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Brasil elige el pragmatismo para recuperar la credibilidad del mercado

Tras el ajuste de precios de Petrobras, el Gobierno de Dilma Rousseff anuncia que abandonará las maniobras contables para reconquistar la confianza de los inversores

Carla Jiménez
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, el pasado 12 de diciembre.
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, el pasado 12 de diciembre.EFE

A pocos días de terminar 2013, y del inicio de un año electoral, el Gobierno brasileño empieza a adoptar una posición más objetiva para suavizar los principales focos de tensión en la economía. A la espera de la decisión que tome esta semana la Reserva Federal sobre la política monetaria de EE UU y de las repercusiones que pueda tener en este país, el Ejecutivo que preside Dilma Rousseff viene dando señales de que pretende responder a la ansiedad del mercado – y a sus opositores en la disputa electoral – sobre la conducción de la economía por la que ha recibido fuertes críticas en los últimos meses.

El ministro de la Economía, Guido Mantega, por ejemplo, afirmó, en una reciente entrevista concedida al diario O Estado de Sao Paulo, que el superávit fiscal, que fue logrado en los últimos años mediante lo que se llaman maniobras contables, no se practicará más. Mantega admitió que, aunque estuvieran dentro de la ley, las cuentas eran percibidas como confusas por el mercado, y que a partir de ahora la presentación de cuentas debe no solo ser, sino parecer, correcta. Como la mujer del César.

Semanas atrás, le tocó el turno a Petrobras. La petrolera tuvo que ajustar sus precios, tras casi un año sin corrección, porque el Gobierno estaba preocupado con los efectos que esas alzas podrían suponer para la tasa de inflación. Pese a la ambición de la empresa estatal de cumplir un plan de negocios billonario, los precios fueron rebajados a finales de noviembre, aunque menos de lo necesario, para atender una exigencia del mercado.

Los ajustes en la política económica son notorios y la percepción generalizada es que el equipo de Rousseff no tiene tiempo que perder. “El pragmatismo está volviendo”, señala Zeina Latif, socia de Gibraltar Consulting.

La noticia, que podría sonar a música celestial para los inversores, llega con retraso. Para muchos analistas, el Gobierno extendió demasiado la política de incentivos al consumo de bienes duraderos (coches y electrodomésticos, principalmente), además de ampliar los subsidios para algunos sectores en dificultades. Fue una estrategia que tenía como objetivo la conservación de los empleos y agradar a los votantes. Durante estos tres años de Administración de Rousseff han sido creados más de cuatro millones de puestos de trabajo.

El dato explica por qué los índices de popularidad de la presidenta Rousseff van tan bien y lidere todos los sondeos electorales. El último, del Instituto Ibope, muestra que 56% de la población brasileña aprueba su forma de gobernar.

Los mercados, sin embargo, y la iniciativa privada no tienen la misma opinión. Tal vez no sean muchos votantes, pero su precepción es determinante para mantener la estabilidad de la economía y para aumentar las inversiones que, a largo plazo, son el camino más eficaz para garantizar empleos. La tasa de inversiones en relación al PIB aún es del 19,1%, muy por debajo de la meta propuesta por Rousseff en 2010, cuando aún era candidata, de alcanzar el 24%. La de China, por ejemplo, rebasa el 45%. Con una demanda al alza y una oferta a la baja, Brasil cierra la ecuación con la importación de bienes y servicios.

Como resultado, el PIB brasileño anda en cámara lenta, como demostró el resultado del tercer trimestre, cuando se registró una caída del 0,5%, aunque supere el 2% en 2013. Pese a todo, ni la potencial recuperación de los últimos meses de este año quita el mal humor residual que ese resultado dejó. “Es un número medíocre”, asegura Luiz Eduardo Assis, del banco ABC y exdirector del Banco Central brasileño.

Es una opinión unánime. Aunque el país haya generado millones de empleos y los brasileños mantengan el optimismo ante el futuro, existe en este pais una sensación de orfandad después del extraodinario año de 2010. Aquel fue un periodo excepcional, 12 meses en los que Brasil creció el 7,5%, en medio de una crisis global que se profundizaba en Europa y Estados Unidos. Era el crecimiento a tasa chinas en un país subdesarrollado y tenía un cierto sabor a revancha tras los años negros de la economía brasileña de los años 80 y 90, cuando los países ricos nadaban cómodos en sus modelos de estabilidad y expansión continua.

Llegaron 2011 y 2012 y el crecimiento del 2,7% y 0,9%, respectivamente, decepcionaron. 2010 había dejado la impresión de que Brasil habia finalmente encontrado la receta para meter goles y dejado atrás todas sus catástrofes. Pero, la verdad es que solamente quien veñia el país con binoculares, principalmente desde el exterior, podría creer que todos los problemas brasileños serían resueltos en un corto espacio de tiempo. De cerca, era fácil darse cuenta de que ese 7,5% era fruto de una recuperación de la caída del 0,2% del año anterior y de una sobredosis de estímulos al consumo, sin fundamentos necesarios para sostener ese vuelo acelerado.

“Aún estamos muy lejos de lo que necesitamos. No tenemos aliento para alcanzar 22% o 23% de tasa de inversión, ni para crecer 4% al año”, afirma Claudio Frischtack, de la consultoría InterB. “Al menos que se quiera volver al proceso inflacionario”, añade. En otras palabras, los que “compran” Brasil tiene que asumir la idea de que el país seguirá creciendo, pero a pasos lentos.

Y este año ha dejado claro que con la inflación no se juega en Brasil. El país tiene aún inscrita en su memoria los reajustes aleatorios – si la tienda al lado sube 10% sus precios, el vecino aumenta en 15% - que se aplicaban hasta 1994. El Gobierno Rousseff intentó deshacerse del rótulo del país con las mayores tipos de interés del mundo, que encarecen el crédito para el consumidor y el sector privado, y se lanzó a una cruzada por la bajada de los tipos, que pasaron del 12,50% en julio de 2011 hasta quedar en 7,25% en octubre de 2012.

Los intereses se mantuvieron así hasta abril de 2013, pero a esa altura el demonio inflacionario rugía alto y la inflación a 12 meses ya rebasaba la meta del 6,5%. Fue necesario entonces elevar los tipos nuevamente, que escalaron hasta dos dígitos en noviembre, cuando el Banco Central los subió al 10%. La inflación oficial, al menos, se enfrió, y debería cerrar por debajo del 6% este año.

“Si uno se descuida, volvemos con la inflación”, dice Frischtack. No se trata de defender por los intereses altos, como algunos miembros del Gobierno reclamaron en el pasado, cuando mucha gente ganaba dinero fácil, sino de controlar el riesgo de inflación, algo que está en el ADN de los brasileños hasta un extremo que recuerda al alcoholismo. No se puede dar el primer trago o todo el sacrificio para dejar de beber será en vano.

Lo mismo vale para otros fundamentos de la economía, como el superávit primario o la administración de los gastos públicos. “Es mucho más fácil perder la credibilidad que ganarla”, advierte el economista de la InterB. El equipo de Dilma Rousseff corre ahora para corregir la ruta de su Gobierno. Si es premiada con la reelección, tendrá cuatro años más para recuperarla.

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Sobre la firma

Carla Jiménez
Directora de EL PAÍS en Brasil desde 2018. Trabajó en O Estado de S. Paulo, Agência Estado, revista Época e IstoéDinheiro. Nació en Chile, creció en Brasil. Es formada en Periodismo por la Universidad Cásper Líbero, con especialización en Economía en la Fipe/USP. Forma parte de EL PAÍS desde 2013.

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