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Un país mejor, pero no tanto

La Sudáfrica que deja Mandela ha avanzado en la reconciliación entre negros y blancos, pero no ha tenido éxito en reducir la brecha entre ricos y pobres

El expresidente Mandela celebra su 89 cumpleaños rodeado de los niños de la Nelson Mandela Children´s Foundation en Johanesburgo
El expresidente Mandela celebra su 89 cumpleaños rodeado de los niños de la Nelson Mandela Children´s Foundation en JohanesburgoDenis Farrell (ap)

“Va a ser un día muy triste para todos, también para nosotros”. Ese “nosotros” son los blancos sudafricanos y quien habla Maggie Buckingham, una descendiente de ingleses que se emocionaba hablando de “lo bueno y generoso” que fue el líder negro tras su salida de prisión en 1990 y su llegada a la presidencia cuatro años después. El sentir de esta mujer entrada en la sesentena es una fotografía bastante exacta de lo que buena parte de los blancos, apenas un 10% de la población, sienten hoy por la muerte de Nelson Mandela.

Pocas cosas existen en Sudáfrica que unan a todos. Mandela es una de ellas, un personaje que levanta aún enormes simpatías y cariño en todos los grupos raciales. La otra es mucho más prosaica. Es la carne. Es complicado ser vegetariano en Sudáfrica, una comida sin carne no es comida. Jocosamente hay quien asegura que el deporte nacional por excelencia no es ni el fútbol ni el rugby sino la popularísima braai, el nombre local con el que se conoce a la barbacoa.

Más allá de lo que podría ser un chiste, blancos, negros, coloured (mulatos) e indios viven cada uno en su mundo. La nación arcoíris (Rainbow nation) en que soñaron Mandela y su amigo el arzobispo Desmond Tutu es de lo más plural, con 11 lenguas oficiales de igual rango y otras tantas etnias pero tan sólo la incipiente y pequeña clase media se atreve a mezclarse en los escasos barrios propiamente mixtos o incluso a emparejarse, sobre todo entre los que nacieron después del apartheid.

Mandela apostó por la reconciliación, y evitó de ese modo una guerra civil

El grueso de la población se mantiene impermeable a ese proceso, aunque sin dramatismos y con una educación exquisita entre todas las partes que evita grandes conflictos. “La separación racial no es el principal problema de Sudáfrica y de hecho no tiene porqué ser ni un problema”, sentencia Lucy Holborn, directora del Instituto sobre Relaciones Raciales (SAIRR).

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En la incipiente democracia Mandela apostó claramente por la reconciliación, evitando una guerra civil que muchos auguraban pero que ha tenido el altísimo coste de “no transformar la sociedad”, según Adam Habib, vicerector de la Universidad Witwatersran y profesor de Ciencias Políticas. El objetivo era reconducir una relación traumatizada por años de dominio blanco. Para ello, el presidente reclamó a todas las partes generosidad para perdonar. Una década después de que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación terminara de escuchar a víctimas y verdugos y amnistiara a los que confesaron crímenes, no se ha cumplido el compromiso de investigar los casos amnistiados. De hecho, la Policía sólo ha resuelto un crimen no amnistiado y la Fiscalía tiene pendientes 350 casos. Por ahí Mandela ha recibido críticas desde sectores negros. Se quejan de que en ese afán el presidente cedió y dio demasiadas concesiones a los blancos sin, por ejemplo, exigir a cambio una redistribución de la riqueza. Empresas y tierra sigue en manos de sus antiguos dueños blancos, que en algunos casos, como el de los suculentos beneficios de las reservas mineras, cotizan en la Bolsa de Londres mientras pagan sueldos míseros y ofrecen condiciones durísimas a los trabajadores negros.

Las empresas y la mayor parte de la tierra siguen en manos de los blancos

Sin embargo, en opinión de Verne Harris, la reconciliación “exigía estos sacrificios”. Harris es el jefe del Programa de Memoria de la Fundación Mandela y, sin embargo, con la perspectiva de los años no tiene reparos en señalar que tras la “épica” de los noventa no se ha cumplido el “sueño de Mandela”. Incluso apunta “grandes y pequeños errores” de Mandela que dejaron ver “que era un gran líder, pero humano al fin y al cabo”.

En este punto Habib habla de que en 1994 “las promesas eran muy románticas”, quizás “demasiado”, aunque, con todo, insiste en que Sudáfrica “es hoy un país mejor que entonces”.

