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"Quiero seguir viviendo"

Consuelo González entrega a los familiares cartas y fotos que prueban la supervivencia de ocho secuestrados

Dramática. Éste es el adjetivo que define la situación de ocho rehenes de los llamados 43 canjeables que siguen en poder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Lo revelan las cartas que llegaron a Bogotá el lunes por la noche de las manos de Consuelo González. Procedían de ocho sus más recientes compañeros de cautiverio. Consuelo y Clara Rojas volvieron a la vida el pasado jueves, cuando la guerrilla que las secuestró hace seis años las entregó al presidente venezolano, Hugo Chávez.

"Quiero seguir viviendo… mis resistencias físicas no resisten, pues me siento agonizando y cansado", dice a su esposa el ex senador Luis Eduardo Géchem en una misiva. Él también hace seis años que está en la selva.

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"No es el dolor físico el que me detiene, ni las cadenas en mi cuello lo que me atormenta, sino la agonía mental, la maldad del malo y la indiferencia del bueno", escribe por su parte el coronel Luis Mendieta.

El salón comunitario de un edificio al norte de la capital colombiana fue el escenario escogido para el encuentro de la liberada —pocos minutos después de su llegada a Bogotá, el lunes por la noche— con los familiares de los que quedaron allá, eufemismo comúnmente entendido que alude describir el horror.

Uno a uno, los familiares de los rehenes fueron pasando a recibir sus paquetes, atados con cintas; en cada uno de ellos había cartas y fotos. Para todos los familiares hubo un abrazo. "Este abrazo es de su esposo…., de su hijo…, de su papá...", les decía Consuelo, estrechándolos con fuerza. Lo más duro fue saber que muchos están gravemente enfermos y ver las fotos de los policías y militares atados con cadenas al cuello; así permanecen 24 horas al día.

"¿Cuál es el significado de la revolución? ¿Se acuerda, señor Marulanda [Manuel Marulanda, alias Tirofijo, comandante de las FARC], cuando le dije que quitara las cadenas y usted autorizó, ordenó que quitaran cadenas a los seres queridos?", dijo con indignación y dolor Marlene Orejuela, portavoz de los 37 policías y militares, la mayoría de bajo rango, que continúan encadenados como animales.

Los testimonios de los que escriben son desgarradores. El coronel Mendieta describe su dolencia y cómo se le necrosaron las piernas: "Al inicio de la enfermedad caminaba con un palo que hacía las veces de bastón (…). Después me tocaba caminar con la ayuda de dos horquetas que hacían las veces de muletas (...). Qué viajes tan penosos (...). Me tocaba arrastrarme para el baño por el barro para mis necesidades únicamente con la ayuda de mis brazos porque no podía levantarme". Mendieta lleva más de nueve años secuestrado; su salud aguantó, dice, los primeros seis años.

Y cuenta que muchos otros han enfermado en medio de las largas y tortuosas caminatas por la selva. Ingrid Betancourt, que fue candidata presidencial en una fórmula electoral que compartió con la liberada Clara Rojas, es una de ellas. Por eso, los guerrilleros se han visto obligados a cargar con ella en hamacas en muchas ocasiones.

En una de estas caminatas, los que cargaban a Géchem resbalaron y lo dejaron caer. Desde entonces, este político sufre fuertes dolores de cabeza. Y no es el único mal que le agobia: ha sufrido cuatro preinfartos, tiene una lesión de columna —"no me puedo agachar... todo me lo hacen"— y una úlcera sangrante. "Me siento cansado y agotado; tomo sólo aspirina y para el sangrado, ranitidina", confiesa.

Géchem sólo ve dos salidas a su dramático caso: que sea enviado a Cuba, aun conservando su estatus de rehén de las FARC, para que pueda ser tratado en un hospital o que Gobierno y guerrilla lleguen a un pacto para intercambiar rehenes enfermos por guerrilleros también con la salud quebrantada. Si no se da ninguno de estos dos casos, este político no ve esperanzas.

Asimismo, llegaron con Consuelo pruebas de la vida de Alan Jara, un político que fue forzado a apearse de un vehículo de la ONU hace seis años; también está enfermo: padece un dolor agudo y extraño en el cuello. Y del capitán William Donato, que sufre del riñón; no se sabía nada de él desde hace siete años. Su madre lloró al verlo encadenado. Orlando Bertrán envió mensajes de amor a su esposa.

Y escribieron también el sargento Arbey Delgado y Gloria Polanco. Ésta última rehén —su esposo fue asesinado por las FARC, y dos de sus hijos fueron secuestrados con ella, aunque regresaron tras el pago de un jugoso rescate— es la que está en mejor estado. Envió a sus tres hijos pulseras tejidas con mucho amor y con fibras de la selva. Lleva ya seis años y medio cautiva.

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