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Gingrich promete mantener el duelo con Romney hasta el final

Los duros ataques entre los dos principales aspirantes han puesto en evidencia la pugna que todavía existe entre los sectores más conservadores del Partido Republicano

Antonio Caño
Newt Gingrich muestra una pancarta que equipara las reformas sanitarias de Romney y Obama durante un mítin en Florida.
Newt Gingrich muestra una pancarta que equipara las reformas sanitarias de Romney y Obama durante un mítin en Florida. CHIP SOMODEVILLA (AFP)

Una derrota en Florida, donde Mitt Romney es todavía el favorito, no va a disuadir a Newt Gingrich de seguir peleando por la nominación republicana a la candidatura presidencial, por lo que el partido hace frente a lo que puede ser una larga y divisiva temporada de primarias. Los duros ataques de los últimos días entre los dos principales aspirantes han puesto en evidencia la pugna que todavía existe entre los sectores más conservadores y quien busca al candidato más conveniente para derrotar a Barack Obama.

Gingrich insiste en que esta carrera se prolongará hasta la Convención Republicana de agosto en Tampa, “a menos que Romney se retire antes”. Su esperanza es la de que Romney llegará a ese momento con menos delegados que el conjunto de los candidatos conservadores, y que el partido “no va a acabar eligiendo a un centrista”.

El ex presidente de la Cámara de Representantes es aún primero en las encuestas a nivel nacional y, según sus asesores, se puede ver favorecido por el calendario de primarias que vienen después de Florida. De acuerdo a su cálculo, si consigue llegar a Tampa como el único conservador superviviente y muy cerca en número de delegados a Romney, él será el nominado.

Puede ser solo una estrategia para hacer parecer más dulce su derrota en Florida, donde puede ser rebasado por Romney después de haberse puesto por delante en los sondeos unos días después de su sorprendente triunfo en Carolina del Sur.

Gingrich tiene que superar muchos obstáculos para continuar. Tiene en contra a todo el establishment del partido. Los gobernadores republicanos, los congresistas y casi todos los cargos electos de esa formación se han puesto activamente del lado de su rival. Eso significa que tiene una enorme dificultad para encontrar dinero para su campaña, dinero que se hace más necesario en la medida en que ésta se extiende por varios estados del país. El 6 de marzo, el llamado supermartes, se celebran primarias y caucus en diez estados el mismo día.

Es muy difícil hacer frente a tantas elecciones simultáneamente sin una poderosa maquinaria electoral en cada territorio, de la que Gingrich carece. En Virginia, uno de los escenarios del supermartes, su nombre ni siquiera está en las papeletas porque no le dio tiempo a reunir el mínimo indispensable de firmas que se requieren para la inscripción.

Romney, en cambio, tiene el apoyo de líderes locales y una organización heredada y fortalecida de su anterior carrera presidencial, en 2008. Romney lleva desde entonces preparándose para este momento, con la meticulosidad y el orden que caracteriza a un hombre de negocios. Gingrich ha crecido gracias al impulso del Tea Party y a la energía de su anárquica personalidad. No le va a ser fácil transformar eso en una campaña ganadora.

Pero sí puede ser suficiente para permitirle a Gingrich mantenerse a la espera de cualquier acontecimiento. Se ha demostrado hasta hoy, elección tras elección, que Romney no satisface plenamente a las bases del partido, que si votan por él es simplemente porque parece la mejor opción contra Obama.

En eso se ha centrado toda su campaña de propaganda en Florida. En recordar a los votantes los múltiples escándalos que se han sucedido en la vida política de Gingrich y las escasas posibilidades que las encuestas conceden a éste de derrotar al presidente en noviembre. Un reciente sondeo en Florida daba a Obama más de diez puntos de ventaja sobre Gingrich, mientras que pronosticaba un virtual empate contra Romney.

Esas cifras pueden ser el mejor argumento de Romney a partir de ahora, y esa es la razón por la que la guerra sucia que los dos candidatos han sostenido en los últimos días ha acabado perjudicando más a Gingrich que al ex gobernador de Massachusetts.

Gingrich ha acusado a su rival de su falta de sinceridad como conservador y de haber sostenido posiciones progresistas durante la mayor parte de su vida. “Es lo mismo que Obama”, ha llegado a decir. Romney, por su parte, ha recordado a los votantes que Gingrich fue sancionado por el comité de ética de la Cámara de Representantes y, en última instancia, expulsado por su propios compañeros del cargo de presidente de esa institución. También ha aludido constantemente a los tiempos en que Gingrich cobraba de Freddie Mac, una firma de créditos inmobiliarios.

Ese cruce de críticas han dejado en los votantes de Florida la idea de que Romney es un político al uso, un oportunista como tantos otros. Pero de Gingrich se ha extendido la idea de que es un peligro que puede terminar por dejar la presidencia en manos de Obama. Y esto último, por supuesto, es la peor pesadilla de los electores republicanos.

Gingrich tiene aún tiempo para revertir las cosas. Esta carrera ha demostrado hasta ahora ser una montaña rusa en la que nadie se mantiene arriba por mucho tiempo. Cada vez que los votantes ven inevitable la elección de Romney, piensan en una alternativa. Puede volver a ocurrir.

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