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La reforma energética pone en vilo al Pacto por México

El acuerdo insignia de Peña Nieto tiene que sortear la división interna en los partidos de oposición y el rechazo de la izquierda

Salvador Camarena
Enrique Peña Nieto en la ciudad mexicana de San Luis Potosí.
Enrique Peña Nieto en la ciudad mexicana de San Luis Potosí.EFE

El Gobierno de Enrique Peña Nieto da por descontado que cada uno de los tres principales partidos enviará al Congreso de la Unión su iniciativa de reforma energética, que es el siguiente gran tema en la agenda política de este país y el escollo más difícil para el Pacto por México.

Que cada fuerza política presente su propuesta ante las cámaras sería de lo más normal en cualquier otro momento, pero supone un cambio dramático de la forma en la que venía operando el Pacto por México, un ambicioso acuerdo de 95 reformas firmado el 2 de diciembre pasado entre Peña Nieto y las principales fuerzas de oposición.

Tanto la reforma educativa como la de telecomunicaciones, aprobadas en este Gobierno, llegaron al Congreso tras haber sido redactas y consensuadas por los firmantes del Pacto. De esa manera se rompió el impasse entre las fuerzas políticas que se instaló desde 1997, año en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados.

Ante el aumento de la presión al interior de los partidos opositores, el gobierno de Peña Nieto acordó la noche del miércoles con el PAN y el PRD. 

Paradójicamente, la efectividad del mecanismo –que en un tiempo récord aprobó reformas largamente esperadas- provocó recelos en los congresistas, que reclamaron que el Pacto les rebajaba su rol. A estas críticas ahora hay que sumar el enojo en la oposición después de las elecciones del pasado 7 de julio, fecha en la que a pesar de haber perdido Baja California, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se alzó con importantes triunfos, mientras que la izquierda encajó sensibles derrotas. Además, derecha e izquierda han denunciado que el Gobierno federal fue tolerante ante graves irregularidades e incluso “asesinatos políticos”.

Ante el aumento de la presión en el seno de los partidos opositores, el Gobierno de Peña Nieto acordó la noche del miércoles con el Partido Acción Nacional (PAN, derecha) y con el Partido de la Revolución Democrática (PRD, izquierda), que cada organización, incluida el PRI, presentarían su iniciativa de reforma energética, una maniobra diseñada para que los líderes de la oposición resistieran mejor a sus detractores.

El primero que ha dado el paso es el PAN, que hizo pública este jueves su propuesta de reforma energética, una que a pesar de que deja bien claro que los hidrocarburos son propiedad de la nación, propone reformar los artículos 25, 27 y 28 de la Constitución para permitir concesiones a la iniciativa privada para la exploración y producción de petróleo y gas, la apertura de sectores de refinación y petroquímica, y la creación de un regulador denominado Comisión Nacional de Hidrocarburos.

Al lanzar su iniciativa, el líder nacional panista Gustavo Madero quitó protagonismo al senador Ernesto Cordero, que hace semanas, buscando disminuir la influencia de Madero, ofreció al presidente Peña Nieto los votos de los panistas en el senado que fueran necesarios para sacar adelante la reforma.

El enredo perredista luce más difícil de desatorar que lo que ocurre con el partido de la derecha, que se daba por descontado que apostaría por el modelo más aperturista posible. En las últimas horas las tribus del PRD han subido la voz y esta semana demandaron a la presidencia de ese organismo que se retire del Pacto por México y que cualquier eventual reforma energética sea precedida por una consulta nacional.

Porque más allá de su retroceso electoral el 7 de julio –entre otras alcaldías y distritos ese día perdieron Benito Juárez, donde se encuentra Cancún- diversos líderes perredistas acusan que el discurso y la propuesta de su partido se ha desdibujado completamente tras haber signado el acuerdo con Peña Nieto.

El partido “no tiene rumbo político” y “está desdibujado política e ideológicamente”, dijo a La Jornada la senadora perredista Dolores Padierna, cabeza junto con su esposo René Bejarano de una de las tribus –como se denomina a las corrientes internas del perredismo— más beligerantes del PRD.

Una nueva afrenta a la conducción de Jesús Zambrano se materializará este sábado, cuando el ex alcalde del Distrito Federal Marcelo Ebrard oficialice que quiere convertirse en la cabeza de una nueva tribu en el PRD y en los hechos formalizar que buscará ser presidente del principal partido de la izquierda mexicana desde 1989.

El Pacto por México pasará por el Congreso y por la calle, pues nada se aprobará sobre Pemex sin que el PRD exprese su rechazo a la modificación Constitucional

Ebrard presentará este sábado el Movimiento Progresista, una plataforma con que la que según ha dicho busca renovar tanto la vida interna del PRD, como la capacidad de este para ganar elecciones. “Desde hace tiempo no hay una conversación real entre la dirigencia del PRD y la militancia”, explicó a este diario René Cervera, quien lleva años como parte del equipo que busca consolidar el proyecto nacional de Ebrard. Cervera explicó que el Movimiento Progresista demandará además que los acuerdos que el partido asuma con otras fuerzas políticas o con el gobierno surjan de una reflexión colectiva y no cupular, para “que tengan la mayor legitimidad posible”.

Para los ebrardistas, pierdan o ganen el debate de la reforma energética, al PRD le urge un discurso claro y diferenciado de los otros partidos y del propio gobierno de la República.

El Congreso retoma sus actividades ordinarias el 1 de septiembre próximo, pero el gobierno negocia la realización antes de esa fecha de un periodo extraordinario para discutir la reforma energética.

Cuando en total secreto el pasado otoño los partidos redactaron el Pacto por México, las palabras con las que enunciaron lo que harían en el tema de la reforma a Petróleos Mexicanos fueron deliberadamente vagas. En el documento final se asienta que “se impulsará una reforma energética que convierta a ese sector en uno de los más poderosos motores del crecimiento económico a través de la atracción de inversión, el desarrollo tecnológico y la formación de cadenas de valor”.

Las respectivas dirigencias partidistas sabían que en esa formulación cabía todo y realmente no comprometía nada en concreto. Pero pasados los meses la debilidad de los liderazgos del PAN y del PRD impidió que se presentara al Congreso una sola iniciativa. Así que ahora el futuro de la agenda más prometedora que este país ha visto en décadas dependerá de cómo se procese la reforma a Pemex. Peña Nieto requiere de esa transformación para detonar el desarrollo de México. Y nadie quiere recordar que en el sexenio pasado, en 2008, el presidente Felipe Calderón fracasó en su intento de hacer que el PRI le apoyara en su reforma energética.

A final de cuentas, en esta ocasión el Pacto por México pasará por el Congreso y por la calle, pues nada se aprobará sobre Pemex sin que el dos veces candidato presidencial de la izquierda Andrés Manuel López Obrador, y los suyos, expresen con movilizaciones su rechazo a la modificación Constitucional, indispensable si se quiere atraer inversionistas para exploración en gas shale y aguas profundas.

De cualquier manera, un alto funcionario del gobierno de Peña Nieto, y participante en las reuniones del Pacto, aseguró esta semana que el presidente está comprometido a dar la batalla y tener una real reforma energética. El verano político mexicano se antoja más candente que nunca.

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