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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Muertos y muertos

El uso de armas químicas viola unos límites infranqueables y conlleva consecuencias políticas y jurídicas que tienen que ser distintas

Las armas químicas sólo son responsables de poco más del 1% de los muertos en la guerra civil siria. Intervenir militarmente por 1.429 muertos por armas químicas cuando hay más de 100.000 víctimas por armas convencionales es una muestra de hipocresía o, peor, la confirmación definitiva de que EEUU tiene una agenda oculta en la región. Si todas las vidas son iguales, ¿qué más da cómo se mate a la gente?

Se trata de un argumento muy repetido estos días. Pero no es el enfoque adecuado. Por descorazonador que pueda parecer, aunque todas las vidas tenga el mismo valor, las consecuencias políticas y jurídicas del empleo de armas químicas tienen que ser distintas. La comunidad internacional ha calificado las armas nucleares, químicas y bacteriológicas como armas de destrucción masiva y les ha dado un estatuto especial, regulando su tenencia, proliferación y, en último extremo, prohibiendo su uso. Con ello ha querido expresar su convicción de que aunque, por desgracia, la guerra parezca ser una actividad intrínseca al ser humano, deben existir en ella unos límites infranqueables.

Cierto que esta aproximación, consistente en intentar humanizar aquello que precisamente nos deshumaniza, señala algunas contradicciones y paradojas insalvables. Recuérdese, por ejemplo, que la mayor parte de las 800.000 víctimas del genocidio ruandés murieron a golpe de machetes importados de China sin que la comunidad internacional moviera un dedo para intervenir. De la misma manera, además de las grandes bombas nucleares capaces de arrasar ciudades enteras y matar millones de personas, hay estados que cuentan en sus arsenales con armas nucleares tácticas tan pequeñas que su poder destructivo es poco mayor que el de armas convencionales y que se pueden lanzar desde morteros o cañones o emplear como minas.

Sea como fuera, la comunidad internacional no ha clasificado los conflictos por el número de muertos pero, con toda razón (como ha señalado Obama), ha trazado una línea roja respecto al empleo de armas de destrucción masiva. Trivializar el uso de las armas químicas no sólo nos degrada moralmente, sino que, precisamente porque sabemos que hay regímenes dispuestos a usarlas, abre escenarios de futuro que no podemos tolerar. En el caso concreto de Siria y Asad, a la espera del informe final de los inspectores de la ONU, el conjunto de pruebas aportadas estos días por EE UU, Francia y Alemania ofrecen evidencia más que suficiente para concluir que se han empleado este tipo de armas. Señalar y elevar el coste de su empleo no sólo está justificado sino que es necesario.

En consecuencia, la intervención militar estaría sobradamente justificada tanto desde un punto de vista retrospectivo, para sancionar su uso, como, sobre todo, prospectivo, para asegurarse de que Asad no vuelve a emplearlas y, por ende, como advertencia a quien pudiera interpretar que esa prohibición es relativa. La discusión de este punto debería estar zanjada y el acuerdo en torno a este diagnóstico debería ser amplio, en la izquierda y en la derecha, en Europa y fuera de ella.

Cuestión diferente es que dicha intervención sea factible, tanto desde el punto de vista legal, pues desgraciadamente, en este punto, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas está secuestrado por Putin, como desde el punto de vista práctico, pues a estas alturas una intervención militar, para ser eficaz, sería muy costosa. Aún así, recordemos que el objetivo de gobernar no es caer bien a todo el mundo, sino asumir la responsabilidad de tomar decisiones difíciles y de consecuencias imposibles de predecir con total certeza. Frente al alud de críticas vertidas sobre Obama (otra vez el argumento del Premio Nobel de la Paz, como si Obama no hubiera dicho claramente en ese discurso que creía firmemente en que, en determinadas circunstancias, el uso de la fuerza estaba justificado), hay que resaltar que tanto él como su Secretario de Estado, John Kerry, están actuando de forma prudente y responsable. Que François Hollande se haya sumado a esa frágil coalición y que esté dispuesto a soportar el correspondiente desgaste político habla bien de este presidente de la República francesa al que muchos denostaban como un burócrata gris, blando y oportunista. Desaparecido del escenario el Reino Unido y los conservadores británicos por la torpeza política de David Cameron a la hora de gestionar tanto a su grupo parlamentario como a la oposición laborista y, una vez más, abochornados por una Alemania que se desentiende de cualquier responsabilidad cuando las cosas se ponen feas, la figura de este socialista francés se ha convertido en la única voz de esta Europa patéticamente muda e inerme. Obama y Hollande podrán equivocarse pero si lo hacen, reconozcámoslo, lo harán desde la honestidad política y personal.

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