La oposición estudiantil se vuelca para exigir elecciones limpias en Venezuela
Los jóvenes fueron clave en la única derrota electoral de Chávez, en 2007. El Gobierno los acusa de estar manipulados por el imperialismo
“Manitos blancas”, los llaman despectivamente desde el Gobierno revolucionario de Venezuela y su red de medios. El apelativo se refiere al gesto que el movimiento estudiantil opositor usa en algunas manifestaciones, en las que se pintan de blanco las palmas de la mano y las extienden como símbolo de protesta pacífica. Pero con ese mote el oficialismo expresa, sobre todo, su sospecha de que ese movimiento no es espontáneo sino una infiltración foránea, estimulada por EE UU e inspirada por las experiencias del Otpor serbio y otros grupos juveniles de desobediencia civil en las repúblicas ex soviéticas, cuyas “mejores prácticas” para la insurgencia no violenta recogen los manuales del consultor norteamericano Gene Sharp.
Espontáneo o prefabricado, autóctono o importado, en todo caso, el autodenominado Movimiento Estudiantil Venezolano ya se mostró en 2007 como una eficaz herramienta de influencia electoral. Ese año, cuando nació como protesta contra el cierre del opositor canal de televisión RCTV, resultó decisivo para propinar a Hugo Chávez la única derrota electoral que sufrió en su efervescente carrera política: el electorado rechazó entonces en referéndum la amplia reforma constitucional que el líder bolivariano impulsaba. Y a casi dos semanas de las elecciones donde se escogerá al sucesor de Hugo Chávez como nuevo presidente de Venezuela hasta 2019, la pregunta vuelve a ser, ¿tendrán los estudiantes la capacidad de incidir en los resultados?
Lo comprobable es que mantienen su protagonismo intacto. Su presión –primero, acampando ante la Embajada de Cuba, y luego, con una huelga de hambre ante la sede de la Dirección de la Magistratura- fue clave para que el gobierno interino del entonces vicepresidente –y desde el 7 de marzo, presidente encargado- Nicolás Maduro diese a conocer informaciones sobre el paradero y estado de salud del comandante Chávez, convaleciente de un cáncer que a la sazón resultó fatal.
Desde hace semanas, bajo el nombre en código de Operación Soberanía, sus protestas se enfocan en la petición de condiciones electorales justas. El pasado jueves, cuatro de ellos resultaron heridos cuando marchaban hacia la sede del Consejo Nacional Electoral (CNE), en el centro de Caracas, donde esperaban entregar sus exigencias al ente comicial. En el trayecto, fueron repelidos por grupos de base del chavismo.
Ese mismo día, en un acto de precampaña en El Tigre, estado Anzoátegui (al este de Venezuela), Maduro reveló que a los dos agregados militares de la Embajada de Estados Unidos en Caracas, David Delmonaco y David Kostal, que su gobierno expulsó del país el 5 de marzo –fecha en la que, unas horas más tarde, se anunció el deceso de Chávez- "también los expulsamos porque ellos de manera directa daban órdenes, orientaciones y dinero a este mismo grupo que hizo la huelga de hambre", refiriéndose a los estudiantes.
El señalamiento y la atención que le dedica el presidente encargado y candidato gubernamental no hacen sino ratificar el relato oficial acerca del movimiento: es un instrumento del imperialismo para socavar la revolución. Al tiempo, subrayan el enigma que este tipo de disidencia representa todavía para el proceso bolivariano.
El chavismo se resiente de que el Movimiento Estudiantil ponga de relieve la escasa pegada del ideario revolucionario entre los jóvenes. Los votantes menores de 25 años de edad equivalen a 14% del padrón electoral. Los estudios muestran que el votante más leal al chavismo suele ser de sexo masculino, mayor de 45 años y de clases sociales más bajas. El voto joven se reparte entre las opciones de oposición o forman parte de la clientela electoral del chavismo poco ideologizada y, por lo tanto, poco leal y muy erosionable.
Junto a ello, los estudiantes suscitan simpatías naturales. Tradicionalmente, las universidades autónomas del Estado –las más antiguas y grandes del sistema de educación superior en Venezuela- han sido viveros de irreverencia frente al poder establecido, y la represión contra ellas suele tener efectos contraproducentes de expansión de la protesta.
