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Un billete de vuelta a Túnez

En 2011 se duplicaron en Italia las peticiones de repatriación voluntaria: 374 inmigrantes regresaron

El problema es este BMW negro de 1997. Moncef Ghezal lo compró al cabo de siete años de trabajar en Italia porque era su sueño. Pero ahora no puede mantenerlo: “Lo compré por mil euros, un buen precio para una joya así. Pero me pidieron otros 700 por seis meses de seguro. Y después está la revisión, el impuesto de circulación, la gasolina que es cada vez más cara. No puedo. No puedo ni tener un automóvil propio. Italia no me ha dado nada”. Nada más pronunciar esta frase, Moncef Ghezal baja la mirada. Y vuelve a subirla, avergonzado: “Tengo muchos amigos italianos. Gente buena, que me ha ayudado. Cuando vuelva a Túnez los echaré de menos”.

Ha tomado la decisión. La comparación con los que se quedaron es ya insoportable: “En Hammamet, mis hermanos se han casado, tienen una familia y se están construyendo una casa. Yo no he hecho nada de eso”. Precisamente ahora que acaba de obtener su primer permiso de residencia. Ahora que puede exhibir, por fin, un salario de 1.260 euros al mes. Moncef Ghezal se rinde. Para alguien que trabaja en los fértiles campos de Sicilia, no debe de ser fácil pensar que no ha conseguido sembrar nada. Ninguna semilla de futuro.

En Hammamet, mis hermanos se han casado, tienen una familia y se están construyendo una casa. Yo no he hecho eso Moncef Ghezal

Túnez está siempre a la vista, en el horizonte, al otro lado del mar. Trabaja en los campos de Cassibile, en el extremo meridional de Italia. Es bracero en una gran explotación que produce tomates de invernadero. Hablo con él durante su pausa para almorzar. Tiene un bocadillo de atún en una bolsa de plástico. Lleva un pantalón militar y una gorra de la Juventus.“Siempre me gustó vuestro fútbol”, dice, “por eso estaba encantado de venir aquí”.

En Hammamet también era agricultor. Aprendió el oficio de su padre, Jilani. Pero todos los días veía cómo llegaban de Francia y Alemania camiones que volvían a irse cargados de dátiles. En julio de 2005 se escondió en la caja de un TIR, entre los frutos de su tierra. “No llevaba conmigo más que una botella de agua azucarada. Durante todo el viaje no hice pis”. El camión desembarcó en el puerto de Génova. Moncef Ghezal se bajó en una estación de servicio próxima a Brescia. “Recuerdo bien la primera noche en Italia, Escondido en un campo de maíz, masacrado por los mosquitos”. En el norte no se quedó más que 24 días. Después trabajó en Puglia por 3,50 euros la hora. Allí conoció a su novia, Elena, una rumana emigrada para trabajar de niñera. Juntos, decidieron mudarse a Sicilia. “Alcachofas, calabacines, naranjas, patatas, tomates. He cosechado de todo”.

Recuerdo bien la primera noche en Italia, Escondido en un campo de maíz, masacrado por los mosquito Moncef Ghezal
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Tras varios años de trabajo en negro, hace nueve meses, Moncef Ghezzal obtuvo su primer contrato legal. Cuando la semilla de la duda empezaba ya a revolotear en su cabeza. “Sufrí mucho con la muerte de mi padre. No tenía los documentos en regla y no pude ir a su funeral. Ni tampoco a la boda de mi hermana Mnufida”. Las fotos de la familia figuran sobre la cómoda. Moncef Ghezal vive en un apartamento en el centro de Ispica, un pueblecito en lo alto de una colina. Paga 300 euros al mes de alquiler. Cada mañana va a trabajar a Cassibile, compartiendo un viejo Fiat Punto y los gastos de gasolina con un amigo. El resto de su vida italiana lo cuenta así: “El sábado juego de portero en un equipo de magrebíes. Una vez a la semana voy a comer pizza con Elena. En casa tenemos un caniche, un gato y siete papagayos”. Al tiempo que habla, la antena parabólica muestra la televisión nacional tunecina. “Mientras yo estaba aquí, explotado y sin papeles, en mi país han hecho la revolución. Túnez está mejor, e Italia se ha hundido en la crisis”. Las distancias se han acortado: “Mi hermano gana la mitad que yo. Pero el mantiene a dos hijos...” En el fondo, eso le atormenta: “Elena es una mujer maravillosa, pero tiene 50 años. Me ha dicho que debo regresar a casa y casarme. Porque yo tengo 31, y estoy comenzando mi declive”.

En 2011 se duplicaron en Italia las peticiones de repatriación voluntaria asistida: 374 inmigrantes obtuvieron el billete de vuelta pagado con fondos europeos. Pero todavía son cifras escasas respecto a los regresos reales. Porque, además, los únicos que pueden solicitarlo son los extranjeros con permiso de residencia legal. Muchos vuelven a casa aplastados por un sentimiento de derrota. Pero no el recolector de tomates Moncef Ghezal. En agosto estará recorriendo las calles de Hammamet con su viejo BMW. Ha hecho todo lo que tenía que hacer, y es Italia la que sale perdiendo.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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