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Portugal vive al borde del abismo

Los ciudadanos ven cómo desciende día a día su nivel de vida con una espiral de recortes.- Aguardan con pesimismo tiempos peores y miran de reojo a Grecia

Antonio Jiménez Barca
El presidente de Portugal, Anibal Cavaco Silva (d) y el primer ministro Passos Coelho en la Cumbre Iberoamericana de Asunción (Paraguay)
El presidente de Portugal, Anibal Cavaco Silva (d) y el primer ministro Passos Coelho en la Cumbre Iberoamericana de Asunción (Paraguay)Marcelo Sayao (EFE)

En junio, una encuesta europea aseguraba que solo tres de cada 100 portugueses confesaba sentirse a gusto con la economía portuguesa. Hoy sería difícil encontrar a esos tres. El país ha entrado en una espiral de recortes, anuncios de recortes y perspectivas cada vez más negras. Y el anuncio del referéndum en Grecia sobre el plan de rescate de la UE parece acelerarlo todo. “Europa entera se aproxima al abismo. Y Portugal, evidentemente, es el siguiente”, escribe hoy Pedro Santos Guerreiro, director de Jornal de Negócios.

La vida al borde de ese abismo no es fácil: hace unas semanas, el primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, anunciaba mediante una solemne alocución retransmitida en directo una de las medidas más duras del presupuesto más duro —el del año que viene— jamás afrontado nunca por Portugal: los funcionarios y los pensionistas que ganen más de 1.000 euros al mes se quedarán sin paga extra en 2012 y 2013.

Maria Leticia Barriada, empleada del Ministerio de Defensa, con una nómina de 1.500 euros, oyó la noticia por la radio. Se esperaba algo así (el anterior Gobierno, del socialista José Sócrates, ya les congeló el sueldo), pero no de tal calibre: “Los funcionarios en Portugal no cobramos mucho. Y utilizamos estas pagas extras para tapar agujeros: un tratamiento, un seguro, cosas así…”, explica. Maria Leticia —y muchos de sus compatriotas— se describe completamente desmoralizada, desanimada, como si el país que habita marchara hacia atrás y no hacia el futuro. “Tengo la impresión, además, de que solo unos pocos —los funcionarios, los pensionistas— vamos a pagar por esto”.

Abocado a una merma de su economía para el año que viene prevista en un 2,8%, tutelado a distancia por la troika (Unión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo) que acordó en mayo el rescate con un préstamo de 78.000 millones de euros, envuelto en una situación que el mismo Gobierno ha descrito como de “emergencia nacional”, el ciudadano portugués se levanta cada día con noticias que van desde lo truculento a lo, simplemente, descorazonador. Hace unos días, Carlos Almeida, de la Asociación Nacional de Empresas Funerarias (ANEL) aseguraba en la publicación Informaçao que del 20% al 30% de los portugueses adeudan los gastos de los funerales de sus parientes y que el panorama del sector va a peor, ya que el Estado suprimirá ciertos subsidios en los seguros de vida de los funcionarios.

Un día, el Ministerio de Cultura anuncia que se reducirán los días en que se podrá entrar gratis a los museos; otro, se hace público que las ONG que se dedican a solucionar temas relacionados con la salud dejarán de recibir subvenciones, o que no habrá puentes para nadie, que se eliminarán días de fiesta; otro, que los empresarios del sector privado podrán obligar a los trabajadores a que se queden media hora más cada día para mejorar la productividad. Otro, que se suprime el premio estatal al mejor profesor del año, dotado con 25.000 euros… Es un goteo diario y desmoralizante que va a continuar, ya que la UE ha advertido a Portugal de que debe prepararse para una probable nueva tanda de recortes y, por otra parte, los portugueses ven de reojo el nubarrón ominoso que se abate sobre Grecia.

Hacia una huelga general

A finales de septiembre, 100 días después de que Passos Coelho ocupara el poder, su popularidad se mantenía intacta. Era el líder político portugués más valorado. Ahora, después de la ristra de medidas impopulares que, según él, se ha visto obligado a aplicar, ha perdido algunos puntos, según un sondeo reciente publicado por el semanario Expresso, pero no los suficientes como para que su Partido Social Demócrata (centro-derecha) abandone el puesto de formación más potencialmente votada en Portugal. Desde el otro lado, el socialista António José Seguro, hace meses elegido secretario general del Partido Socialista Portugués (PSP) en sustitución de José Sócrates, tampoco lo tiene mejor. Passos Coelho ya se encargó, en el discurso en el que adelantó los recortes, de recordar que el PSP gobernó hasta junio de 2011: “Las medidas que anuncio son mías; pero la deuda que las impulsan no”.

Los principales sindicatos portugueses han anunciado una huelga general para el 24 de noviembre. Será la segunda en un año, y por el mismo motivo —los recortes y la austeridad presupuestaria— contra Gobiernos de color político diferente. Manuel Carvalho Da Silva, secretario general de la central CGPT, cree que al portugués le sobran razones para salir a la calle: “Esto que llaman crisis yo lo denominaría el mayor robo de la historia de la humanidad”. Es consciente de que el Gobierno tiene las manos atadas por Bruselas. Pero mantiene sus diferencias: “El memorándum de la troika [el conjunto de instrucciones elaborado por las tres instituciones que acordaron el préstamo en mayo] no es la Biblia”. Pero no habrá disturbios a la griega. En Portugal pocas veces los hay.

 El presidente de la asociación empresarial AIP-CCI, José Eduardo Marcelino Carvalho, en una entrevista concedida hace unos días a este periódico, a la pregunta de si cambiará algo con una huelga general, respondía que no, encogiéndose de hombros. Un profesor de economía, que también ha perdido sus pagas, opinaba, encogiéndose de hombros, que no hay otro remedio que aguantar los recortes, apretarse un poco más el cinturón aunque duela, y esperar que el vendaval griego no se lleve por delante a Portugal. La funcionaria Maria Leticia Barriada, casi resignada, añade: “Da la impresión de que no hay nada que hacer”.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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