‘Wrapped’ de Spotify y la ideología de la identidad
Los partidos políticos, igual que las empresas, venden identidad. Y lo que vende es sentirnos diferentes y, a poder ser, superiores


“Sé que Spotify es el demonio y el asco absoluto y debemos irnos de ahí, pero, por favor, compartid vuestros wrapped [los temas más oídos por un usuario en un año], que me encanta verlos, y luego nos vamos todos a otro lado”, publica el escritor y periodista Guillermo Alonso (El efecto deseado, Seix Barral) en sus stories de Instagram. Lo de que Spotify no mola lo dice por las millonarias inversiones de su CEO, Daniel Ek, en IA militar. Lo de que todos queremos ver los wrapped de todos es un hecho. Pero ¿por qué nos hace tanta ilusión saber qué canción es la que más escuchamos este año o conocer nuestra edad musical? Se debe a que es una cuestión identitaria, y nada hay tan importante en este siglo (política y humanamente hablando) como la identidad.
¿Y qué es la identidad, según Wrapped de Spotify? Pues, básicamente, que te den la oportunidad de ser quien tú piensas que eres y mostrarlo a los demás. No que te digan cómo eres, porque eso no se puede saber en función de si has escuchado más Lux o The Life of a Showgirl. Cómo seas tú en realidad (empática, alegre o malvada…) no te lo va a decir Wrapped, y a nadie le importa en realidad, porque la tecnología tiene una superbuena noticia y es que puede asegurarte, al final del año, que te has convertido exactamente en la persona que creías ser, no la que eres realmente. ¿Y cómo puedes demostrarlo? Pues, a ver, porque tu top cinco de artistas lo forman Nation of Language, Safe Mind, La Roux, Garbage y Jade, por ejemplo. Y eso es tan importante que vas a compartirlo para que se entere todo el mundo… de quién eres.
Que un algoritmo pueda otorgar la identidad es un asunto tan importante para las multinacionales como para los partidos políticos, que no venderán ideas en los próximos años, sino identidades. Un cambio que la ultraderecha ha interiorizado (las ideas no valen nada y se puede ser presidente de EE UU diciendo que las personas migrantes se comen a las mascotas) y que la izquierda no termina de aceptar. Los partidos progresistas mantienen un discurso a favor de la igualdad (muy del siglo XX), cuando lo que crea fans, clientes o votantes es la identidad; en concreto, ser diferente (nunca igual) y preferiblemente superior. La palabra igualdad está bien moralmente, pero retóricamente ya no vende porque no construye identidad.
La pregunta obligatoria es cómo se vende y cómo se construye una identidad en el siglo XXI. Hasta ahora hemos pensado que la identidad era la expresión íntima de lo que somos y exigía bucear en cada individuo, construir una comunicación plástica e incluso poética de lo que cada quien siente y tratar, en fin, de construirnos y descifrarnos. Sin embargo, la identidad que triunfa hoy es el juicio público (no íntimo) de quiénes somos. Una lista que lo demuestre, un número de likes o una proclama política sobre la fruta que no dice nada, pero sí quién eres. Ya no es que las convicciones políticas decidan los votos, sino que muchos votos se aseguran en función de la identidad que prometen otorgar: ser más español que el resto, por ejemplo. Se puede votar así, igual que se puede escuchar música en Spotify porque, aunque su CEO haya invertido 700 millones en la guerra, tiene un algoritmo que nos resta 20 años según nuestra “edad musical”. Y, claro, no hay quien se resista.
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