Los egipcios recogen los frutos de la ‘primavera árabe’ en las elecciones
Largas colas para votar en las primeras elecciones libres de la historia del país, que concluirán el jueves
Llegó el gran día. El día de la fiesta democrática, la hora de recoger el fruto más dulce de la primavera árabe. Los colegios electorales han abierto sus puertas de nuevo este jueves para retomar las elecciones. El miércoles, en la primera de la dos jornadas de votación, los egipcios aguantaron largas horas bajo el sol a las puertas de los colegios electorales para elegir libremente a su presidente por primera vez en su historia. Muchos sonreían. Ese era precisamente el momento que llevaban esperando décadas.
Se respiraba felicidad y también orgullo, porque estas elecciones son la consecuencia de una revuelta democrática y popular, la que hace 15 meses destronó a Hosni Mubarak e inyectó toneladas de optimismo en el mundo árabe. La gente de la calle puede derrotar a los dictadores, fue el mensaje que los egipcios lanzaron entonces al mundo y que oficializan ahora con su voto.
La carrera presidencial está muy abierta. A estas alturas no hay un claro favorito y en la calle todos hacen cábalas. Cuatro candidatos destacan entre la docena que compiten, según los últimos sondeos, de dudosa fiabilidad, como quedó patente en los comicios parlamentarios de hace tres meses. Dos laicos, con vínculos con el antiguo régimen y dos islamistas. A la cabeza, pero por poco, figura Amro Musa, el que fuera secretario general de la Liga Árabe y ministro de Exteriores con Mubarak. Le seguirían los otros tres candidatos: Abdel Moneim Abulfutú, un antiguo hermano musulmán que ha sabido conquistar a liberales y salafistas; Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Mubarak que promete pacificar las calles y sacar al país de la ruina, y Mohamed Morsi, el candidato oficial de los Hermanos Musulmanes, una maquinaria bien engrasada, capaz de llegar al último barrio del último pueblo.
Los egipcios acuden a las urnas para decidir quién quieren que sea su presidente, pero también de alguna manera decidirán qué modelo de Estado quieren. Los que se inclinan por un país en el que la sharía, la ley islámica, impregne los textos egipcios, votarán probablemente a los candidatos islamistas. Los que opten por una mayor separación entre religión y Estado, elegirán a alguno de los candidatos más laicistas. Los partidos islamistas dominan con holgura el Parlamento después de su triunfo electoral de principios de año, lo que ha suscitado temores, entre las minorías cristianas y los musulmanes menos conservadores, de que las fuerzas religiosas acaparen un poder desmedido de triunfar también en estas elecciones.
Además del papel del islam, la seguridad en las calles y sobre todo la galopante crisis económica han sido los grandes temas de campaña. El poder que ostentará la junta militar que hasta ahora gobierna el país ha sido un tema que la mayoría de los candidatos ha pasado de puntillas tal vez por ser el más espinoso. Los militares se han comprometido a entregar el poder antes del 1 de julio, cuando debe conocerse ya el vencedor de estos comicios. Si ningún candidato obtiene al menos el 50% de los votos, habrá una segunda vuelta a mediados de junio. El martes se prevé que haya resultados de esta vuelta.
Son minoría los que dudan de que los militares vayan a cumplir su promesa de transferir el poder. La cuestión es cuánto poder están dispuestos a entregar, considerando que el Ejército cuenta con un importante respaldo por parte de la población. Otra cuestión adicional es si los militares están dispuestos a sacar a la luz su opaco imperio económico, que diversos expertos calculan que representa entre el 10% y el 30% de la economía. “El Ejército es una parte muy importante del país y el nuevo presidente deberá lidiar con ellos con calma y cuidado. La transferencia de poder va a ser un proceso largo que podría durar hasta una década”, explica Hisham Kassem, analista fundador de Al Masry al Youm.
La transferencia vendrá en buena medida dictada por una Constitución que aún debe ser redactada. Sin texto Constitucional, las funciones del presidente quedan de momento en el aire. Este es solo uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta el país. Egipto es hoy un país sumido en una profunda crisis económica, azotado por brotes de violencia y una creciente inseguridad que ha conseguido despertar en algunos la nostalgia del antiguo régimen. La transición, en definitiva, no está resultando fácil. Pero todo eso pareció olvidarse por un momento. El miércoles tocaba saborear la democracia. “He pasado los últimos 20 años de mi vida esperando este momento. Hoy es un día muy importante”, explicaba Kassem, el analista, en el salón de su casa. Fuera, hombres y mujeres esperaban en colas separadas para entregar su voto. Los que no lo consiguieron tienen el jueves una segunda oportunidad hasta las ocho de la noche, hora en la que se cierra el telón de esta histórica primera vuelta.
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