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Brasileños sin techo, pero con trabajo

Un estudio oficial revela que el 70% de los adultos que vive en la calle ejerce una actividad remunerada

Juan Arias

La mayoría de los sin techo brasileños trabaja. Es la sorprendente conclusión de un estudio realizado en 71 de las mayores ciudades del país por el Ministerio de Desarrollo Social y Combate contra el Hambre. De las personas que viven en la calle identificadas por el estudio, que excluye a los menores de edad, el 70,9% ejerce una actividad remunerada y el 74% sabe leer y escribir.

Ninguno de ellos recibe ayuda del Estado, ni siquiera la Bolsa Familia, que el Gobierno adjudica a más de 12 millones de familias en todo el país. Los habitantes de la calle —la inmensa mayoría, un 82%, hombres— se las arreglan por su cuenta.

Sólo un 15% recibe algún tipo de pensión; otros consiguen trabajillos para sobrevivir. El 30% fue a vivir a la calle por motivos familiares; el 20%, por haber perdido la casa y un 35%, por problemas de drogas y alcoholismo. Estos últimos son los que más se niegan a vivir en albergues, aunque la mayoría de los sin techo los rechaza, porque quieren "ser libres".

El 51% tiene familiares en la ciudad donde vive, aunque un 38,9% dice no tener contacto con ellos. La mayoría (69,8%) de los encuestados sólo duerme en la calle, mientras que un 22,1% afirma que duerme en albergues y un 8,3% acepta de vez en cuando ir a dormir a uno de los albergues que les ofrece la alcaldía.

La política pública con estas personas difiere según el partido en el poder en cada municipio. En general, la derecha insiste en intentar obligarles a dejar la calle llevándoles a albergues o forzando a sus familias a acogerles. La izquierda es más permisiva y alega que hay que respetar la libertad de estas personas, sobre todo de las adultas.

Algunos de los brasileños sin hogar son antiguos presos que, al quedar en libertad acaban en la calle por no tener quien les acoja.

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Uno de ellos es Wellington Braga da Silva, de 47 años, que vive de vender objetos que encuentra en los basureros, como maletas o muebles usados.

Tras haber pasado 15 años en la cárcel, obtiene con su actividad unos 20 reales diarios, prácticamente lo que gana un peón de albañil. Es una de las personas que ha revelado a los entrevistadores del Ministerio de Desarrollo Social que prefiere vivir en la calle que en los albergues, ya que, dice con una pizca de ironía, en esos lugares "no preparan para la vida".

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