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LA CASA DE ENFRENTE
Columna
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El 20-N y las emociones, una niña triste, otra vez

Siguiendo el juicio al fiscal general del Estado, era obvio que había dos equipos, ‘hooligans’ incluidos

Fiscal general Álvaro García Ortiz
Nuria Labari

No soy abogada ni jueza ni política, ni alcanzo a entender todo lo que está pasando. No tengo juicio (nadie puede tenerlo) sobre una sentencia que no conocemos, pero aunque no entienda todo lo que pasa, sí puedo sentirlo. Y el sentimiento es fuerte e inequívoco: estoy triste. Triste como una niña triste, como cuando de pequeña no entendía algunas de las cosas que pasaban en mi familia, pero sabía que tocaba estar triste o contenta. En los asuntos importantes, como la política o el amor, la tristeza llega mucho antes que los abogados o el divorcio y es tan certera como ineludible, pues dice más que todo lo que se dirá después. Por eso creo que el análisis sentimental sobre lo que está pasando podría ser más certero que todo el cacareo político.

Me permito pues centrarme en el núcleo de mi tristeza, que estalla el pasado 20 de noviembre. No fue la condena a García Ortiz la razón de mi desconsuelo, no fue una posible injusticia lo que afligió mi corazón. Ya digo que sin sentencia es difícil juzgar lo que es justo. A mí, lo que me tumbó el ánimo es que, 50 años después de la muerte de Franco, todo el poder político y judicial de mi país se pusiera a confrontar sentimientos. Peor aún, que se pusieran a confrontar emociones. Hasta una niña sabe que si el poder empieza a disparar emociones a la cabeza un 20 de noviembre, toca estar triste.

Porque cualquiera que haya crecido en este país sabe cómo se las gastan las emociones por aquí. No entienden de razones ni atienden a ellas, sino que se basan simplemente en tener una adscripción. Esto se nota mucho en el fútbol, por hablar de otro desbordamiento patrio, donde lo importante para disfrutar es saber de quién eres antes siquiera de entender dónde está la pelota. Si por ejemplo te gustara tanto el Barça como el Madrid, entonces no podrías disfrutar del fútbol, al menos no en España. Aquí un buen partido es ese donde ganas en el último minuto, a poder ser por un penalti injusto que una parte del estadio ve clarísimo y otra jamás reconocerá. Yo el juicio lo seguí a través de las crónicas de Manuel Jabois, que es del Real Madrid. Gracias a él me di cuenta enseguida de que había dos equipos. Lo que no vi venir es que los árbitros, los entrenadores y la mismísima federación pudieran convertirse en hooligans.

Cómo no voy a estar triste, si lo que duele ahora es que no exista en mi país un lugar donde la jerarquía sea distinta, donde por encima de las emociones esté la ley; donde por encima de la adscripción política prevalezcan las instituciones, instituciones que se deben a otros valores y jerarquías (tales como la justicia, la belleza, la igualdad, el derecho a la vivienda de quienes no pagamos con dinero negro, qué sé yo). Pero qué va. La emoción hooligan (léase ultra, forofa, violenta, radical) se ha colado en las instituciones y vamos a salir perdiendo todos. Porque la adscripción es la forma más cutre de construir una identidad. Me refiero a que nos obliga a estar hablando continuamente del juicio, digo del partido de la semana, para confirmar quiénes somos. Sin embargo, somos mucho más que nuestras emociones. Tenemos sentimientos y anhelos profundos y merecemos saber que vivimos en un país capaz de contar con ellos y trabajar para ellos. O nos convertiremos en un país muy triste.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
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