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El ‘rais’ que nunca dormía en la misma cama

El fundador de Al Fatah era consciente de que se movía en un mar de enemigos y de que tanto su vida como su lucha por Palestina dependían de que no se fiara de nadie

Yasir Arafat en una imagen de archivo de 2004.
Yasir Arafat en una imagen de archivo de 2004.Muhammed Muheisen (AP)

Eran las dos de la madrugada del 24 de enero de 1990 cuando después de una larga hora de dar vueltas a toda velocidad por Túnez y sus alrededores, el coche se detuvo en una humilde casa de dos pisos. Una veintena de hombres sin uniforme pero con el Kalashnikov calado paseaban o charlaban sentados sobre dos catres a la entrada. Arriba, en un pequeño despacho se presentó sonriente Yasir Arafat, pidiendo disculpas por la hora de la entrevista y porque el día anterior, tras una operación de despiste semejante y una espera en otra casa, el líder palestino no apareció.

Arafat era un obseso de la seguridad y esa obcecación fue lo que le mantuvo vivo hasta que se apoderó de su cuerpo y de su férrea voluntad, a mediados de octubre de 2004, una extraña enfermedad, que ahora un análisis del Instituto de Radiofísica del Hospital Universitario de Lausana identifica con envenenamiento por polonio 210. Fundador de Al Fatah (La Conquista) en 1957, Arafat era consciente de que se movía en un mar de enemigos tanto externos como internos y de que tanto su vida como su lucha por Palestina dependían de que no se fiara de nadie.

Esa desconfianza hacía que ni sus más allegados supieran donde se encontraba. Hasta su decisión en 1993 de instalarse en los territorios ocupados como jefe de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) casi nunca dormía dos días seguidos en la misma cama. Una cita con Arafat era una cita a ciegas. No se sabía donde se celebraría, ni cuándo, ni cómo. En sus cuarteles generales de Jordania, Líbano y finalmente Túnez, los encargados de su agenda organizaban sus entrevistas dejando en “manos de Alá” la confirmación de los encuentros con los embajadores, periodistas e incluso dignatarios extranjeros que acudían a visitarle.

Arafat se colgó la pistolera y no se separaba nunca de su arma desde que a mediados de la década de los 50 del siglo pasado formó las primeras células de fedayines (combatientes) para realizar misiones guerrilleras y terroristas contra Israel. Esta medida de seguridad, que el dirigente palestino consideraba inquebrantable, granjeó no pocos problemas de protocolo a su equipo cuando visitaba oficialmente algún país o se entrevistaba con algún jefe de Estado.

Líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) desde 1969, Arafat se convirtió en la bestia negra del Mosad (el poderoso servicio secreto israelí), cuando tras el duro enfrentamiento mantenido con Jordania, que costo la vida a miles de palestinos, en septiembre de 1970, la OLP cambió su táctica guerrillera por acciones terroristas, en un empeño desesperado porque la causa palestina no cayera en el vacío. Para entonces, Arafat ya contaba con 25.000 hombres armados, pero el ataque de la Organización Septiembre Negro (OSN) —que estaba integrada en la OLP y mandaba el brazo derecho de Arafat, Abu Iyad— contra el equipo olímpico israelí, que se encontraba en la villa olímpica de Munich para los juegos de 1972, acabó con muchas de las simpatías internacionales que el líder de la OLP había conseguido para su lucha.

El Gobierno israelí no se dejó achantar y desató también una guerra sucia contra los activistas palestinos, con asesinatos selectivos de líderes de la OSN y de la OLP y sangrientas incursiones de los cuerpos especiales del Ejército en las dependencias palestinas y en campos de refugiados. Uno de los asesinatos más espectaculares fue el del lugarteniente de Arafat, Abu Yihad, en su casa de Túnez, en abril de 1988.

La obsesión de Arafat con la seguridad se convirtió entonces en paranoia, en la que se incluyó el temor a ser envenenado. Sus allegados contaban que el líder de la OLP solo comía después de que un fedayín probara su comida. Después de que Arafat se casara en 1990 con su secretaria Suha Tawil, ni siquiera ella conocía muchos de los movimientos de su esposo. Nadie sabe por qué Suha se negó a que hicieran la autopsia al cadáver de Arafat, cuando su médico Ashraf el Kurdi pidió que la hicieran al igual que los forenses del hospital militar francés de Percy, cerca de París, donde el dirigente palestino murió dos semanas después de su hospitalización. Un año antes, en septiembre de 2003, Ariel Sharon decidió en una reunión secreta de su Gobierno que había que “eliminar” a Arafat porque era un “obstáculo para la paz”.

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