Holanda se dirige hacia la incertidumbre a 24 horas de las elecciones generales
Liberales de derecha y socialdemócratas empatan a un día de los comicios El país afronta unas negociaciones casi imposibles para formar Gobierno
Los liberales de derecha y los socialdemócratas se disputan el poder en Holanda en el último tramo de las elecciones generales de mañana, en las que no se vislumbra un ganador claro. A pesar de la maestría a la hora de pactar que caracteriza a la clase política holandesa, ambos partidos en cabeza tendrán que hacer contorsiones para formar un Gobierno estable. Como las coaliciones llevan tiempo, y podrían incluir a liberales de izquierda y cristianodemócratas, la situación resultará cuando menos curiosa para el resto de Europa.
El primer ministro saldrá del partido ganador, pero el color de su Gabinete será objeto de duras negociaciones. Dependerá tanto de las concesiones hechas sobre el programa electoral defendido, como del margen de maniobra concedido al vencedor por los partidos pequeños que entren en su órbita. Además, ninguno de éstos quiere tratar con la extrema derecha ni con la izquierda, mucho más dispuesta a ciertos arreglos.
Entretanto, las citas políticas deben mantenerse, y los presupuestos generales del Estado serán presentados de todas formas independientemente del resultado. La cita es el 18 de septiembre, apenas una semana después de los comicios. Pero el documento lleva la firma del Ejecutivo de centro derecha saliente, y los sindicatos han amenazado con ir a la huelga si esas cuentas no son canceladas.
La campaña, plena de debates, entrevistas y comparecencias de los candidatos hasta en los programas infantiles, ha marcado el descenso de la democracia cristiana. De ser uno de los partidos tradicionalmente poderosos y al que nadie cuestionaba su autoridad, ha pasado al batallón de los medianos. Pero tanto ella como los liberales de izquierda pueden crecerse a partir de mañana. Un chiste publicado en el rotativo NRCHandelsblad ha descrito con sorna la situación. En su portada, muestra a dos duendes enanos sujetando la llave que abre el despacho del primer ministro, conocido como La Torrecita.
Mark Rutte, primer ministro liberal dimisionario, ha intentado evitar que la sombra negociadora confundiera más de lo necesario al electorado. Ha eludido el enfrentamiento con sus rivales, y ha llegado a decir que su partido “es el mejor para que las madres solteras encuentren empleo y se liberen de los subsidios”. A su vez, ha recordado al país que su voto es lo único decisivo, dando imagen de estadista. Una estrategia que le ha valido un 45% de ciudadanos satisfechos con sus cualidades.
Lo que no ha podido lograr es frenar el ascenso de un antiguo activista de Greenpeace que lleva una década en la política y ha vivido en un barco anclado en los canales. Diederik Samsom, el socialdemócrata que le pisa los talones, tiene 41 años (contra los 45 de Rutte) y califica de “política podrida” cualquier plan de la derecha.
“El cambio está en el aire. Los liberales de derecha y la democracia cristiana miraron impasibles cuando se hundían los puentes. Juntos podremos repararlos” ha dicho Samsom. Físico nuclear de formación, sucedió a Job Cohen, antiguo alcalde de Ámsterdam, que perdió pie al lanzarse a la carrera política oficial. Casado y con dos hijos, Samsom sorprendió a los holandeses al conseguir explicar con gran claridad, en televisión, el accidente de la central japonesa de Fukushima en marzo de 2010. Ahora se ha revelado como un tipo sereno que media entre sus rivales políticos sin dar la sensación de paternalismo.
Su problema es la falta de experiencia gubernamental. Rutte fue dos veces secretario de Estado (de Asuntos Sociales y Educación). De alzarse ganador, el socialdemócrata llegaría al poder directamente desde un escaño parlamentario donde ha sido portavoz de Energía. Y menos de seis meses después de hacerse con el liderato de su grupo. Una sorpresa, aunque Rutte también fue primer ministro en 2010 con poco rodaje como jefe.
A la incertidumbre de la elección se suma la novedad de la formación de Gobierno. Por decisión del Parlamento, la reina Beatriz ya no participa en el proceso. Solo se hará la foto de rigor con el nuevo equipo y recibirá a los distintos ministros. Para aligerar las complicadas negociaciones que se avecinan, Gerdi Verbeet, presidenta del Congreso, ha tenido una idea. Antes de dimitir de su cargo el próximo 19 de septiembre, hablará con los jefes de todos los partidos para recabar su opinión sobre los posibles pactos. Si hay acuerdo en sentarse a negociar, las rondas empezarán de inmediato.
Con todo, los Gobiernos holandeses se cuecen a fuego lento. Y aunque la crisis apremia, los ganadores y sus aliados de urgencia pueden necesitar más borradores que nunca para llegar a un acuerdo.
Nombres similares e ideales parecidos
Nunca la profusión de partidos holandeses con nombres similares y parecidos ideales había sido tan visible. Gracias a los grandes debates televisivos, que sumarán seis al final de la campaña, el votante está más informado. La fluctuación de los sondeos muestra también su indecisión a un día escaso de la apertura de las urnas. Hasta que llegó la crisis, las elecciones eran un trámite burocrático de altura: con líderes educados, calles limpias y carteles colgados en los paneles dispuestos para ello por el ayuntamiento. Solo permanece intacto el apartado urbano. Aceras y plazas siguen impolutas y las fotografías de los candidatos asoman juntas en vistosos collages. Los debates, por el contrario, han generado encuestas diarias que han elevado la temperatura.
El formato escogido por todas las cadenas para enfrentar a los candidatos ha dejado la sensación de que faltaba análisis. En lo personal, y a excepción del xenófobo Geert Wilders, que ha aprovechado su facilidad de palabra para lanzar puyas, el resto de los líderes ha sido comedido. Pero el poder de la imagen ha supuesto un descubrimiento tardío en el país responsable de programas como Gran Hermano. Mark Rutte, primer ministro saliente, se puso pálido cuando el socialdemócrata Diederik Samsom le dijo que mentía. En horario de máxima audiencia, el primero aseguró que la economía no crecería con las ideas de su rival. No era cierto. Las cifras que barajaban los liberales no cuadraban, y ese resbalón ha dañado la credibilidad de Rutte. Tanto, que se recuerda como el punto de inflexión en el conjunto de la campaña. Nadie se ha atrevido después a hacer ciertos cálculos. Con todo, Emile Roemer, cabeza de lista del socialismo radical, lleva la peor parte.
La pantalla le retrata como afable e idealista. No pierde la sonrisa y parece un buen tipo, pero tal vez sin la madera de líder necesaria para capear el temporal financiero. Antes de los debates encabezaba los sondeos. Su terreno lo ocupa ahora la socialdemocracia. De modo que Roemer ha hecho una propuesta. En el futuro, desearía que la fase final de las campañas electorales excluyera las encuestas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.