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¿A la enésima va la vencida?

Los líderes europeos buscan encarrilar una crisis que se les ha resistido en decenas de cumbres

Transeúntes ante el edificio del Parlamento Europeo en Bruselas.
Transeúntes ante el edificio del Parlamento Europeo en Bruselas.FRANÇOIS LENOIR (REUTERS)

“Tarde y mal, como siempre”. Habla en confianza quien revela lo que realmente se piensa en las instituciones comunitarias sobre el modo de abordar la crisis que ha llevado al euro al borde del precipicio. Reserva el comunicante para el intercambio privado el enfoque exactamente contrario a lo que defiende en público desde su alta responsabilidad, en este caso sobre los 100.000 millones de ayuda ofrecidos para sanear la banca española: que todo va bien, que se están tomando las medidas pertinentes y que solo hay que dar tiempo al tiempo para que cada pieza encaje en el mecanismo. Tiempo es precisamente lo que no hay y la cumbre de esta semana es un ejemplo de ello: los líderes de la Unión se precipitan sobre los planos de un nuevo diseño del edificio comunitario con la urgencia de quien teme llegada la hora de la verdad. “Que viene el lobo”, se decía en el cuento para los niños. Tanto y durante tanto tiempo se les ha dicho a los mayores “que el euro se hunde, que estalla la UE” sin que hicieran otra cosa que engañarse con parches, que más de uno ve ya al lobo en el redil. Aunque no todos. “Estamos en un momento crítico. Todo está en juego, incluida la supervivencia de la UE”, alerta Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo. “No todos parecen darse cuenta”, le secunda José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión.

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No hay que pasar de la primera página del prólogo de La crisis del euro —el libro-entrevista de Andreu Missé, corresponsal de EL PAÍS en Bruselas durante siete años, y Josep Borrell, a la sazón presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia— para encontrar la clave de lo que está sucediendo. “Los Gobiernos han jugado al póquer con los mercados y han perdido”, decía a finales de mayo de 2010 Borrell en entrevista a este periódico. Aquel mayo en que, precisamente bajo presidencia española de la UE, la España de José Luis Rodríguez Zapatero fue humillada en el Consejo Europeo extraordinario celebrado el día 7, que obligó al presidente del Gobierno a hacer frente a una realidad infantilmente negada durante años: España estaba hundida hasta el fondo en la crisis y debía adoptar drásticas medidas para salir del agujero. Y se tomaron: 5.000 millones de recortes en agosto. Visto en perspectiva, el chocolate del loro. No había presunto responsable político que supiera la dimensión del desastre. Dos años después y en vísperas de otra cumbre, España y la UE dan desesperadas brazadas para no verse definitivamente arrastradas por la corriente.

Contabilizaba el presidente francés François Hollande el mes pasado su estreno en un Consejo Europeo, también extraordinario, como la 24ª cumbre de la Unión desde el estallido de la crisis. Otros manejan otras cifras, porque cumbres regulares y extraordinarias se han ido sucediendo y confundiendo con vertiginosidad desde la primera extraordinaria —e histórica, por ser solo del Eurogrupo, los 17 países que comparten la moneda única— convocada en octubre de 2008 por Nicolas Sarkozy en respuesta al estallido de Lehman Brothers, en su día la mayor quiebra bancaria de la historia. Si a esas citas colegiadas de líderes a Veintisiete se suman las decenas de cumbres parciales (bilaterales y de otra dimensión, como la cuatripartita Italia-Alemania-Francia-España de la pasada semana en Roma) para tratar de la crisis y las innúmeras reuniones del Ecofín (ministros de Finanzas de la UE) y del Eurogrupo (ministros de Finanzas de la eurozona), físicas y mediante teleconferencia, son centenares las ocasiones en que los responsables europeos se han echado el ruedo de la eurocrisis para salir siempre volteados.

"Todo está en juego, incluida la supervivencia de la Unión Europea", advierte Van Rompuy

En el lustro transcurrido desde lo que empezó en 2007 como una crisis bancaria en Estados Unidos desencadenada por el virus de las hipotecas basura, derivó en recesión económica y ahora es una crisis de deuda soberana —para algunos, como España, crisis elevada al cubo con la bancaria y la recesión— ha habido exceso de insuficiencia en la cúpula de la Unión y hasta momentos a lo Neville Chamberlain, el premier británico que llegó de Múnich esgrimiendo triunfalmente en Londres el acuerdo suscrito en 1938 con Hitler y diciendo: “¡Aquí traigo la paz para nuestro tiempo!”. Esa patética imagen evocaban en sala de prensa Van Rompuy y Barroso, al dar cuenta del segundo plan de rescate a Grecia trabajosamente acordado en la cumbre del 21 de julio de 2011, presentado por ambos, y triunfalmente coreado por los restantes líderes europeos, como la salida definitiva a las crisis helena y de la eurozona. Un bluff puesto en evidencia el día siguiente, cuando responsables de sus respectivos servicios intentaban explicar lo acordado y se corregían con estrépito unos a otros. Y eso que eran los técnicos que debían conocer los detalles, significado y alcance de lo pactado, factores que a los jefes, interesados solo en el gesto político del “tranquilidad, que todo va bien”, obviamente se les escapaban.

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A los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión se les escaparían los detalles, pero sus chapuzas, peleas e indecisiones no pasaban desapercibidas a los mercados, despreciados por una eurocracia a la que llevan del ronzal. “Quizá estamos reaccionado en exceso”, comentó tras una nueva cumbre una responsable de la Comisión, lamentando que cada vez que los mercados decían ¡no! los dirigentes europeos volvieran presurosos a la mesa de diseño para trazar un nuevo plan que saciara a los tiburones. Los líderes europeos repudian en público a sus mortificadores, como han hecho ante las reacciones adversas generadas por la indefinición del plan de salvamento a la banca española. “No vamos a tomar nuestras decisiones en función de lo que digan los mercados o las agencias de calificación”, declaran una y otra vez en público dirigentes políticos y portavoces comunitarios. En privado es otra cosa: “Tarde y mal, como siempre”. Y así se llega a la cumbre de estos 28 y 29 de junio de 2012, crucial en virtud de su anunciada ambición de diseñar una UE sólida y viable. Con una salvedad. Los planes de los jefes, que acuden enfrentados a la cita, tienen un horizonte de ejecución imprevisto. Los mercados siguen al acecho y el lunes se pronunciarán.

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