_
_
_
_
Reportaje:

La rebelión de Fisher Island

Los trabajadores de la isla más rica de Estados Unidos mantienen una lucha de meses contra la discriminación racial y por una mejora laboral

La rebelión de los trabajadores de Fisher Island, una isla situada apenas unos centenares de metros al sur de Miami Beach, es el ejemplo de las enormes diferencias que pueden existir no sólo en un país como Estados Unidos, sino en una misma ciudad.

En contra de lo que muchos podrían pensar, Miami está entre las poblaciones más pobres de EE UU, con unos ingresos medios de 25.000 dólares anuales. Sólo una minoría nada en la abundancia. El 28,3% de sus habitantes vive incluso en la pobreza, considerada como tal para personas que ganan menos de 10.000 dólares al año, o 20.000 para una familia de cuatro personas, según la revista South Florida Business Journal. El caso de la isla con mayor concentración de riqueza por código postal del país, de acuerdo a la revista Forbes, con una renta media de 236.000 dólares al año entre sus 695 propietarios, es muy significativo.

Después de más de medio año, aún no se ha apagado el conflicto entre la Comunidad de Fisher Island (FICA) y el Sindicato Internacional de Empleados de Servicios (SEIU), que trata de conseguir la afiliación de los trabajadores para protegerles en un Estado como Florida, donde el despido es mucho más libre que en otros, con razón y sin ella. La FICA —es decir, los empleadores— acusan al SEIU de azuzar la lucha para conseguir más miembros y fondos.

Hace tiempo que los empleados que deben dejar como patenas las viviendas y el lujoso entorno de personajes de postín que buscan total privacidad se levantaron en armas para reivindicar mejores condiciones y mayor seguridad en el trabajo.

Aunque a nombre de sociedades o corporaciones, se supone que han tenido o tienen casas en Fisher Island personajes como Oprah Winfrey y Boris Becker (se la dejó a su ex mujer), entre muchos otros. Las protestas contra esta elitista comunidad de famosos públicos y una mayoría de millonarios secretos de unas 40 naciones —muchos de ellos de origen latino, judío o ruso— van desde los salarios hasta la discriminación racial.

Del medio millar de empleados, un 45% es hispano, un 30% haitiano y un 6% afroamericano. Y ellos son los que se han quejado desde que deben ir separados de los "dueños blancos" en los cuatro transbordadores que unen cada cuarto de hora la isla con Miami Beach en siete minutos, hasta que no les dejan acceder a la cabina con aire acondicionado si llegan más tarde que los coches, porque cabe el peligro de que los rayen al pasar. Un guardia de seguridad fue despedido por denunciarlo y otro, por lamentarse de los insultos de un propietario que le exigió parar el ferry y que diera la vuelta tras llegar tarde a embarcar su Ferrari.

El 1 de diciembre de 2007, con motivo del 52º aniversario de la detención en Montgomery (Alabama) de Rosa Parks por negarse a dejar el asiento a un hombre blanco en un autobús, un grupo de activistas provocó que se les negara el acceso al transbordador. Es el único medio de llegar a la isla, además de en yate o en helicóptero... pero sólo si eres invitado.

La FICA, tras contratar una asesoría de imagen, se ha defendido incluso con anuncios de páginas enteras en los periódicos para desmontar los argumentos de los trabajadores. Los considera muy bien pagados. Cobran una media de 14 dólares la hora, lo que para el pobre Miami es un sueldo digno. Se les facilita planes de jubilación, gratificaciones por vacaciones, tarjetas con dinero para las máquinas expendedoras, aparcamiento gratuito y una mejor cobertura para el seguro médico que en otros lugares.

Pero el malestar continúa. En octubre de 2007 los empleados de la isla comenzaron su lucha apoyados por el SEIU y otras organizaciones, incluso religiosas, que han hablado hasta de trato de "plantación de esclavos".

Han hecho manifestaciones en el embarcadero del transbordador y en noviembre llegaron a invadir la isla desde una flotilla; llegaron hasta la playa, que es teóricamente pública, aunque en la práctica sólo es privada (la propia comunidad la ha rellenado con arena traída de las Bahamas).

La FICA dice que sus residentes pagan un millón de dólares anuales en actos de caridad, muy habituales entre los ricos de Miami. Pero una pancarta que les arrancaron a los trabajadores en una manifestación contenía un texto elocuente: "Fisher Island, si quieres ayudar a los niños pobres paga a los trabajadores un sueldo digno".

El empresario inmobiliario y automovilístico Carl Fisher, uno de los pioneros del desarrollo de Miami, compró la isla de 87,39 hectáreas en 1919 y dos años después se la vendió a su amigo también multimillonario William Kissam Vanderbilt (heredero de Cornelius), a cambio de su megayate Eagle, de 67 metros de eslora en el que habían compartido fiestas. Vanderbilt se construyó un palacio que le costó 1,5 millones de dólares —de 1921— y por allí pasó la élite de la sociedad mundial. Ahora es la casa club para banquetes de una comunidad que cuenta con banco, supermercados, escuela primaria, estación de bomberos, Correos, seis restaurantes, campo de golf, un hotel y un spa (en el antiguo hangar de las avionetas de la era Vanderbilt). Todos ellos, catalogados entre los mejores del mundo.

A la muerte de Vanderbilt, en 1944, la isla cambió de dueños varias veces hasta que en 1998 la empresa Fisher Island Holdings se hizo cargo del mantenimiento de la exclusividad a precios que parten desde cifras superiores al millón de dólares por apartamento. En 2007, los casi 700 propietarios pagaron 30 millones de dólares en impuestos catastrales, una media individual superior a los 43.000.

Fisher Island es realmente un cayo más, pero no se unió a tierra continental por puentes, como la mayoría en la zona. Es el anterior al norte de Cayo Vizcaíno y el siguiente al sur de Miami Beach, del que le separa la bocana dragada en 1905 de entrada al puerto de Miami, cuyo lado norte es para los cruceros y el sur, para los cargueros. Un poco más arriba, en el lado sur del puente MacArthur, que da acceso a South Beach (al norte están las entradas a las islas también exquisitas Palm, Hibiscus y Star Island, donde tienen casas famosos como Gloria Stefan y Shaquille O'Neal), está el minipuerto de transbordadores para Fisher Island, pegado al de los guardacostas. Ahí empiezan las diferencias.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_