El despotismo rigurosamente democrático
Una nueva especie de mesianismo se ha entronizado en Ecuador a golpe de reelecciones y sensacionalismos populistas con un aparato propagandístico nunca antes visto
La historia de los periódicos en América Latina se presta para la trama de novelas. Una de las más destacadas es la del escritor mexicano Héctor Aguilar Camín: La guerra de Galio. El crítico, también mexicano, Christopher Domínguez, se sorprendía por la admiración que me despertó esta novela en el momento de su publicación. No entendía como un roman-a-clef con demasiados guiños locales podía ser descifrada por alguien que no conocía los meandros y requiebros de México. Pero quizá en eso las novelas de primer orden estético dan un salto por encima de la particularidad cifrada de una realidad, al punto que no necesitan explicitar hasta el último detalle, menos aún colocar diccionarios al final del libro para vocablos específicos o jergas. Esos detalles que podrían ser intraducibles para un foráneo han sido entrelazados en la novela en un contexto adecuado de manera que se vuelven comprensibles.
En el caso de La guerra de Galio la novela revela un problema de fondo: la fragilidad y la lucha del periodismo ante el poder. Galio es un funcionario de mando medio, sin ningún papel público y con gran preparación intelectual –era historiador–, pero por una especie de fatalidad faústica abandona su profesión y está dispuesto a replegarse en la sombra y los subsuelos para respirar la atmósfera del poder gubernamental y no ese otro aire, impreciso y volátil, nunca rentable ni palpable, de la crítica y el conocimiento histórico. Galio tiene el espíritu de alguien que está de vuelta en el cuerpo de un oscuro funcionario mexicano. Pero no es Galio el protagonista, sino Vigil, un historiador que se ve tentado, y cae, ya no en el Gobierno, sino en el periodismo. La guerra de Galio gira entorno a la historia de un periódico opositor al Gobierno mexicano en la década de 1970. Lo interesante de la novela no sólo es la caída de Vigil y la aparición intermitente de Galio, sino el complicado y sofisticado engranaje del Gobierno mexicano para hacer frente al periódico opositor. Nunca frontal, nunca directo, el Gobierno se vale de una cantidad de recursos que revelan precisamente un Estado mexicano laberíntico y vasto, aunque se trate de un sistema democrático que guarda las formas, siempre susceptible a la opinión pública.
En los últimos meses me dio curiosidad por releer la novela. Tenía un motivo. El diario ecuatoriano El Universo ha sufrido desde marzo de 2011 un juicio por parte del presidente Rafael Correa. No se trata de un problema similar al que tuvo el emporio periodístico de Rupert Murdoch en el Reino Unido, donde se realizaron escuchas ilegales. No. El problema de El Universo es un solo artículo, un solo párrafo, escrito por su exeditor de opinión, Emilio Palacio. Caracterizado por un tono fuerte e incisivo, Palacio en su artículo titulado "No a la mentiras" (6 de febrero de 2011) escribió estas palabras: “El dictador debería recordar, por último, y esto es muy importante, que, con el indulto, en el futuro, un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente”. El contexto del artículo fue una revuelta policial en Quito el 30 de septiembre de 2010, que tuvo varios muertos como consecuencia, y en la que Correa tuvo un protagonismo desproporcionado: la televisión transmitió las imágenes del presidente abriéndose la camisa diciendo que vinieran a matarlo porque se consideraba secuestrado, cuando se demostró que no fue así.
