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Los británicos solo buscan comercio

Gran Bretaña no le interesa la construcción política de Europa: solamente le interesa las ventajas comerciales de estar dentro

El primer ministro David Cameron tras una reunión en Berlín.
El primer ministro David Cameron tras una reunión en Berlín.Sean Gallup (Getty Images)

¿Por qué está Gran Bretaña en la Unión Europea? Es una pregunta que se hacen muchos europeos cada vez que el continente quiere avanzar en la construcción europea y se ve frenada por las reticencias del socio británico. Lo explicó con gran claridad el primer ministro, David Cameron, el viernes en Berlín. “Gran Bretaña está en Europa porque es una nación dedicada al comercio. Este es el mayor mercado único del mundo. El mercado único es en parte una creación británica. Estamos orgullosos de esa creación”.

Es decir, a Gran Bretaña no le interesa la construcción política de Europa. Sólo le interesa las ventajas comerciales de estar dentro. Y por eso la libra esterlina no está en el euro. No porque los británicos pensaban hace 20 años que el euro iba a ser un fracaso, como dicen ahora, sino por todo lo contrario: porque temían que sería tal éxito que acabaría llevando a una mayor integración política. Y eso, perder soberanía, es lo que más temen. Quieren que al final sea siempre Westminster quien decida. Y eso es incompatible con un movimiento que consiste en decidir en común.

Ese es el elemento que transpiraba detrás de la oposición de Margaret Thatcher a la moneda única europea. El 20 de octubre de 1990, The Economist publicó un editorial criticando que la oposición de Thatcher se basa “en prejuicios y poca cosa más”. “La señora Thatcher pone objeciones a la unión monetaria europea porque comportaría, dice, ‘una inaceptable pérdida de soberanía’. Pero eso plantea dos cuestiones: ¿qué tipo de soberanía e inaceptable para quién?”, escribía la revista.

El semanario restaba importancia a que Londres perdiera su soberanía monetaria porque la utiliza “con inequívoca incompetencia”, fomentando altos y bajos en la economía. Y, de forma chocante en el debate actual, criticaba a quienes se oponían a la moneda “porque temen la pérdida de la soberanía fiscal, el poder de tomar decisiones sobre impuestos y gasto público”. “Pensar que la unión monetaria afecta a la soberanía fiscal es un error”, opinaba.

El sucesor de Thatcher, John Major, no tenía hostilidad hacia Europa y el proyecto de moneda única. Él, que metió a la libra en la serpiente monetaria cuando estaba en el Tesoro, la veía como un complemento lógico del mercado interior, aunque las divisiones en su partido le hicieron distanciarse del proyecto. Primero, proponiendo sin éxito la creación de una moneda común, pero no única, en paralelo a las monedas nacionales. Y luego, negociando para Gran Bretaña el derecho a quedarse fuera de la moneda europea y elegir el momento de entrar. El famoso opt-out.

El laborista Tony Blair hubiera ingresado en el euro de inmediato si hubiera tenido la seguridad de ganar el referéndum de acceso y si su rival Gordon Brown no hubiera tomado el euro como rehén en sus batallas contra él. Brown tenía dudas sobre el euro, pero sobre todo acerca del mejor momento para ingresar, dadas las divergencias del ciclo económico británico y el continental.

Las críticas técnicas a la unión monetaria se dieron sobre todo entre académicos de Estados Unidos, que señalaban que Europa carecía de la movilidad laboral, transferencias fiscales transfronterizas, unidad de ciclo económico o la incidencia más uniforme de los choques económicos que se da en Estados Unidos. Aunque algunos, como Fred Bergsten, director del Peterson Institute for International Economics de Washington, opinaban que esos factores se verían contrarrestados por la comprobada capacidad de cada Estado miembro de superar sus sustanciales diferencias. Y en Gran Bretaña, de nuevo The Economist afirmaba en mayo de 1997 que “no hay que exagerar esas dificultades”. “América tampoco parece un área monetaria perfecta. Si la moneda única obliga a los gobiernos a hacer sus economías más flexibles, como esperan muchos de quienes la proponen, traerá beneficios adicionales, no impondrá mayores costes”.

Pero sí hubo una voz británica contraria al proyecto de unión monetaria por razones técnicas y no políticas: personaje muy peculiar, Wynne Godley. Músico profesional primero y luego economista del Tesoro y después profesor del King’s College de Cambridge, Godley, que falleció el año pasado, escribió en octubre de 1992 un artículo profético en la London Review of Books. “Aunque apoyo el movimiento hacia la integración política de Europa, creo que las propuestas de Maastricht tal y como están son seriamente defectuosas”, decía. Tras citar una lista de objeciones técnicas que recuerdan asombrosamente a los problemas que se dan estos días en la zona euro, concluye: “Simpatizo con la posición de quienes (como Margaret Thatcher), enfrentados a la pérdida de soberanía, quieren saltar del tren de la unión monetaria. También simpatizo con quienes buscan una integración con cierta forma jurídica de constitución federal, con un presupuesto federal mucho mayor que el presupuesto de la Comunidad. Lo que encuentro totalmente desconcertante es la posición de quienes buscan la unión monetaria sin crear nuevas instituciones políticas (aparte de un nuevo banco central) y que levantan las manos horrorizados ante la palabra ‘federal’ o ‘federalismo’. Es la posición que tienen el Gobierno y casi todos los que participan en el debate público”. Nadie le hizo caso.

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