Desde su despacho en el centro de Johannesburgo, mira por la ventana del campus y explica que en los ochenta, por ejemplo, no había estudiantes negros y que cuando uno de los blancos tenía un problema de salud en el aula tenía que ir a la otra punta de la ciudad para que lo atendieran, porque el hospital más cercano estaba destinado sólo a pacientes no blancos.

“Estamos divididos, sí, pero mucho menos que hace 20 años”, continúa el profesor, para quién comparar comportamientos o estadísticas actuales con las del régimen del apartheid es poco menos que un disparate porque con el establishment racista “los negros no existían” ni se contabilizaban.

Quizás Sudáfrica sólo necesite tiempo para recomponerse. Harris admite que Mandela “sedujo” y convenció de que podría arreglar los problemas del país en poco tiempo, “pero esto va a llevar generaciones”. Los esfuerzos para la reconciliación dejaron las políticas sociales en un segundo plano y aún hoy se está pagando la factura. Mandela fue mejor icono y estadista que gestor, o quizás llegó demasiado viejo al poder, admite.

Madiba fue mejor icono y estadista que gestor; o llegó muy viejo al poder

Mandela, o Madiba como algunos le siguen llamando afectuosamente por el nombre de su clan xhosa, fue elegido presidente con 72 años y ejerció sólo durante una legislatura de cinco años, hasta 1999. En su mandato se sentaron las bases de la Sudáfrica democrática con una economía de liberalismo y mecanismos de corrección de desigualdades que han demostrado ser insuficientes. Dejó los asuntos domésticos para sus ministros y se centró en lavar la cara de Sudáfrica, convencer a los inversores extranjeros y en evitar el temido riesgo de confrontación racial.

Ahora nadie teme en una revuelta aunque cada nueva estadística hiere. Tiene motivos el presidente actual, Jacob Zuma, al sacar pecho porque en democracia la economía ha crecido en un 83%, lo que le ha permitido entrar en el grupo de emergentes, el BRICS, junto a China o Brasil.

Ciertamente es una cifra de impacto, aunque hay que tener en cuenta de donde se venía y en qué ha repercutido tanto desarrollo. En estos años todos los grupos raciales han visto aumentar su poder adquisitivo pero se han acentuado los contrastes entre los extremos. Aunque se han roto algunas barreras raciales, aún la mayoría de los ricos continúan siendo blancos, mientras que los negros (80% del censo) son los que engrosan de largo la base de la pirámide, a la que han caído también algunos blancos. Así, un estudio de la Universidad de Ciudad del Cabo señala que entre 2004 y 2012 la clase media negra creció en 2,5 veces, hasta llegar a los 4,2 millones de personas, apenas el 13%, pero con más vigor que la blanca.

En su mandato se sentaron las bases de la Sudáfrica democrática

Aún así, una familia blanca media ingresa seis veces más que una negra y para equiparar sueldos habrá que esperar dos generaciones, y el paro entre los negros multiplica casi por seis el de los blancos, que se mantienen en las mejores casas de barrios acomodados y en los trabajos más cualificados. El grueso de negros con formación está incorporándose ahora al mercado de trabajo pero los padres de estos jóvenes copan los puestos de jardinería y limpieza de los hogares blancos.

Sin embargo, el vicerector Habib se inclina más en hablar de “desigualdades sociales que raciales”, a pesar de que las cifras evidencian el factor racial, y augura que si el país no es capaz de acabar con ellas “se habrá fracasado en la reconciliación ya no entre blancos y negros sino entre ricos y pobres”. Existe un problema que frena ese desarrollo y es el bajo nivel de la educación. La formación se ha democratizado pero a costa de la calidad que reciben los alumnos, critica Holborn. Así, ahora hay muchos más jóvenes educados aunque peor calificados que en el apartheid.

La sanidad ha recorrido el mismo camino y el sistema público es hoy refugio sólo para los más empobrecidos de la sociedad, mientras que las mutuas y aseguradoras son uno de los grandes negocios de Sudáfrica, junto a las empresas privadas de seguridad.

