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guerra en siria
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Legalidad y legitimidad

El precedente de Kosovo, invocado por Obama, subraya los límites de lo que se está planteando

Si el Congreso norteamericano lo autoriza, Estados Unidos, con Francia, Arabia Saudí y Turquía a su lado, tomará represalias mediante ataques aéreos contra la Siria de Bachar el Asad, culpable, a sus ojos, del uso de armas químicas contra la población civil.

Esto plantea numerosas cuestiones: legalidad y legitimidad de los posibles bombardeos, teniendo en cuenta el bloqueo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; papel e influencia de lo que solemos llamar Occidente; incidencia de la negativa británica y escepticismo de las opiniones públicas en cuyo seno el miedo se impone a la indignación; juego mortífero de la Rusia de Putin; desenlace de las batallas que desgarran el mundo árabe. La lista no es exhaustiva. Pero prolongándola nos arriesgamos a perder de vista lo esencial: el uso de armas químicas contra una población inocente. Unas armas prohibidas poco después de la I Guerra Mundial en nombre de una ley internacional aún balbuceante, tras el drama que había supuesto su utilización en aquel conflicto. Además, gasear a la población civil es un crimen de una naturaleza muy particular, que debe permanecer fuera de la ley. No hacer nada sería por tanto aceptar la banalización de su uso, que Bachar el Asad vuelve a poner de actualidad.

Sin embargo, lo que más llama la atención es el escepticismo, por no decir la hostilidad, de un amplio sector de la opinión pública europea, opuesta a cualquier acción militar. Pero la opinión pública se equivoca. Como en Gran Bretaña, donde este reflejo es particularmente acusado, cree estar asistiendo a un remake del conflicto iraquí. El precio a pagar a causa de las locuras de George Bush es muy alto y aún podría serlo durante mucho tiempo. Basada en la mentira de las armas de destrucción masiva, la expedición contra Irak, un desastre estratégico, es además la fuente principal de esta desconfianza generalizada.

No obstante, la comparación adecuada no es con Irak. La analogía con Kosovo sería más pertinente: es decir, una campaña de ataques aéreos, desencadenada bajo la égida de la OTAN y no de las Naciones Unidas, que obligó a los serbios a retirarse. Y el hecho de que Milosevic fuese marginado de la comunidad internacional no fue baladí, sino que ayudó a la resolución política del conflicto. En aquella época, Bill Clinton alegó, para apoyar la mencionada campaña aérea, que duró dos meses y medio, la necesidad de evitar que hubiese 100.000 muertos en Kosovo. En Siria, ya ha habido 100.000 muertos. No hay más remedio que reconocer que si de lo que se trataba era de impedir la masacre, la intervención llega con dos años de retraso.

En todo caso, la decisión de Barack Obama de actuar únicamente con el respaldo formal del Congreso responde a ese escepticismo dominante. El presidente norteamericano intenta evitar que se repita lo que le ocurrió con ocasión de las operaciones libias: los Estados Unidos apoyaron vigorosamente la iniciativa franco-británica y luego tuvieron que dar marcha atrás ante la presión del Congreso. Obama intenta también compensar la tibieza de muchos países, como Gran Bretaña, mediante una reafirmación de legitimidad interna. Falta saber qué condiciones pondrá el Congreso a la intervención que pide Barack Obama.

Precisamente, el precedente de Kosovo, invocado por el presidente norteamericano, subraya los límites de lo que se está planteando, a saber, unos ataques aéreos limitados y breves, destinados por tanto a no tener sino un alcance simbólico. Sin embargo, para que una operación así fuese útil, debería tener un objetivo político. Y, sobre todo, habría que pensar también en lo que vendrá después. En el periodo reciente, Francia y Gran Bretaña, apoyados por Estados Unidos, intervinieron en Libia. La operación militar fue un éxito y alcanzó su objetivo con la caída de Gadafi. Pero como lo que habría de venir después no había sido pensado, ni organizado, ni seguido, Francia tuvo que volver a empuñar las armas en Malí, adonde se habían desplazado y desplegado los hombres y las armas yihadistas llegados de Libia.

Por supuesto, el de Siria es un teatro de operaciones más complejo. Buena parte de la reticencia de las opiniones públicas viene del hecho de que la oposición siria, un poco como ocurrió en el caso de la chechena, ha sido infiltrada por yihadistas cercanos a Al Qaeda. Este es un hecho probado. Y hace particularmente difícil ayudar al Consejo Nacional Sirio. Pero hay quien olvida demasiado pronto que si Bachar el Asad es tan fuerte, es porque cuenta con la ayuda de los Pasdaranes iraníes y de los milicianos de Hezbolá, que, en materia de extremismo, no tienen nada que envidiar a los yihadistas que lo combaten.

El contexto internacional tampoco permite percibir con claridad el escenario posrespuesta. En efecto, frente a Estados Unidos se ha constituido un eje Rusia-Irán-Siria que hoy parece victorioso. Ante este eje, Barack Obama ha podido parecer pusilánime, sin más opción que las protestas verbales, hasta el punto que, hace un año, trazó una línea roja, el uso de armas químicas, que ya había sido cruzada sin haber sido sancionada. El precio a pagar es, en este caso, una pérdida de credibilidad que solo puede espolear a Irán en su propio programa nuclear. Y no es este uno de los riesgos menores de esta guerra civil siria que Bachar el Asad parece haber convertido en internacional recurriendo a las armas químicas.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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