Desde que el movimiento afloró en 2007, sus voceros consiguen gran reconocimiento mediático e internacional. Yon Goicochea, una de las caras más visibles de la primera camada de 2007, que estudia en la actualidad en la Universidad de Columbia en Nueva York, recibió en 2008 el Premio Milton Friedman para el Avance de la Libertad que cada dos años otorga el Instituto Cato, un think tank norteamericano que impulsa la agenda liberal, con una recompensa de medio millón de dólares. Roberto Patiño, un joven ingeniero de la Universidad Simón Bolívar (USB) de Caracas y líder de Voto Joven –una organización no gubernamental para incentivar la participación de los jóvenes- fue uno de los cinco casos internacionales presentados en el documental estadounidense de 2012 From a Whisper to a roar, cuyas viñetas de civiles enfrentados a regímenes autoritarios en Malaisia, Egipto, Ucrania, Zimbabue y Venezuela, se inspiraron en el trabajo del profesor de la Universidad de Stanford, Larry Diamond.
Otros, como Freddy Guevara, Stalin González, David Smolansky o Diego Scharifker, continuaron haciendo carrera como cuadros de partidos políticos o representantes en organismos colegiados como la Asamblea Nacional y los Consejos Legislativos locales.
Sin embargo, las amplias expectativas que generan durante su etapa estudiantil, con frecuencia, quedan frustradas en su posterior trayectoria individual como políticos de carrera. La posibilidad de que de esta fuente renueve la clase política de una oposición que todavía intenta desembarazarse de su asociación con la llamada democracia de Punto Fijo (1958-1998) -que llevó al descrédito de los partidos tradicionales-, aún sigue latente, mientras algunos de sus líderes en potencia se extravían en la burocracia de los partidos o incurren en prácticas propias de las autoridades que criticaban.
Esta incapacidad se hizo evidente este martes, cuando el diputado suplente por el estado Miranda, Ricardo Sánchez –ficha de la oposición, ex presidente de la Federación de Centros Universitarios (FCU) de la Universidad Central de Venezuela, y líder de la generación de 2009 del movimiento-, anunció, junto a dos de sus colegas, que retiraba el apoyo a la candidatura presidencial del gobernador del estado Miranda, Henrique Capriles Radonski, en lo que parece ser el preámbulo para su adhesión a las filas del chavismo. Luego, en un programa de la principal televisión del estado, Sánchez advirtió que la oposición se propone en secreto generar desórdenes públicos que propicien y justifiquen su retiro de las elecciones del venidero 14 de abril. “Nosotros reivindicamos el derecho a la protesta”, aseguró, “pero lo que no reivindicamos aquí es que pretendan, como lo quisieron hacer con nosotros en el año 2007, manipular el movimiento estudiantil para generar situaciones con saldo lamentables”.
La mudanza de Sánchez dio lugar en las redes sociales a acusaciones de soborno y deslealtad en su contra. Goicochea criticó su “salto de talanquera”, a lo que Sánchez replicó recordando que el premio a Goicochea lo había financiado la petrolera Chevron “como pago de sus servicios”.
Los implicados de esos dimes y diretes ya no hablan en nombre del Movimiento Estudiantil. Hoy, la coordinación y vocería de ese grupo, por naturaleza horizontal y descentralizada, corre a cargo de nuevos líderes, entre ellos, los dirigentes de la Universidad de Los Andes (ULA), Gaby Arellano y Villca Fernández, o de la Universidad de Carabobo (UC). Llevan a cabo espectaculares acciones de sensibilización pública, como la del pasado miércoles, cuando de manera sincronizada tiñeron de rojo las aguas de las fuentes en plazas públicas de siete ciudades venezolanas, incluyendo Caracas, como protesta simbólica por los altos índices del crimen que padecen los ciudadanos en Venezuela.
Ahora, bajo la ojeriza del gobierno y las expectativas del sector opositor de la población, que padece de escasez de tribunas para la expresión y de representantes confiables, los dirigentes estudiantiles buscan arreglárselas para conseguir un cambio en las condiciones de la contienda electoral en un plazo más que perentorio.
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