La sombra de la dictadura persigue a un excomandante del Ejército chileno
El militar es acusado de haber entregado al hijo de una pareja de asesinados a un convento
Juan Emilio Cheyre, de 65 años, excomandante en jefe del Ejército chileno entre 2002 y 2006, fue acusado la semana pasada de haber participado en la entrega en adopción a unas monjas de un convento de un niño de dos años en diciembre de 1973, apenas tres meses después del golpe liderado por Augusto Pinochet. Los padres del crío habían sido asesinados por militares que pertenecían a su regimiento. El chico —hoy un hombre con pasaporte argentino de 42 años y llamado Ernesto Lejderman— relató los hechos en una entrevista concedida a la cadena pública chilena TVN (Televisión Nacional de Chile).
El caso ha adquirido mayor relevancia después de que el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, cuestionara en su columna del diario El Mercurio la autoridad de Cheyre para desempeñarse como presidente del consejo directivo del Servicio Electoral chileno, el cargo que actualmente ocupa, y su silencio frente al tema.
El profesor argentino Bernardo Lejderman —que en Chile perteneció al grupo Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP)— y la mexicana María del Rosario Ávalos fueron acribillados a balazos el 8 de diciembre de 1973 en los alrededores de Gualliguaica, a 500 kilómetros al norte de Santiago de Chile. En su huida de los aparatos represivos de la dictadura de Pinochet, la pareja se refugió en una mina abandonada de un sector cordillerano, donde fueron descubiertos junto a su hijo.
Hoy funcionario del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Ernesto Lejderman relata que —según descubrió cuando ya era un adulto— los mismos militares que dispararon a sus padres lo trasladaron al regimiento Arica en La Serena, donde permaneció por unos días antes que por orden del jefe de plaza, Ariosto Lapostol, el entonces capitán Cheyre lo entregara a las monjas del convento Casa de la Providencia.
Tras permanecer un mes a cargo de las religiosas, y gracias a la gestión del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, el niño fue enviado a Buenos Aires para criarse con sus abuelos paternos, quienes le contaron que sus padres habían muerto en un accidente automovilístico. Cuando Lejderman tenía 12 años encontró dentro de un armario un cuaderno de tapas verde en el que una serie de recortes de diarios y apuntes daban cuenta del destino real de sus progenitores. “Denunciaron el asesinato de un ciudadano argentino”, “Otro ciudadano argentino fue muerto este mes en Chile”, leyó el niño en artículos de prensa publicados a fines de 1973.
En 2004, Cheyre —entonces comandante en jefe del Ejército— llamó a los militares chilenos a entregar datos en tribunales para hacer justicia en casos vinculados a las violaciones de derechos humanos ocurridas durante la dictadura de Pinochet (1973-1990). Cuando se enteró de eso Lejderman le escribió una carta al militar para que él también contribuyera en el esclarecimiento del asesinato de sus padres. Sin respuesta por parte Cheyre, Lejderman afirma que no le consta si el general aportó información para resolver la causa de sus padres que en 2009 se cerró de forma definitiva cuando la corte suprema sentenció a 5 años y un día a Fernando Polanco, Luis Fernández y Héctor Vallejos, condenados como los autores materiales de los homicidios.
Considerando que se trataba de una pena menor que recayó solo en efectivos de rango menor –un brigadier y dos suboficiales– y, además, que el tribunal rechazó una demanda civil indemnizatoria contra del Estado, Lejderman presentó un recurso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos argumentando denegación de justicia por parte del Estado chileno.
Después de 36 años, Lejderman se reencontró con Cheyre en 2009. El encuentro duró 10 minutos y se produjo en la oficina del abogado Héctor Salazar, quien lleva el caso en Santiago. Según Lejderman, el militar se mostró conmovido y le aseguró que él solo manejaba la versión que decía que la pareja se había suicidado con explosivos. “Yo no le creí nada”, recuerda Lejderman, quien comenta que su intención hoy no es incomodar a Cheyre, sino que la justicia prevalezca. “Nunca es tarde para decir la verdad”, dice.
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