_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De Teherán a Jerusalén

Israel pretende destruir el cauto acercamiento entre Irán y EE UU por temor a una arma atómica iraní

Dos procesos negociadores discurren en sugerente paralelo en las últimas semanas. Uno es la enésima encarnación del contencioso árabe-israelí, que comenzó hace más de un siglo con la primera gran inmigración judía a Palestina; y el otro, la recentísima negociación entre Occidente —véase EE UU— e Irán sobre las aspiraciones nucleares de este último. Ambos, cruciales para la paz en Oriente Medio.

Las conversaciones entre palestinos e israelíes datan de 1993 y han procedido con muchas más interrupciones que sesiones negociadoras. Pero John Kerry se obstina dudosamente en recomponer las piezas de un acuerdo marco que permita firmar la paz de aquí al 29 de abril, plazo fijado por el propio secretario de Estado norteamericano. Y a las negociaciones con Irán, también Kerry les ha atribuido un tiempo máximo de seis meses, que se cumplirían poco después de la fecha citada.

En ambos casos los actores son virtualmente los mismos. Árabes e israelíes tienen a EE UU mucho más como actor que como ‘broker’, e Irán, aunque menos implicado, es también un vigilante apoyo de la causa palestina. Y en el segundo proceso Washington y Teherán son directamente las partes dialogantes. Si nos referimos a los enemigos de que se negocie la nómina es idéntica. Israel, con sus poderosas extremidades en EE UU pretende destruir el cauto acercamiento a Irán por temor a que un acuerdo conduzca a Teherán hasta el umbral del arma atómica. Y en Tierra Santa los peores enemigos de la paz militan en el doble campo negociador. La extrema derecha israelí, presente en el Gobierno de Jerusalén, pone condiciones infranqueables o califica de indeseable cualquier clase de acuerdo; y una parte mal determinada del pueblo palestino, que representa el movimiento terrorista de Hamás, amenaza con desconocer lo que pueda firmar el presidente de la AP Mahmud Abbas, al que suele acusar de ‘entreguista’.

Los procesos son entre sí un calco. Israel pretende lo más dentro de lo menos: el mayor número de palestinos en el territorio más escueto y menos soberano, al que, de paso, se exigiría el reconocimiento de Israel como Estado judío, y por tanto sin obligación de recibir a millones de descendientes de los que fueron expulsados en las guerras de 1948 y 1967. Y la AP palestina reclama los territorios ocupados por Israel, lo más, pero sin renunciar al regreso de los refugiados, lo menos. EE UU intenta, finalmente, impedir que Irán disponga del arma nuclear, aunque se resigna a que el átomo sirva a fines pacíficos; mientras que el poder iraní cabe que se contentara con quedar a un tiro de piedra de la ‘bomba’. Lo más en menos.

En un Oriente Medio que ya es multipolar, donde ni EE UU ni Rusia llenan la totalidad del espacio geopolítico, es perentorio mantener con vida ambos procesos. Aunque la solución no sea para mañana.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_