Irak olvida a Sadam en las urnas
El Gobierno de Al Maliki aspira a mantenerse en el poder tras los comicios, pero la mejora de la seguridad aún no ha servido para reactivar la economía y el empleo
"Queremos olvidar a Sadam y mirar al futuro", dice Hasanian Ali Mahmud cuando se le menciona al tirano. Hasanian tiene 26 años y siente que ha perdido siete de ellos por culpa de los coches bomba, los asesinatos sectarios y las luchas de sus políticos. Su generación nunca ha conocido la paz. Crecieron bajo la penuria de las sanciones y estrenaron la adolescencia con una invasión militar que acabó con la dictadura al alto precio de sumir el país en el caos. Más de la mitad de los cerca de 30 millones de iraquíes tienen menos de 25 años y quieren hacerse con las riendas del futuro.
"Claro que las cosas han mejorado. La seguridad ha aumentado desde que Al Maliki es primer ministro, también la electricidad y el trabajo", asegura Hasanian en la tienda de generadores que ha heredado de su padre en Arrasat al Hindia. Pero para este joven bagdadí eso no es suficiente. "Queremos más", señala.
La desaparición de Sadam supuso un brusco giro en el peso político de estas dos comunidades religiosas. Mientras la mayoría árabe chií se vio reivindicada, la minoría árabe suní sintió que quedaba marginada después de haber gobernado Irak desde su fundación como Estado moderno a principios del siglo XX. De ahí los brutales ataques terroristas de la insurgencia suní contra los chiíes, como el que este sábado ha matado a cuatro peregrinos en Nayaf , y la respuesta en forma de asesinatos selectivos de las milicias chiíes, que convirtieron Irak en un infierno entre 2004 y 2007. El otro grupo étnico de peso, los kurdos (mayoritariamente suníes), aunque también estuvieron marginados del poder se concentran en obtener el máximo de autonomía en el norte del país.
Hasanian subraya además la importancia de que se creen trabajos para los jóvenes. "En tiempos de Sadam sólo tenían poder adquisitivo la élite política y mercantil; tras su caída se ha ampliado a los funcionarios, pero todavía la mayoría de los asalariados no pueden acceder a bienes básicos; la vida se ha encarecido mucho", apunta.
Las estadísticas confirman su observación. Sólo la mitad de los iraquíes tienen trabajo y de ellos, el 90% está empleado en la Administración (funcionarios y fuerzas de seguridad) o en el sector energético. Fuera del pequeño comercio, el sector privado es anecdótico y no hay grandes fábricas ni grandes proyectos de infraestructura que ofrezcan una perspectiva de empleo. Cerca de 600.000 iraquíes cumplen 18 años cada año, lo que supone un enorme reto laboral y social.
La edad media de los iraquíes está en 20 años, justo los que tiene Husein Yaser. En condiciones normales, este joven llevaría dos años en la Academia Militar. Pero esto es Irak. Husein perdió el curso en 2003 a causa de la invasión y el año pasado se veía poco preparado para presentarse a la selectividad. Aun así no se muestra desanimado. "Inshaalá [si Dios quiere], este año voy a conseguirlo".
"He querido ser militar desde niño", relata durante un paseo en coche por Karrada. Admite que pesa la tradición familiar. "Mi padre es suboficial del Ejército del Aire", manifiesta con orgullo. Pero "su condición de chií y su falta de conexiones con el aparato de seguridad de Sadam impidió que pudiera acceder al curso de oficiales", añade. Para él, como para el resto de su familia, el derrocamiento del dictador fue una bendición que les ha abierto las puertas del futuro. Eso no les ahorró el miedo.
"Lo tuvimos cuando se produjo la invasión porque no sabíamos qué iba a suceder", admite. Luego, vinieron los problemas de seguridad, el temor de sus padres a que él y su hermano salieran de casa o no estuvieran de vuelta al caer la noche. Aun así, no siente que haya perdido su juventud. "No soy de fiestas, música y chicas. Cuando termino de estudiar, salgo un rato con mis amigos a jugar al billar".
¿Alguno se ha planteado irse del país ante los problemas? "No; estamos contentos aquí. Sabemos que hay gente que se ha ido a Siria o a Jordania. (...) Tengo esperanza en un futuro mejor", manifiesta. Y ese futuro mejor pasa tanto por las elecciones como por la salida de las tropas estadounidenses. "No les necesitamos. Les agradecemos su trabajo, pero ahora tenemos unas buenas Fuerzas Armadas".
El optimismo es más matizado entre las jóvenes. Aunque muchas han vuelto a sus estudios y en la universidad su presencia llena de color las aulas, ellas están pagando un mayor precio por el retroceso de la seguridad. El tradicional machismo unido a la mentalidad militarota que se ha adueñado de las calles, las ha confinado a las casas y reducido su vida social a la familia y los vecinos. Son pocos los trabajos que justifiquen el riesgo de aventurarse fuera.
"Sólo salgo de casa para ir al trabajo y estos días, ni siquiera porque nos han dado vacaciones", explica por teléfono Handrin M., una graduada en periodismo que gracias a su conocimiento de idiomas ha logrado un trabajo con una agencia internacional dentro de la Zona Verde. Cada día su padre la lleva hasta el puesto de control y la recoge a la salida. Aunque su sueldo es el principal ingreso de la familia, nadie ha olvidado el secuestro de una vecina hace cuatro años.
Los mismos fantasmas acechan a las minorías, sean religiosas como cristianos y yazidíes, o étnicas como turcomanos y shabaks. La situación es especialmente difícil en las provincias como Nínive y Kirkuk, donde kurdos y árabes suníes libran una enconada batalla por el control. Los cristianos, por ejemplo, han denunciado el asesinato de ocho de los suyos durante las dos últimas semanas en Mosul. Según la ONU, al menos 680 familias de esa comunidad, que llegó a suponer el 3% de la población iraquí, han abandonado la ciudad tras los últimos ataques.
"No soy optimista sobre el futuro de Irak porque el mundo está respaldando que nos gobierne gente que ha estado fuera del país y que no es honesta, sólo porque eran contrarios a Sadam", expone una profesora universitaria que, aunque no simpatizaba con aquel régimen, optó por quedarse en Irak durante los años difíciles de las sanciones. A punto de jubilarse, recuerda un pasado anterior a aquéllas ante el que palidecen los pequeños avances actuales. "Ha visto las calles. Si se hubieran gastado en arreglarlas la mitad de lo que han dedicado a carteles electorales aún podríamos confiar en ellos", espeta.
Para Husam, de 37 años, no hay vuelta atrás. Se casó justo tras la invasión y ha hecho la mayor apuesta de futuro que uno puede hacer: cuatro hijos de entre uno y seis años. "Es cierto que después de las primeras elecciones no hemos visto los cambios que queríamos", admite sin querer resignarse. "La inseguridad nos impide llevar a nuestros hijos al parque como nuestros padres hacían cuando nosotros teníamos su edad; tenemos que mejorar esta situación por ellos", concluye.
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