Una familia blanca media ingresa seis veces más que una negra

Esa es otra gran obsesión que traspasa a todas las capas sociales, que se parapetan en casas protegidas con cámaras o alambrado electrificado. Los índices de violencia y victimización han llevado a la Interpol a declarar Sudáfrica como la “capital mundial” de las violaciones. Con muertos o los crímenes satánicos entre adolescentes. “Somos una sociedad violenta y no estamos aprendiendo”, responde Harry, que admite que tanta violencia es el resultado de que el “apartheid brutalizara a generaciones enteras”.

El apartheid tiene parte de culpa del origen de muchos males en este país pero la justificación no ayuda a calmar “la rabia” y la “frustración” de los más débiles que los avances sociales sean tan lentos, coinciden los responsables de la Fundación Mandela y el SAIRR al unísono. El Gobierno ha construido un millón de viviendas sociales y adecentado los townships donde el régimen supremacista recluyó a negros e indios para segregarlos de los blancos. El peligro es que estos sentimientos de que el Ejecutivo ha abandonado a su suerte a los más débiles sean potenciados y canalizados por grupos radicales o populistas, apunta Holborn en referencia a Julius Malema, el presidente de las juventudes del ANC (el partido de Mandela en el Gobierno desde hace dos décadas), que con un discurso de nacionalización de las minas atrajo a un gran número de jóvenes hartos de esperar a que el desarollo económico les sonría. Malema batalló por la presidencia del partido contra Zuma pero perdió en las primarias y su carrera parece tocada y hundida tras descubrírsele un fraude millonario para construirse una casa en Sandton, el barrio de los negocios por excelencia de Johannesburgo.

El de Malema no es el único caso de corrupción política. Incluso al presidente Zuma se le ha acusado de construirse una enorme mansión en su poblado natal, valorada en 20 millones de euros, tirando del erario público.

Con todo, el ANC sigue imbatible en las urnas, a pesar de que sufre el desgaste con escisiones que algunos auguran que acabarán por arrebatarles la hasta ahora incuestionable mayoría absoluta. De llegar, habrá que esperar al menos una década, vaticinan los politólogos.

Al fin del apartheid sucedió una diáspora de blancos hacia Australia, Reino Unido o Estados Unidos, temerosos de batallas campales con los negros o de perder sus privilegios. “La mayoría eran racistas”, sostiene Marie Roux, afrikaaner de origen francés que cuenta con dos cuñados en el exilio dorado. Sin embargo, ahora, con el país en calma y huyendo de la recesión global, hay quien se plantea la vuelta. Lo destaca Holborn, para quien el retorno es una muestra de que la reconciliación y pacificación de Mandela ha sido un éxito. “Vuelven a estar orgullosos de Sudáfrica”, explica esta politóloga, y lo más importante, se instalan en el país “invirtiendo económica y sobre todo emocionalmente”.

Cada ocho horas asesinan a una mujer y proliferan los robos

No es suficiente para que, sobre todo entre muchos de los negros más pobres, se haya instalado la sensación de que el régimen racista los trataba mejor.

Afirman que había más empleo, menos crímenes y minimizan el hecho de que no se les reconociera como ciudadanos de pleno derecho. “Sí, antes no podía votar y ahora no tengo un trabajo que me permite vivir como los blancos”, se lamenta Mary Mlambo, de profesión lo que salga.

A Sudáfrica le falta recuperar el “orgullo”, apunta el profesor Habib. Un orgullo, por ejemplo, que en la Copa del Mundo de 2010, volvió a unir las piezas sociales como lo hizo la final mundial de rugby de 1995 que ganó Sudáfrica y un hábil Mandela utilizó para que los negros apoyaran a una selección tradicionalmente de un deporte de blancos a la que no tenían ningún apego. Durante el mes en que el país fue la capital del fútbol, las estadísticas de violencia bajaron, las ciudades se mantuvieron limpias y la gente respiraba calma.

Hay una pregunta en el aire. ¿Está la Sudáfrica democrática preparada para tener un presidente blanco? ¿Sería la prueba del algodón de que las diferencias raciales se han salvado? Quizá, pero para Habib lo que está claro es que los ciudadanos negros no tendrían ningún reparo en votar a un blanco en las elecciones. Otra cosa es que el ANC, el partido dominante, sea capaz de cederle la cabeza de cartel a un no negro. Seguramente faltan años para un “Obama blanco” pero un optimista Harris señala una foto de su hijo veinteañero junto a su novia negra para responder a las cuestiones: “El futuro es de ellos, que ya han crecido juntos, sin tantos prejuicios”.

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