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'IN MEMORIAM'

Martha Frayde, una vida por Cuba

Comprometida con la lucha por las libertades en la isla desde antes de la dictadura de Batista, purgó con una dura estancia en la cárcel su defensa de los derechos humanos frente a Castro

Antonio Elorza
Martha Frayde, disidente cubana, fotografiada en su casa de Madrid en 1999.
Martha Frayde, disidente cubana, fotografiada en su casa de Madrid en 1999. MORGANA VARGAS LLOSA

No es que Lenin fuese un proletario, pero a fin de cuentas los trabajadores estuvieron presentes en el proceso revolucionario ruso. La revolución cubana ofrece una composición social bien diferente. En gran medida, fue un movimiento generacional surgido en el interior de las elites, frente a la crisis política del país. Fidel era hijo de un gran terrateniente. Su amiga Martha Frayde, ahora fallecida, pertenecía al sector intelectual de la alta burguesía criolla y, como ella misma recuerda en su autobiografía —Escucha, Fidel, publicada hace un cuarto de siglo en Francia—, estaba destinada a culminar una brillante carrera como médico, tras su formación en Canadá. Aún antes de que el 10 de marzo de 1952 Batista diera su golpe de estado, tanto Fidel como Martha y otros jóvenes se entregaron a una militancia política en el Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás, líder de una cruzada anticorrupción, que al suicidarse el líder y llegar el batistato se convirtió en vivero para la lucha antidictatorial.

Como Nati Revuelta, la bella amante de Fidel, esposa de un prestigioso médico, Martha debió de participar en la preparación del asalto al cuartel de Moncada, aunque de ello no habla en la autobiografía, y su actividad fue muy intensa hasta la victoria castrista, convirtiéndose finalmente en compañera de viaje del partido comunista, cuando este abandona su oposición a la guerrilla. De hecho una serie de andanzas por tierras rojas la ha convertido ya antes en una ferviente admiradora de la China de Mao. Sin dejar de lado un permanente interés por el arte y la escritura. De ahí la amistad con Wifredo Lam y la cercanía a Lezama Lima, quien se referirá a ella como “la dama de Florencia”.

La militancia ortodoxa había sido el telón de fondo de una estrecha relación con Fidel, al que le gustaba salir de noche con su esposa Mirta, con ella y Aramís Taboada, destinado con el tiempo a morir en las cárceles de su examigo. También le gustaba a Fidel cómo cocinaba Martha, y por ello se dejaba caer por casa de la médica con mucha frecuencia para cenar. Y sin duda le gustaba también su firmeza como intelectual y como militante, evocada hace poco por Pío Serrano al relatar el episodio de 1965 en el que Martha se presenta en una reunión en la cual participan entre otros Cabrera Infante y Virgilio Piñera, y les increpa: “¿Por qué no son ustedes más militantes? Lo que tienen que hacer es enfrentarse a la realidad”. Esto implicaba “cuestionarlo todo y pedir explicaciones al Gobierno por lo que hace mal”. Es decir, pelear. Martha había peleado contra Batista, su compromiso le hizo ganarse la confianza de Fidel —que en enero de 1959 la dio un pase para acceder libremente a su presencia y la puso al frente del Hospital Nacional—, pero otra cosa es que tolerase una discrepancia. La pelea acabará con Martha Frayde purgando más de tres años de cárcel, entre 1976 y 1979, sobre una condena de 29 años. En enero del 76 había fundado en La Habana el Comité Cubano Pro-Derechos Humanos, al lado de Gustavo Arcos, veterano del Moncada, quien hasta su muerte asumió la representación del organismo en Cuba, y del excomunista Ricardo Bofill. Fue una estancia carcelaria terrible, puntualmente relatada en Escucha, Fidel. Las amistades pasadas contaban poco para el comandante.

En marzo de 1962 es Martha Frayde quien hace entrega en La Habana a Fidel Castro de la medalla del Premio Lenin de la Paz, otorgado por la URSS. La frase que Fidel dedica a Martha en el acto de imposición revela ya un incipiente malestar: “¡Cuidado Martha! No me pinches. Siempre eres muy dura conmigo”. El hecho es que Fidel se la quita cordialmente de en medio, enviándola en agosto a París como delegada ante la UNESCO. En el viaje la acompañará Beba Sifontes, su amiga inseparable, que desempeñó una labor incansable de apoyo en los tiempos de persecución (incluida una fallida experiencia como balseras en 1972). Los tres años de estancia en París de Martha Frayde marcaron su viraje ideológico hacia la oposición a la dictadura y al comunismo. Al volver a Cuba en 1965, Fidel ya no la dejará salir, hasta que en 1979 sea liberada de prisión.

En España, Martha Frayde desarrolló una constante actividad al frente del Comité Pro-Derechos Humanos, en su triple vertiente de denuncia de las violaciones, ayuda a las víctimas y lucha en la esfera internacional para que el castrismo no escape a una condena. Mantendrá la edición de un bien documentado boletín sobre el tema, hasta que casi nonagenaria sus facultades físicas mermen, En todo este tiempo, Helen Díaz cumplió el abnegado papel de buena samaritana. Por fin, apenas obtenida el alta de una neumonía, fallece el 4 de diciembre. “No he olvidado Cuba —escribió—. Soy una exiliada, pero siempre me negué a entrar en una organización política. El testimonio es mi única arma. Lucho por los derechos humanos en el mundo y ayudo a los refugiados cubanos. No he perdido la esperanza de que un día renazcan en mi país la libertad y la democracia”.

Una primera cesión de sus obras de arte tuvo lugar aún en vida, al fondo Herencia Cubana de la Universidad de Miami. Tal sería ahora el destino verosímil de sus documentos y escritos, entre los cuales se habla de una segunda y más amplia autobiografía, cuya existencia alguien niega. Lo importante es que lleguen a su destino universitario. Según cuenta la propia Martha en el episodio de la amiga que la delata en su autobiografía, las manos de Fidel eran y son alargadas.

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