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El Gobierno de Rutte se enfrenta a su propia trampa de la austeridad

La agencia oficial de planificación admite que se incumplirán las metas de déficit

Claudi Pérez
El primer ministro holandés, Mark Rutte, junto a los ministros de Exteriores y de Finanzas durante la apertura del Parlamento en La Haya.
El primer ministro holandés, Mark Rutte, junto a los ministros de Exteriores y de Finanzas durante la apertura del Parlamento en La Haya. LEX VAN LIESHOUT (AFP)

La ironía enseña los dientes en esta crisis de nunca acabar. La próspera y calvinista Holanda, firme aliada de Berlín y Bruselas para imponer políticas de austeridad a rajatabla a todo el continente, empieza a caer en su propia trampa. Nadie presionó tanto para impulsar la rectitud con las cuentas públicas de la eurozona: Holanda se ve obligada ahora a probar su propia medicina, el pacto fiscal y los denominados Six Pack y Two Pack, una especie de Sagradas Escrituras de la austeridad para dificultar que los Gobiernos tomen medidas anticíclicas (en plata, que en medio de una recesión el Estado gaste y se endeude para compensar el hundimiento de la demanda privada). El Ejecutivo aprobó ayer un nuevo recorte para el año próximo, de 6.000 millones de euros —el 1% del PIB—, para tratar de cumplir los objetivos fiscales marcados por la Comisión Europea. No parece capaz de lograrlo: la prestigiosa DCP, el centro oficial de planificación económica, lleva tiempo avisando de que la tijera agravará la recesión e impedirá, por tanto, alcanzar las metas fiscales. Salvando las distancias, algo parecido a lo que ocurre más al sur, en toda la periferia.

El comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, concedió en mayo un año extra —hasta 2014— al país para alcanzar un déficit del 3% del PIB, ante el deterioro de la economía y en línea con la nueva retórica en boga en Bruselas, más suave con los recortes y más proclive a las reformas. Pero el pinchazo de la burbuja inmobiliaria empieza a hacer estragos, la crisis financiera afecta a tres de los cuatro grandes bancos, el paro sigue al alza (en niveles bajos, en torno al 7%, pero creciendo a toda velocidad) y la confianza de consumidores y empresas va de mal en peor. Rehn reclamó justo antes del verano que La Haya hiciera “un esfuerzo fiscal adicional de al menos un 1% del PIB”, exactamente la cifra aprobada, para bajar de ese listón del déficit del 3% en 2014. Pura ficción: ese tijeretazo provocará un agravamiento de la crisis e impedirá a Holanda cumplir con los objetivos fijados por la Comisión, según el citado DCP. El déficit se irá hasta el 3,3% en 2014, medio punto más de lo previsto. La economía caerá el 1,25% este año.

“La única vía para que España e Italia salgan de la crisis es que hagan cambios en el mercado de trabajo y sigan aprobando reformas y recortes”, decía un impulsivo Mark Rutte, el primer ministro holandés, en junio del año pasado. Ahora le toca a él: su Gobierno ha aplazado algunas reformas para no agravar la recesión, y se ha visto obligado a desistir de un recorte más ambicioso, tras coquetear con un tijeretazo aún mayor para cumplir con Bruselas.

El malestar ciudadano crece: la coalición de Gobierno se desploma en las encuestas, víctima de esa política económica. El ministro de Finanzas y presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, avisa de que el país debe recuperar el impulso reformista y defiende los recortes como la única vía para conseguir un crecimiento sostenible, un discurso calcado al que dedica al sur de Europa. Pero las agencias de calificación ya han amenazado con retirar la triple A (la máxima nota crediticia), una auténtica obsesión en La Haya. Y ni siquiera los economistas más conservadores apoyan el abuso de tijera: Coen Teulings, del DCP, aseguraba hace unas semanas que rebajas adicionales del gasto “pueden decapitar la recuperación”. “Holanda se ve obligada a ser más papista que el Papa: se le caen los ingresos públicos por la recesión, el consumo se desploma por efecto precaución y las propias políticas que ellos han dictado a la UE les llevan ahora a esos nuevos recortes que pueden ser contraproducentes”, explica Luis Garicano, profesor de la London School of Economics afincado en Holanda. “Lo que necesita el país es lo contrario: de alguna manera, este es un ejemplo paradigmático de las consecuencias del triunfo de la ideología sobre la razón”, cierra.

 

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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