"Todo el juicio al diario El Universo se ha desarrollado con procedimientos sospechosos: gestiones agilísimas del proceso judicial, redacciones de sentencias en tiempo récord, y un reciente testimonio de una juez vinculada al proceso que se ha exiliado a Colombia por temor a represalias"
Que en las líneas del artículo haya dos conjeturas --"quizás" y "podría"-- no ha sido leído por parte del presidente Correa como una hipótesis de una fuerte advertencia. Más bien lo consideró una acusación directa que le provocaba un daño moral que decidió valorar en 40 millones de dólares. El resto se conoce. Todo el juicio se ha desarrollado con procedimientos sospechosos: gestiones agilísimas del proceso judicial, redacciones de sentencias en tiempo récord, y un reciente testimonio de una juez vinculada al proceso que se ha exiliado a Colombia por temor a represalias al revelar intromisiones del abogado del presidente. Todo dentro de un sistema judicial en el que el Gobierno de Correa ha tomado parte en su transformación. El presidente dice haberse defendido a título personal, pero ha valorado proporcionalmente el daño moral en relación al presupuesto del país que gobierna –de ahí los 40 millones que pide por la ofensa de ese párrafo–, y que, aunque insiste en que ha demandado a título personal, muchos de sus ministros han asistido en primera fila a las respectivas audiencias. Todo tiene el aspecto no sólo trágico y desmesurado contra la libertad de prensa. La sentencia se extiende del periodista a los directivos del periódico con varios años de cárcel en un despropósito jurídico. También hay más de un aspecto cómico, en el peor sentido caricaturesco que llegaron tener algunos presidentes y dictadores en mucha literatura latinoamericana, porque hay otra demanda que también planteó Correa, esta vez por una cifra menor y con un sentencia en primera instancia por dos millones de dólares, contra los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita por su obra El Gran Hermano, que revela las contrataciones millonarias del hermano del presidente con el Gobierno ecuatoriano. Lo cómico es que quienes denunciaron el delito son los finalmente juzgados.
El problema grande, el mayor problema, y hacia eso se dirige ese esfuerzo punitivo de medidas desproporcionadas contra periodistas, es que han sido cientos y miles de palabras que se han publicado en El Universo y en El Gran Hermano las que han hecho la crítica del Gobierno. Sólo que esta vez se han topado con una variante perversa de la democracia del siglo XXI: una nueva especie de despotismo mesiánico que se ha entronizado a golpe de reelecciones y sensacionalismos populistas con un aparato propagandístico nunca antes visto y que repite la muletilla de que el país ha cambiado, que vive una “Revolución Ciudadana” y que “ya es de todos”. Paraísos de la propaganda de los que los países del Este de Europa tienen incluso una tradición crítica.
Ecuador, esencialmente, sigue siendo el mismo, salvo por ciertas obras que un Gobierno mínimamente responsable puede realizar, pero se siguen dando los mismos contratos millonarios sin transparencia y con las mismas fortunas de siempre ganando sin que las rocen cambios realmente estructurales. Los movimientos indígenas abandonaron hace un buen rato al Gobierno y más bien han sufrido acosos y persecución. Que haya sido la prensa la que está siendo acorralada no debería sorprender. En el contexto populista, el surgimiento de una opinión pública que tenga voz crítica sobre la bondades idílicas de la propaganda es incómodo porque compiten al mismo nivel. Desentona que se cuestione al “líder mesiánico”. El resultado es que a punta de fanatismos populistas y del discurso exacerbado de Rafael Correa se ha creado una situación polarizada en la que no es posible el debate ni se tolera la menor crítica, ningún fallo, y colocan a sus críticos en el rango de un enemigo. Más que concertar, este presidente ecuatoriano quiere ser la voz única. Y lo ha está logrando: a lo largo de estos años ha desplazado y anulado a la gran mayoría de periodistas y medios críticos de Ecuador. Ha incautado varios canales de televisión, ha desmontado redacciones de otros periódicos y ha marginado a los periodistas más combativos.
En La guerra de Galio la estrategia del Gobierno mexicano era velada: al periódico crítico se lo desmonta desde sus fallos internos. El Gobierno se infiltra y los socava por la ambición de su subdirector y su plantilla. Lo que ocurre en Ecuador es muy distinto y no es una novela. Lo que está pasando con el diario El Universo es el mayor caso de persecución en la historia de la prensa latinoamericana por un complejo entramado de injerencia dentro del sistema judicial y, sobre todo, por un acoso de una propaganda política que se aprovecha de la desinformación creciente de gran parte de los ecuatorianos que cuentan, cada vez menos, con las voces críticas de los periodistas. Sobran comentarios sobre la indemnización de 40 millones de dólares por el párrafo de una columna de opinión.
Leonardo Valencia es escritor ecuatoriano.
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