Crimen, castigo... ¿y después?
Con financiación saudí, se pretende formar una fuerza que aglutine a la oposición militar
Activado el primer resorte de la maquinaria de guerra, urge reflexionar sobre las consecuencias de una acción limitada en su impacto, a priori, y cosmética en esencia, diseñada para cumplir con una antigua promesa del presidente Obama de castigar a Bachar el Asad si repetía el inhumano crimen de la guerra química. Cuantiosas son las dudas que produce frente a una única certeza: la guerra será aún larga y cruenta. Ni los rebeldes ni el Gobierno están en disposición de ganar un conflicto complejo y enquistado en el que, como siempre, los intereses geopolíticos dominan sobre una población que sufre y grita bajo los proyectiles como lo hacen los ahogados: impotentes y en silencio. Los primeros a causa de sus querellas bizantinas, que no han sabido resolver tras dos años de guerra; los segundos porque, encajado el primer golpe y asido a sus tradicionales aliados, le basta con sobrevivir.
La inminente intervención militar llega en un momento crucial, con la oposición inmersa en un nuevo plan que le permita ordenar el caos que carcome sus filas y atajar la influencia de las heterogéneas milicias yihadistas —locales y foráneas—, y un Ejército que ha logrado reponerse de sus flaquezas y retomar la iniciativa de la lucha con la ayuda de las armas rusas, el combustible de Irán y el fanatismo de los guerrilleros del grupo chií libanés Hezbolá. Aunque sus arsenales comienzan a vaciarse y las reservas de gasolina merman, aún es el púgil mejor armado, más disciplinado y cohesionado. Hace gala de una preparación táctica superior y ha comenzado a exprimir con mayor eficacia sus todavía extensos instrumentos de inteligencia.
El cambio de estrategia comenzó a finales de 2012 y coincidió con una obligada renovación en el seno de la cúpula militar. Asfixiado por el avance de las guerrillas islamistas y por la constante ampliación del frente de guerra, el régimen optó por concentrar sus menguantes fuerzas y abandonar las áreas remotas y tribales, expuestas a las discrepancias entre la oposición apoyada por Occidente y las brigadas yihadistas vinculadas a Al Qaeda. La reconquista el 5 de junio de la estratégica ciudad de Qusair evidenció el éxito de un Ejército cuya capacidad de resistencia quizá se ha infravalorado, y el fracaso de una oposición que ha pecado de optimismo. Una peculiaridad sostiene esta aparente resurrección. En privado, combatientes rebeldes admiten que las fuerzas leales han sido capaces de controlar las deserciones y mantener alta la moral de una tropa aún comprometida. A ello hay que sumarle otra fortaleza. Frente a sus obvias carencias en el combate convencional, las Fuerzas Armadas sirias gozan de una amplia experiencia en contrainsurgencia y guerrilla urbana, ejercitada y perfeccionada durante los 30 años que ocuparon Líbano.
Frente a ello, los rebeldes adolecen de una división que, junto al poderío de grupos yihadistas, es el principal obstáculo para un respaldo total y decidido de la comunidad internacional. Tras varios fracasos, la Coalición Nacional Siria —principal plataforma opositora en el exilio— emprendió a principios de año el enésimo intento por formar una fuerza de elite capaz de dirigir la lucha, minimizar la ascendencia de los radicales, gestionar las múltiples fuentes de dinero y armas y sentar las bases sobre las que reconstruir la seguridad nacional una vez lograda la victoria que necesita. Financiado por Arabia Saudí, los detalles del nuevo plan comenzaron a filtrarse esta misma semana, coincidiendo con el ataque químico en el sur de Damasco.
Al parecer, la meta es formar una selecta fuerza de entre 6.000 y 10.000 hombres, con base de mando operativa en Jordania. Tutelado por EE UU y la propia Arabia Saudí, el modelo es similar a la estructura de milicias que el Pentágono empleó en 2005 en la provincia suní de Al Anbar para acabar con la insurgencia iraquí. Conocidas como awakening councils, fueron un factor decisivo para la estabilidad pero también una fuente de problemas futuros como se ha demostrado años después. Muchos de ellos eran señores de la guerra, caciques tribales dedicados al contrabando de armas y otros negocios ilícitos que ahora siguen practicando amparados bajo su condición de líderes regionales. El mismo andamiaje se pretendió erigir en Afganistán cinco años después y fracasó. En Siria, responsables de la oposición admiten que se está hablando con todas las partes, incluso con los yihadistas que controlan amplias zonas del noreste del país, pero se insiste en que para evitar el ejemplo de Irak, se pretende reclutarlos como individuos, no como organizaciones. La tarea es aún titánica.
Javier Martín fue corresponsal en Oriente Próximo e Irán entre 1996 y 2011 y es autor de cuatro libros sobre la región
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