Lecciones de la primera vuelta
Al radicalizar sus argumentos, Sarkozy no ha convencido ni a los jóvenes, ni a los obreros, ni a esa parte de la clase media que tiene la sensación de deslizarse hacia la pobreza
A las seis y media de la tarde del domingo, parecía que el suspense se había terminado. Desafiando las leyes francesas, que prohíben cualquier proyección con cifras hasta el cierre de los colegios electorales, a las ocho, los iniciados y los más avispados, conectados a los medios de comunicación belgas y suizos, conocían lo fundamental de los resultados. Los equipos de los candidatos se disponían a repetir hasta la saciedad, fueran cuales fueran los resultados definitivos, que estaban satisfechos de ellos. Y los expertos de los organismos de encuestas pensaban que habían salido bastante bien parados: como se preveía desde hacía semanas, François Hollande había ganado y había superado a Nicolas Sarkozy.
A las ocho de la tarde llegó la conmoción. La participación era mayor de la prevista. Y la sorpresa llegó por los extremos. Marine Le Pen había obtenido un porcentaje muy superior al esperado: rozaba el 20%, mejor que su padre cuando eliminó a Lionel Jospin hace 10 años. En cambio, en la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon había caído hasta alrededor del 10%, muy por debajo de las previsiones. El centro de François Bayrou ha logrado menos de la mitad de sus votos de 2007.
Por primera vez en la historia de la Vª República, el candidato-presidente saliente ha resultado derrotado en la primera vuelta por su adversario. En 1981, Valéry Giscard d'Estaing superó a François Mitterrand, aunque eso no le evitó la derrota en la segunda vuelta. En esta ocasión, François Hollande ha obtenido clara ventaja. Sus partidarios están exultantes. Lo paradójico es que los de Nicolas Sarkozy han recuperado la esperanza: aunque la política y la aritmética nunca han hecho buena pareja, ellos recuerdan, en todas las tertulias televisivas, que la suma de los votos de izquierda no es muy superior a la de los votos de derecha. A las 11 de la noche, un organismo de sondeos proyectaba ya sus previsiones para la segunda vuelta: 54% para el socialista y 46% para el conservador. Las discusiones no tienen fin, los representantes de los partidos de Gobierno se estremecen ante la idea de tener que contar con los bochornosos resultados del Frente Nacional. Pero, mal que les pese, son Marine Le Pen y los siete millones de franceses que la han votado quienes van a determinar el clima de la campaña para decidir la segunda vuelta, el próximo 6 de mayo.
Primera lección del domingo por la noche: los franceses, que, según los medios de comunicación, no hacían más que quejarse del aburrimiento que les provocaban los candidatos y su desconexión con los problemas reales, se han movilizado mucho más de lo previsto.
Segunda lección: el voto de protesta, el que une a esa parte de la sociedad que se siente abandonada, impotente frente al paro, amenazada por la inmigración, Europa y la globalización, ha ido a parar de forma masiva al Frente Nacional.
Tercera lección: la estrategia hiperderechista de Nicolas Sarkozy ha fracasado. Al radicalizar sus argumentos y acercarse a la extrema derecha aún más que en 2007, el presidente saliente no ha convencido a los obreros, los jóvenes ni los parados, ni tampoco a una parte de la clase media que tiene la sensación de estar deslizándose hacia abajo en la escala social.
Cuarta lección: François Hollande lo ha hecho todo bien desde las primarias socialistas. Ha esquivado todo lo que podía dividir a un electorado fatigado por los años de Sarkozy. Ha conseguido desactivar la amenaza que representaba Jean-Luc Mélenchon a su izquierda y convencer de la necesidad de un voto «útil» desde la primera vuelta.
«¡Ahora empieza esto de verdad!», gritaron, casi al unísono, los duelistas que se enfrentarán en la segunda cita. Sarkozy busca el cuerpo a cuerpo que el socialista, con suma prudencia, ha evitado hasta ahora. Quiere varios debates televisados, y no uno solo, como manda la tradición. Pretende volver a hacer valer su experiencia, su dominio de los asuntos, sus cualidades de presidente, su energía frente a un adversario que hasta ahora le ha opuesto su calma, su «normalidad» y una gran capacidad para decir vaguedades. Hollande va a continuar y ampliar la estrategia que tan bien le ha servido hasta ahora: transformar estas elecciones presidenciales en un referéndum contra Sarkozy. Ya ha recibido la adhesión de Mélenchon y los ecologistas, y ahora atacará el balance del presidente saliente y defenderá la justicia social y la reducción de las desigualdades como corresponde a un candidato de izquierdas, que quizá pueda seducir así a los electores de centro a los que asusta la extrema derecha. Pero también debe tener en cuenta el voto de protesta –casi un tercio de los electores del domingo— y volver a llevar al seno de la izquierda de Gobierno a todos los que se sienten abandonados por ella. Sarkozy, por su parte, no tiene más remedio; solo en la extrema derecha puede aspirar a lograr cierta recuperación. Inmigración, protección, seguridad: esos son los temas que sus partidarios desarrollan desde anoche. El ejercicio más difícil va a ser el relacionado con Europa. Ya ha puesto en tela de juicio Schengen y al Banco Central. Cuando la Unión Europea es el chivo expiatorio de todos los malestares, ¿cómo criticar más una política a la que él mismo ha contribuido?
El enfrentamiento entre la izquierda y la derecha será violento y la escalada populista, inevitable. Los problemas más dolorosos –reformas estructurales, pago de la deuda, reducción del gasto público—se van a eludir. Más allá de las cifras de ayer, la campaña presidencial francesa va a ser apasionante porque pone al descubierto las angustias de la democracia en un país golpeado por la crisis.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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