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El cierre administrativo en EE UU acerca la amenaza de la suspensión de pagos

Fracasa la reunión de Obama con los líderes parlamentarios para buscar una solución

Antonio Caño
Vista del edificio del Capitolio en la segunda jornada del cierre parcial del Gobierno.
Vista del edificio del Capitolio en la segunda jornada del cierre parcial del Gobierno.JIM LO SCALZO (EFE)

Con gran parte de la administración federal cerrada por segundo día consecutivo y sin visos de una solución inmediata, empieza a cundir la alarma de que no se consiga tampoco un acuerdo para evitar que Estados Unidos se declare en suspensión de pagos, un riesgo que el Tesoro considera inminente. El Gobierno está agotando el último dinero del que dispone para pagar las cuentas, pero se quedará sin recursos a mediados de octubre si el Congreso no le permita elevar su techo de endeudamiento.

Ambos problemas confluyen peligrosamente y crece el convencimiento, tanto en el Congreso como en la Casa Blanca, de que habrá que resolverlos simultáneamente si se quiere sortear una crisis mayúscula que arrastraría a la economía norteamericana y, probablemente, a la del resto del mundo a un gravísimo periodo de incertidumbre. No va a ser sencillo.

Una reunión convocada este miércoles por Barack Obama con los líderes parlamentarios en busca de una solución concluyó sin éxito después de hora y media. “No van a negociar”, salió diciendo el presidente de la Cámara de Representantes y líder republicano, John Boehner. “Nosotros vamos a seguir reclamando justicia para el pueblo norteamericano sobre Obamacare (la denominación que despectivamente usan los enemigos de la reforma sanitaria)”, manifestó.

El Partido Republicano sigue condicionando, tanto la extensión del presupuesto para reabrir los servicios públicos federales, como la elevación del techo de deuda para evitar la suspensión de pagos, a que el presidente haga concesiones en retrasar o rebajar los objetivos de su reforma sanitaria, algo a lo que Obama se niega rotundamente.

Ante el bloqueo del diálogo, la principal esperanza de la Casa Blanca radica en que empiezan a asomar divisiones dentro de los republicanos y en que la opinión pública culpa más a estos que al presidente de la situación actual. La lista de republicanos de la Cámara de Representantes que están dispuestos a conceder al Gobierno, sin condiciones, el dinero que requiere para funcionar ha crecido en las últimas horas. Probablemente, ya existen los votos suficientes como para sacar adelante la extensión del presupuesto, pero lo que no existe aún es la voluntad política del líder republicano, John Boehner, de dar un paso que irritaría al Tea Party y, tal vez, provocaría una fuerte ruptura en el partido de la oposición a un año de las elecciones legislativas.

Obama iba a transmitir a los líderes parlamentarios los perjuicios que la situación actual está causando y los todavía mayores que pueden causar. El presidente ha tenido que recortar una gira prevista por Asia –de cuatro países a los que se había anunciado la visita, sólo viajará a dos-. 800.000 empleados públicos no están recibiendo sus salarios. Las pérdidas por el cierre de la administración se calculan por encima de los 1.500 millones de dólares mensuales. El crecimiento económico puede reducirse si la parálisis se extiende. El precio de los bonos estadounidense está aumentado, y la cotización del dólar, amenazada.

Todo eso irá empeorando cada día, no solo en términos económicos sino también en cuanto a imagen y liderazgo de la mayor potencia mundial, hasta llegarse a la catástrofe de la suspensión de pagos. Como anticipación a la reunión convocada este miércoles por Obama, el secretario del Tesoro, Jack Law, envió una carta a los congresistas en la que les advertía que los mecanismos de emergencia para evitar sobrepasar el techo de deuda se están agotando, y que el próximo día 17 quedarán en las arcas del Estado 30.000 millones de dólares, la mitad de lo que se requiere para responder a los pagos previstos para ese momento.

Uno de los grandes problemas de la negociación intentada por Obama es que el margen de flexibilidad es mínimo: uno de los dos lados tendrá que rendirse para salir de este caos. La opinión pública parece inclinada a que lo hagan los republicanos. Más de un 70% de los norteamericanos, según varias encuestas, se oponen al cierre del Gobierno para acabar con la reforma sanitaria, lo que incluye a una gran parte de personas que se oponen a esa ley.

Los republicanos moderados temen que estén enterrando en esta crisis sus opciones de presidir el país por mucho tiempo. La imagen de un partido temerario, al que se puede recurrir para agitar pero en el que no se puede confiar para gobernar, se va consolidando minuto a minuto. En algún momento de los próximos días, el Partido Republicano tendrá que elegir entre entrar en conflicto con el Tea Party –con el que se siente identificado menos del 20% de los electores, pero que controla las bases conservadoras- o ganarse la antipatía de la mayoría de la población.

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