal, puede sufrir adversidades... momentos dolorosos... asuntos privados que se deben tratar en privado...". Y François Hollande anunció, sin decir nada más, que la situación se aclararía antes de la visita oficial que la "pareja presidencial" tenía que realizar en menos de un mes a Washington.

¿Quién fustigaba entonces el "narcisismo" de un presidente "que nos convierte a todos en espectadores de su vida privada"? El mismo político que, en el debate entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales que iba a ganar, prometía solemnemente: "Yo, cuando sea presidente, procuraré que mi comportamiento sea ejemplar en todo momento".

¿Puede un Jefe de Estado tener una vida privada? El todo París político-mediático, rivalizando en protestas hipócritas, no para de debatirlo. Es esencial proteger la vida de los personajes públicos, es nuestra tradición, al contrario que esos países anglosajones que disfrutan con las historias de mal gusto, o que una Italia que Berlusconi había sumido en el bunga bunga, podíamos leer y oír hasta la saciedad, como si no hubiesen terminado los días felices en los que un Valéry Giscard d’Estaing, en buena compañía, podía embestir al alba un camión de leche al volante de un Ferrari prestado sin que el pueblo llano lo supiese, en los que un François Mitterrand podía mantener a una segunda familia en un apartamento de la República, o en los que un Jacques Chirac podía multiplicar las aventuras femeninas y levantar solo rumores halagadores. "¡Seguiré siendo un hombre normal!", había prometido François Hollande. Demasiado normal, en este caso, nos podríamos ver tentados a decir...

Pero los tiempos han cambiado, incluso en Francia, y el cargo también, y es un importante error político por su parte el no haberlo entendido. En la época de Twitter y de las redes sociales, no es posible al mismo tiempo resguardarse detrás de los grandes principios, por muy civilizados que sean, prometer transparencia y convertir la comunicación en una herramienta permanente de la acción política. Los sondeos, en los que su cota está ya en su punto más bajo, afirman que los franceses quieren proteger la vida privada. La suya, sin duda, pero no la de un presidente que todavía tiene que convencerlos de que está a la altura del cometido.

Christine Ockrent es periodista francesa

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