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Columna
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Berlín 18027200000

El destino de la UE está en manos de la mujer a la que no molesta el nombre de canciller de Hierro

Francisco G. Basterra

Este mal año europeo que se acaba no ha sido, como muchos pronosticaban, el del final del euro, y con él el de Europa. Seguimos arrastrando los pies a paso de cangrejo, el viejo método Monnet, arquitecto de la Unión Europea, que preconizaba el avance paso a paso mediante medidas de integración económica que el tiempo, sabio, cristalizaría en una unión política más estrecha. “Las crisis son el gran unificador”, defendía Monnet, y la actual, tan profunda, podría acabar siéndolo. Enterrar un proyecto tan complejo y ambicioso que agrupa a medio billón de personas es, como dijo Mark Twain de su supuesto fallecimiento, “una noticia aún prematura”. El 2012 sí nos ha permitido constatar el dominio, sin contrapeso, de Alemania en Europa. Nunca un canciller alemán en la historia, ni siquiera el Adenauer fundador de la República Federal, ni Kohl, el reunificador de las dos Alemanias, tuvo tanto poder e influencia sobre Europa como el que ejerce Angela Merkel. Para la revista Forbes, Merkel es el segundo personaje más poderoso del mundo tras Obama. Detestada, temida o respetada, según sea vista desde Atenas, Lisboa, Madrid, Roma, París, o Viena, no cabe duda de que esta antigua doctora en Física, hija de un pastor protestante, que se educó en la Alemania comunista, es la persona del año para millones de europeos.

No era fácil verlo después de la última guerra mundial, pero el escritor Thomas Mann, el autor de La Montaña Mágica, tuvo la anticipación en 1953 de advertir a los alemanes que nunca más persiguieran una Europa alemana sino que se contentaran con lograr una Alemania europea. Merkel piensa que no le hará daño a Europa ser un poco alemana. El destino de la UE se dirige desde Berlín y lo tiene en sus manos la mujer a la que no molesta el calificativo de canciller de Hierro. Es tópica la idea de que Europa no tiene un teléfono único al que se pueda llamar. Ya lo tiene, y no es el de Barroso ni el de Van Rompuy, es el de Merkel: Berlín 01802720000. El teléfono de la Cancillería de hormigón y vidrio, asomada al río Spree, junto al Reichstag. Apúntenlo. El corazón de Europa es alemán; Europa habla el idioma de Goethe y Beethoven; los jóvenes españoles con sus títulos de ingenieros, médicos, arquitectos, no con la maleta de cartón como medio siglo atrás sus abuelos, emigran a Alemania en busca de trabajo. Angela Merkel, la niña que no se atrevía a saltar del trampolín en las clases de natación en la RDA, también duda ahora, sin atreverse a liderar con decisión la Europa unida; finalmente devino en la niña de Rajoy, que el presidente español ha hallado ahora en su papel de estricta maestra en la escuela de los niños periféricos echados a perder por sus dispendios, con su programa único de disciplina fiscal y reformas estructurales, sin hacer prisioneros.

La canciller ve a Europa en términos contables, de euros y céntimos, y le preocupa su pérdida de relevancia mundial debido a la falta de competitividad. Admira la disciplina y eficiencia económica con que China ha surgido como potencia mundial. La revista Der Spiegel explica que Merkel ha optado por una política de “imperialismo pedagógico” basado en tres datos que repite incansable: Europa representa únicamente el 7% de la población mundial, el 25% de la producción de la economía global, y el 50% de los gastos sociales de todo el mundo. Si continuamos en esta línea, concluye, corremos el peligro de convertirnos en un parque temático Disney para los turistas chinos. Su visión de Europa no es emocional, no es una gran visión; como el pensador liberal Karl Popper, opina que “la gente que tienes visiones debe ir al médico”. Contempla a la UE desapasionadamente, con la frialdad de su formación científica.

Su método es el paso a paso, desconfía de las panaceas. Con esta fórmula, a veces exasperante, está haciendo tragar a los alemanes, que todavía no han digerido el coste de la reunificación, la necesidad de continuar apuntalando la moneda única; el apoyo a Europa de Alemania se cifra en 400.000 millones de euros. Todo ello sin perder apoyo electoral para llegar al próximo septiembre y repetir por tercera vez como canciller. El sociólogo Ulrich Beck utiliza el apodo Merkiavelli para explicar, en su ensayo Una Europa Alemana, editado por Paidós, cómo Merkel controla Europa. “Su posición respecto a las ayudas financieras a los países endeudados no es ni un claro sí, ni un claro no, sino un jein, sí pero no; se basa precisamente en la falta de iniciativa, en titubear con cálculo. En la mezcla de indiferencia, rechazo y compromiso hacia Europa reside la posición de poder alcanzada por Alemania en la Europa asolada por la crisis”.

El destino de la UE está en manos de la mujer a la que no molesta el nombre de canciller de Hierro

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