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Columna

Reconciliar con la V República

Si la elección popular socialista ha sido un inédito histórico, las originalidades acaban ahí

La V República Francesa ha conocido desde su fundación seis presidentes, cinco de ellos de derecha, si consideramos así al inclasificable general De Gaulle, el fundador (1958-1969), y tan solo uno de izquierda, si admitimos que lo era el republicano radical, virado al socialismo, François Mitterrand (1981-1995).

La izquierda francesa nunca encajó bien el giro presidencialista que el general imprimió al país para salir del laberinto de la IV República, obra del republicanismo laico y burgués, en la que el Partido Radical, que figura con honores en el pedigrí de la social democracia contemporánea, había sido la coalición preferida de tantos Gobiernos. Ese distanciamiento hostil, que derivó casi en éxtasis cuando el propio Mitterrand, como candidato socialista, obligó a De Gaulle a librar una segunda vuelta en 1965, se traducía en una incapacidad de la izquierda de somatizar la elección popular del jefe del Estado. El político republicano había expresado ya sus sentimientos ante ese presidencialismo con la publicación de su Golpe de Estado permanente.

El Partido Socialista, que desde Mitterrand había entrado en una atonía de liderazgo, estaba necesitado de urgente renovación, de una visita a las aguas bautismales de la V República. Y ya en este siglo, el presidente derechista, Nicolas Sarkozy, como un Pantagruel desmesurado en el ejercicio del poder, parecía crear el agujero negro por el que filtrar esa reconciliación-regeneración, cuyo primer paso serían las primarias con la elección popular del candidato socialista para 2012.

El pasado domingo en primera vuelta se puso en marcha el plan, que deberá culminar el día 16 para determinar si el laborioso primer secretario François Hollande, o Martine Aubry, universalmente conocida como hija de Jacques Delors, que quedó en segundo lugar pero a tiro de urna del anterior, será quien rete a Sarkozy. El sorprendente tercero ha sido Arnaud de Montebourg, proteccionista galicano, euroescéptico, paleo-izquierdista próximo a las ideas de desconexión global de Samir Amin, y solo en cuarto lugar aparecía Ségolène Royal, excompañera de Hollande y exponente de un partido fuertemente endogámico en el que la renovación arriesga quedarse en mero eslogan, que fue, sin embargo, la primera en proponer, tras su derrota ante Sarkozy en 2007, "primarias abiertas" a todos los franceses.

La idea ha hecho duramente camino frente a la oposición de los notables del partido, e incluso la tibia reacción inicial de Hollande y Aubry. Tan solo Montebourg, con muy poco que perder, acogió con entusiasmo el proyecto. El congreso del partido en Reims, noviembre de 2008, no fue por ello capaz de decidir entre el voto-militante, con el que se había elegido hasta entonces al candidato, y el voto-ciudadano, que ahora se experimenta. Y únicamente en la convención nacional de julio de 2010 triunfaba por fin la elección directa.

La eficacia de la fórmula está, sin embargo, aún por demostrar. Es cierto que casi tres millones de franceses se molestaron en votar en un día desapacible, que pagaron por ese derecho un euro, y firmaron un documento que era una perfecta fantasía hexagonal, con la que expresaban su adhesión a proclamados valores de la izquierda; y todo ello en seguimiento de algunos éxitos menores del partido en las elecciones municipales y al Senado de este año. Pero la detención en mayo pasado del entonces director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, acusado de graves impropiedades sexuales con una camarera de hotel en Nueva York, abría de tal modo la elección que el decentísimo pero escasamente carismático en la corta distancia Hollande aprovechaba el hueco, al tiempo que convertía a Aubry en candidata-suplente, porque solo la ausencia de DSK -como se le conoce en Francia- le había hecho un sitio en las primarias.

Pero si la elección popular ha sido un inédito histórico, las originalidades acaban ahí. Hollande, que calla la boca como corresponde al favorito que no quiere cometer errores, y Aubry, quizá, micrométricamente más a la izquierda, son diplomados de la prestigiosa ENA, vivero inagotable de los profesionales de la política en Francia, y se acomodan a una izquierda- paliativo del capitalismo desbocado -como el que ha llevado a Europa a su peor crisis-. Solo Montebourg llama la atención y seguramente más como legatario de un hartazgo del votante que otra cosa.

El PS francés tendrá que hacer algo más que presentar a un veterano routier de la política o, por segunda vez consecutiva, a una mujer como rival de Nicolas Sarkozy, para confirmar las ansias de renovación del partido. Reconciliar cuesta, al parecer, menos que renovar.

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