Por qué Dilma gusta a los brasileños
Todo el mundo sabía que no le sería fácil a la primera mujer que preside Brasil, Dilma Rousseff , ser la sucesora de un presidente tan carismático y popular y con tanto juego para los equilibrios del poder como Lula da Silva, un genio de la política. Sobre todo, porque era evidente que él había escogido como candidata para disputar su sucesión a una personalidad totalmente diferente de la suya.
Sin embargo, a los seis meses de su estreno en la Presidencia, Dilma empieza a ganarse la simpatía incluso de buena parte de los 45 millones de brasileños que le negaron su voto en las elecciones. Su estilo no se parece en nada al de Lula, pero está gustando, quizás por la novedad que supone su diferente forma de gobernar un país nada fácil, con cerca de 200 millones de habitantes y un Ejecutivo respaldado por una coalición de 10 partidos, que exigen recompensas a cambio de su apoyo.
Rousseff empieza a ganarse la simpatía incluso de los electores que le negaron su voto
La presidenta gusta por varios motivos según el público que la juzga. A los menos politizados, que observan a los políticos por instinto y por sus logros concretos, lo que más les convence de Rousseff es su posición firme y su actuación rápida frente a los casos de corrupción dentro de su Gobierno. Lula tenía como principio defender a los presuntos culpables alegando que para él eran inocentes hasta que la justicia no demostrara lo contrario. Dilma ha preferido seguir el camino del expresidente Itamar Franco, recién fallecido, que era del parecer de que la esposa del César, además de ser honesta, debía parecerlo. Y ante acusaciones de supuesta corrupción de un miembro de su Gobierno, lo obligaba a dimitir, a la espera de que se demostrara su inocencia para volver al cargo, lo que llegó a ocurrir.
En sus seis meses de Gobierno, Dilma está demostrando que quiere aparecer ante la opinión pública como luchadora contra la corrupción, un hecho que los brasileños denuncian cada día. Ayer mismo, un lector del diario O Globo, Francisco Saraiva, de Río, escribía: "Mis 87 años me permiten afirmar que la corrupción política nunca fue tan desmedida en este país". Y la presidenta no ha esperado el veredicto de la justicia para sacar de su Gobierno a quizás los dos ministros de mayor peso: el de la Casa Civil y el de Transportes, así como a toda la cúpula de este importante ministerio, responsable de todas las obras de infraestructura del país y por ello de los más codiciados. Lo hizo tras las denuncias publicadas por varios medios de comunicación, a las que dio crédito.
Se dice en los pasillos de Planalto que los ministros están con cierto miedo y hasta se habla de un posible pacto nacional con la oposición para combatir la corrupción, algo que sería inédito en este país.
A los más politizados, lo que más gusta de Rousseff es que ella ha tomado conciencia del poder que posee en Brasil la Presidencia de la República y quiere ejercer ese poder. Lula se comportaba, en la política interna, en su relación con su formación ?el Partido de los Trabajadores (PT)?, y con los otros 10 partidos aliados del Gobierno, más como un primer ministro que como un presidente.
Hoy se habla de algunas fricciones entre las formaciones aliadas y Dilma. Acostumbrados a gobernar también ellas, condicionando a veces fuertemente la autonomía de la Presidencia, ahora se sienten algo desconcertadas, porque Rousseff no parece renunciar a aparecer por encima de los partidos cuando lo cree oportuno, como acaba de hacer con el nombramiento del nuevo ministro de Transportes, Paulo Sergio Passos, que no era la persona que hubiese querido en ese cargo el Partido de la República (PR), formación a la que pertenece Passos. Ella ha decidido sola.
El PT, que llevó a Dilma a la Presidencia, esperaba que con ella ?como había afirmado uno de sus mayores líderes, José Dirceu, exministro de Lula? el partido podría llevar a cabo mejor su "proyecto de Gobierno", ya que Lula se había mostrado muy independiente, dando lugar incluso al lulismo, su forma personal de gobernar.
En esto Dilma parece, sin embargo, seguir las huellas de su antecesor, hasta el punto que ya hay quien empieza a hablar del dilmismo, un estilo nuevo de gobernar, personal, calcado de su personalidad, diferente, pero en algunos casos complementario al de Lula, de quien afirma que tiene saudades, es decir, nostalgia, y con quien sigue consultando y confiandose a él en privado, aunque sin renunciar a su propia identidad, empezando por el hecho de ser mujer. Y son las mujeres quienes más están apreciando su forma de gobernar, firme y al mismo tiempo sin casi aparecer, poco amiga de la publicidad y de hacer ruido.
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