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Reportaje:LA ENFERMEDAD DE ARAFAT

Una mujer que nunca se calla

Desde su matrimonio con el líder palestino, Suha Arafat ha provocado numerosos incidentes por sus declaraciones

Suha Tawil y Yasir Arafat se casaron secretamente en Túnez en 1990. Él acababa de cumplir los 62 años, ella apenas tenía 28. Se habían conocido algunos meses atrás en Ammán, cuando él se encontraba en la cúspide de su carrera político-militar y ella trabajaba ocasionalmente como periodista freelance de una revista francesa. Lo suyo fue un pacto a primera vista. Arafat decidió contratarla como responsable de relaciones públicas de su oficina de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Túnez, pero Tawil prefirió convertirse en su secretaria. Después se hicieron amantes.

Aparentemente, el encuentro no les cambió la vida; el viejo combatiente de la OLP continuó con sus hábitos ascéticos, su sempiterno uniforme verde-oliva militar y sus comidas frugales; la muchacha siguió aferrada a sus costumbres mullidas, a sus gustos dudosamente exquisitos, pero caros, a sus vestidos de diseño y sobre todo a sus caprichos. Eran diferentes incluso sus hábitos cotidianos: a él le gustaba trabajar por la noche hasta bien entrada la madrugada, mientras que ella prefería irse a dormir temprano después de una cena entre amigos. La religión también les separaba; a pesar de que ella se había convertido al islam y peregrinando en La Meca, tenía el dormitorio lleno de cuadros y estampas de santos.

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Su vida matrimonial empezó siendo un desastre y acabó hecha jirones 10 años después con el estallido de la Intifada, cuando tras los primeros bombardeos israelíes, ella optó por marcharse a París con su hija Zahwa, a la sazón de cinco años, y él acabó encerrado en Ramala. La residencia familiar de Gaza, frente a la playa, un palacete sencillo de una sola planta alquilado a un empresario local, donde aparentemente habían pasado el periodo más largo y feliz de sus vidas, es hoy una montaña de escombros. Hace pocos días se reencontraron, esta vez entre las ruinas de la Muqata.

La reaparición de Suha Arafat en la vida pública palestina ha hecho emerger viejas historias que se creían ya olvidadas. Hija de una acomodada familia de Cisjordania de religión cristiana -su padre era un rico banquero, y su madre, una conocida poeta y periodista-, creció a caballo de Jerusalén, Ramala y Nablús, para acabar en un colegio de monjas en París. Estudió Económicas en la Sorbona, donde se reforzaron sus gustos exquisitos y refinados, y aprendió a hablar un perfecto francés con acento parisiense, que le permitió durante sus años de Túnez acercarse a la aristocracia local y ganarse más que cualquier otro exilado palestino el calificativo de La Tunecina o Madame Susu.

En la biografía de Suha se mezclan en ocasiones la realidad con la leyenda. Se asegura que el presidente Yasir Arafat le hizo desde un primer momento confidente de las cuentas secretas que la OLP tenía en el exterior, especialmente en Suiza, a cuyo nombre colocó importantes cantidades de dinero, facilitándole incluso las claves y los códigos. Se asegura que todo ello le ha aportado a la mujer una fortuna personal que asciende a unos 3.000 millones de dólares. Sin olvidar la supuesta influencia que ejercía sobre su marido, en temas especialmente delicados, en momentos críticos, en los que se trataba de llegar a una fórmula de compromiso, pero que ellos los arreglaban de un simple manotazo, con una buena dosis de infantilismo o de izquierdismo.

Suha nunca se cortó la lengua. Por ejemplo, no lo hizo en 2000 cuando en el transcurso de una visita del presidente estadounidense Bill Clinton a los territorios palestinos provocó un incidente diplomático al acusar a los israelíes de envenenar el medio ambiente y las aguas provocando numerosos casos de cáncer entre la población. Tampoco se calló meses después en una entrevista a un periódico saudí cuando defendió los atentados suicidas en el marco de la Intifada contra la población civil en Israel, o cuando analizaba de manera despectiva los pactos puntuales con los que se intentaban seguir impulsando los Acuerdos de Oslo, o simplemente al hablar de la reconciliación imposible entre israelíes y palestinos.

Ayer Suha volvió a no callarse, cuando desde París no dudó en acusar a los líderes palestinos de complotar contra su marido, intentar "enterrarlo en vida". Pero en este caso no es infantilismo ni puerilidad. Quienes la conocen y la han tratado aseguran que detrás de estas frases aparentemente desafortunadas se esconde en realidad la angustia de una esposa que se resiste a perder a su marido y el temor de una patriota por ver cómo se desvanece su sueño de libertad e independencia.

Suha Arafat, el 28 de octubre en Cisjordania.
Suha Arafat, el 28 de octubre en Cisjordania.REUTERS

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