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Las protestas contra los recortes marcan el aniversario de la revolución en Portugal

Los capitanes del 25 de abril dan la espalda a la celebración oficial por la deriva política del país

Antonio Jiménez Barca
Una manifestante durante una protesta del movimiento Que se lixe a troika contra las políticas europeas en Portugal en una imagen de archivo.
Una manifestante durante una protesta del movimiento Que se lixe a troika contra las políticas europeas en Portugal en una imagen de archivo. EFE

El 25 de abril de 1974 el sargento José Fernández acudió, con otros miembros de su compañía, a tomar el cuartel general de la policía secreta portuguesa, la PIDE, en Oporto, en una de las acciones que, conjuntamente, iban a derribar de un día para otro y sin apenas disparos, una dictadura de casi medio siglo. Este jueves, 39 años después de aquel levantamiento que derivó en la Revolución de los Claveles, Fernández, ya casi sesentón, volvió a la calle a manifestarse y a servirse de la fecha para, junto a miles de portugueses, protestar en el corazón de Lisboa por la oleada de recortes, ahorro en gasto público y austeridad creciente que soporta el país desde hace casi dos años. “El espíritu de la gente que se manifiesta el 25 de Abril ha cambiado en los últimos tiempos. Antes era el de una celebración. Ahora es el de una revuelta”, dice.

La manifestación la abrían los viejos militares ya jubilados pero detrás de ellos desfiló un número heterogéneo de grupos y personas: sindicalistas, políticos de izquierda, jubilados, médicos, inmigrantes sin papeles, profesores, parados, colectivos de indignados o familias con niños, entre otros, casi todos enarbolando claveles rojos y gritando contra el Gobierno, contra la troika y contra la austeridad.

Un diputado socialista, Duarte Cordeiro, de 35 años, favorable a que el primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, renegocie la deuda a fin de dar un poco más de margen a los ciudadanos asfixiados, tenía claro por qué acudió a la marcha: “Es conveniente repensar los ideales de esa fecha: la libertad y la igualdad, y ver si estamos cerca o lejos de ellos. Hay que saber que la democracia no es algo adquirido para siempre. Y menos en los últimos años, en que tenemos la sensación de que se va perdiendo. A mí no me importaría que Merkel mandase en Europa siempre y cuando pudiese elegirla yo también”.

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Unos metros detrás de Cordeiro caminaba Pedro Oliveira, un profesor de instituto nacido en 1975, un año después de la Revolución del 25 de Abril. Avanzaba con un clavel rojo asomándole por el cuello de la camiseta. Le gustaba la casi mareante mezcla de gentes de la manifestación: “El 25 de Abril sirve para dignificar todas las buenas causas. Todas ganan sentido esta fecha”, dice. Entre ellas, añadía, la de pedir que mejoren (o que no acaben de deteriorarse) las condiciones de trabajo de los profesores a base de recortes en los presupuestos o a base de echar docentes a la calle. Oliveria recuerda que muchas clases de instituto en Portugal tienen ya 30 alumnos por aula, una ratio difícil de controlar y de manejar. Y que aumentará con los años. Y luego añadió: “Yo no trabajo en un instituto público. Lo hago en uno privado, enseñando Matemáticas. Pero más allá de las matemáticas, procuro inculcar a mis alumnos cierto sentido de la responsabilidad, que sepan que son privilegiados, y que hay un mundo real ahí fuera que cada vez va peor”.

Los miles de personas que componían la variopinta marcha, al son de frases insultantes contra la troika o contra el Gobierno o en un silencio algo oscuro que es más hartazgo que resignación, recorrió la Avenida de la Libertade hasta llegar a la Praça do Rossio. Se ponía fin así a una jornada de conmemoración que cada vez es más reivindicativa, que había comenzado por la mañana en el Parlamento, en una ceremonia solemne llena de discursos oficiales (en el suyo, el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, justificó y defendió estos dos años de ajustes a fin, según él, de regresar a los mercados con garantías) y que terminaba en la calle, donde un extraño personaje, abonado a estas marchas, caminaba disfrazado de esqueleto con un cartel que rezaba: “Que alguien me saque de esta película”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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