El tanto por ciento
¿Por qué en Chile existe tanto descontento interno, tanta manifestación contra el Gobierno?
Me sorprendió hace algunos años, en una de las frecuentes cumbres iberoamericanas que se organizan ahora, observar que jefes de Estado moderados, progresistas, honestos, de cuello y corbata, recibían un aplauso tibio, educado, mientras Fidel Castro, con su barba, a veces con su legendario uniforme verde oliva, era ovacionado en las calles, en las entradas de los encuentros y hasta en las salas de reuniones. Le comenté el asunto a mi amigo Julio María Sanguinetti, que en ese momento había dejado por segunda vez la presidencia de Uruguay, y nunca he olvidado su respuesta. “Es que nosotros, me dijo, somos presidentes del tanto por ciento, del 3%, del 5%, y Fidel Castro no sabe ni quiere saber lo que es eso. Él es el gobernante del todo o la nada, de los comienzos fundacionales, de la tabla rasa, de la revolución”.
En esos años, Lula da Silva acababa de asumir la presidencia de Brasil y muchos pensaban que también trataría de hacer un experimento al estilo de Castro. Pero Lula, como buen obrero metalúrgico, sabía muy bien lo que significa un 5%, y hasta un 2% o un 2,5%, e hizo desde el Gobierno una política de reformas prudente, una política de lo posible, sin proponerse borrar todo lo que se había hecho antes de él. En otras palabras, fue político en lugar de revolucionario, y a los pocos años los buenos resultados quedaron a la vista. Pero hubo que esperar años, y eso demostró que además de lucidez tenía paciencia.
Uso este preámbulo porque ahora trato de contestar a una pregunta que me hacen en todas partes, desde todos lados, con singular insistencia. ¿Por qué, me preguntan, si Chile ha hecho tantos progresos en su desarrollo, como lo demuestran las cifras nacionales y las internacionales, existe tanto descontento interno, tanta manifestación apasionada, multitudinaria, en contra del Gobierno y hasta de lo que llaman “el sistema”?
No sé si tengo una respuesta adecuada. Desconfío, por principio, de las afirmaciones doctorales, tajantes, de los personajes que algunos definen como politólogos. Solo conozco una especie humana, la de los economistas, que se equivoca tanto como estos dueños de la ciencia política.
Sin embargo, en el comentario de mi amigo Sanguinetti, hecho a propósito de otras cosas, en otra circunstancia, vislumbro la posibilidad de acercarse a una respuesta. Los estudiantes chilenos hablan de 30 años de retroceso en el país y proponen, en algunas declaraciones, una tabla rasa completa, un cambio equivalente a una revolución. Tienen motivos serios, válidos, para estar descontentos, desde luego, pero usan ese lenguaje del todo o la nada que parece nuevo, que parece inventado por ellos, y que sin embargo se repite de generación en generación. El Gobierno, en cambio,
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