El ‘sorpasso’ chino
Según la aspiración china y la aprensión occidental, con los nuevos líderes se adelantará a EE UU
En los años sesenta el comunismo italiano acuñó la idea del sorpasso, el adelanto en las urnas a la Democracia Cristiana, que había dominado la política del país desde la posguerra. Pero el PCI de Enrico Berlinguer se quedó con las ganas. Desde el día 8 hasta hoy inclusive se celebra en Pekín el 18º Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que con sus 2.200 delegados elegirá la próxima dirigencia nacional, llamada, según las aspiraciones chinas y la aprensión occidental, a efectuar el sorpasso de EE UU. Poco sabemos sobre los recónditos pasillos del poder en China, por lo que será mejor concentrarnos en lo que sí sabemos.
Se sabe que Xi Jinping sustituirá a Hu Jintao como líder del partido y presidente de China; que Li Keqiang sucederá a Wen Jiabao como primer ministro; que Xi tiene extensas relaciones en el Ejército y es de pedigrí inmaculado, hijo de la mano derecha de Zhou Enlai, antigua eminencia gris de Mao. Pero, sobre todo, sabemos que esta quinta generación de líderes debería ser la del gran aterrizaje planetario de Pekín. ¿A qué tanta osadía?
Sabemos que en 2010 China adelantó a Estados Unidos como primer país consumidor de energía; que en 1994 empezó a importar fuel para abrevar su voraz desarrollo, y su consumo de combustible se calcula que deberá haber aumentado un 120% para 2035; que si en 1995 deglutía casi cuatro millones de barriles de crudo diarios, en 2010 ya eran nueve millones —contra 18 de EE UU— y que completaba su dieta con inagotables reservas de carbón hasta cubrir el 60% de sus necesidades; que los mares del Este y el Sur de China rebosan de petróleo y la disputa con Tokio por un puñado de islas, Diaoyu, que los japoneses ocupan y llaman Senkaku, además de por las Spratleys y Paracelso, que reivindican Vietnam, Taiwan, Filipinas y Malasia, es un juego de posiciones por el control de esas riquezas.
Sabemos que China dobla su PIB cada 10 años desde 1990, y que, con la botadura de lo que ya es segunda Marina de guerra del mundo —lejos de los 589 capital ships de Washington— le permiten especular con que el Pacífico sur se convierta en un lago de Pekín. Y todo ello sin rehuir una ya incipiente guerra fría con EE UU, que procede a una reorientación de sus intereses estratégicos de Asia central a esos mares.
Cuesta ponerle nombre al sistema ideológico chino, quizá socialismo de mercado, pero bajo el férreo control del PCCh, que es hoy casi un club, lo que los ingleses llamaban el old boy’s network de Eton y Oxbridge, un lobby de lobbies para el progreso económico y político de sus militantes. En los últimos 10 años han ingresado 10 millones de nuevos miembros en el partido para un total de 82,6 millones, pero los destinados a la alta jerarquía reciben una formación especialísima en instituciones como la Escuela Nacional de Administración —¿la ENA (École Nationale d'Administration) china?—, fundada en 1994, cuyos misacantanos tienen acceso irrestricto a Internet y publicaciones extranjeras, o la Escuela Central del Partido, de la que fue director el propio Xi. Es un tejido de adoctrinamiento, formación e intereses compartidos no tan distinto del que formaba el mandarinato imperial, a cuyas filas se accedía tras exhaustivos exámenes dentro de la propia casta.
La probable decisión de reducir de nueve a siete miembros el Comité Permanente del Politburó parece vincularse a un forcejeo por el poder entre la facción saciada y sus allegados como Xi, y los partidarios de una renovación más urgente, en la que parecen haberse impuesto los primeros; una coterie que ve limitada a dos mandatos de cinco años la permanencia en el cargo. Xi Jinping hasta 2022.
Esa es la China que inquieta a Occidente, hace chiribitas en los ojos a América Latina, y en la que España apenas cuenta. La primera traducción de El Quijote se hizo del inglés en 1925, y la versión directa del español solo en los setenta; una China que se abre al mundo, en la que la protesta popular hasta por razones medioambientales habla de desarrollo y clase media, y un PCCh que se legitima por el progreso. Una China en la que el rencor antioccidental por el colonialismo que sufrió de 1840 a la primera mitad del XX alcanza al ciudadano común, como puede comprobar cualquiera que visite el país y entable contacto con la población. Es la China que viene.
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