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punto de observación
Columna
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Europa es distinta, debería luchar con todas sus fuerzas para seguir siéndolo

El futuro de la UE no pasa por acomodarse a las reglas de Estados Unidos, sino por defender el multilateralismo

Soledad Gallego-Díaz
Sol Gallego
Ilustración para IDEAS 02/02/25Nicolás Aznárez

Masha Gessen, la activista rusa afincada en Estados Unidos, último premio Hannah Arendt, propone en un artículo de 2016, tras la primera victoria de Donald Trump, unas reglas para tratar con los autócratas: la primera, creer lo que dicen. Y después, no dejarse engañar por pequeños signos de normalidad, no pensar que las instituciones por sí solas nos salvarán, no hacer concesiones ni dar tregua y recordar el futuro, en el sentido de que nada dura para siempre. La resistencia debe ser obstinada, intransigente e indignada, resume.

La Unión Europea se mantiene como el gran frente contra las autocracias. Europa todavía es distinta, escribía hace días Anne Applebaum. Acaba de aprobar una ley con normas para los servicios digitales y los grandes magnates de las tecnológicas tienen que pasar por el Tribunal de Justicia de la Unión. Casi todo el mundo en la UE piensa que Donald Trump traerá graves complicaciones y que esta vez la Unión tendrá que reaccionar para agilizar sus mecanismos de decisión y para enfocar sus recursos hacia los nuevos desafíos industriales, tecnológicos y de defensa. Tiempos difíciles para todos, y muy especialmente para la vicepresidenta de la Comisión, la española Teresa Ribera, que representa el muro de contención contra quienes piensan que la agenda verde debería ser rápidamente recortada para liberar fondos.

Es cierto que Europa es distinta y que debería luchar con todas sus fuerzas para seguir siéndolo. El futuro de la UE no pasa por acomodarse a las nuevas reglas de Estados Unidos, sino, precisamente, por defender el sistema multinacional que Donald Trump pretende arrasar. En esta nueva etapa es muy posible que Estados Unidos provoque desorden e inestabilidad. Los europeos, desde hace ya muchas décadas, odian el desorden y defienden dos principios sobre los que levantaron la Unión: respeto a la integridad territorial y resolución pacífica de las controversias. Quieren calma, pero es muy posible que eso no dependa ya de sus propias fuerzas. Lo que si dependerá de ellos es mantener la estructura de la Unión Europea y su capacidad para aumentar su seguridad sin, por ello, renunciar sus políticas verdes, de cooperación y de ayuda internacional.

Se aproxima un momento fundamental: las elecciones que se celebrarán en Alemania el próximo día 23 de febrero. Hacía muchos años que no existía un ambiente de tanto desasosiego. En las elecciones alemanas concurre un partido de clara vocación autocrática, Alternativa para Alemania (AfD por sus siglas alemanas), que defiende el abandono de la UE, la desaparición de las políticas verdes y de género, la aproximación a Rusia y una violenta política de expulsión de inmigrantes, entre otras propuestas angustiosas. El problema no es que AfD pueda ganar las elecciones, que no lo hará, sino en qué posición queda (segunda, dicen ahora los sondeos, aunque aún es pronto para cálculos seguros y los socialdemócratas tienen fama de recuperar posiciones en los últimos minutos).

Según esos mismos sondeos, ganará las elecciones el candidato de la CDU, Friedrich Merz, un hombre peculiar, un conservador que nunca soportó a su colega Angela Merkel, hasta el extremo de marcharse del partido unos años. Merz ha asumido una política de inmigración casi tan dura como la de AfD y dice estar dispuesto a sacarla adelante sin renunciar a los votos de AfD, es decir, rompiendo el cinturón que ha funcionado hasta ahora en Alemania, según el cual todos los partidos se negaban a aprobar leyes que dependieran del apoyo del partido donde se refugian los nostálgicos del nazismo. Merz asegura que nunca negociará, “ni muerto”, llegó a precisar, con Alice Weidel —la exótica dirigente de AfD, lesbiana, casada con una inmigrante de Sri Lanka, que parece un trampantojo, una ilusión con la que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es—, y se defiende afirmando que una cosa es que AfD vote alguna de sus propuestas y otra dar respetabilidad a ese partido. Pero eso es exactamente lo que muchos comentaristas alemanes piensan: que sacar adelante una ley con el apoyo de AfD es concederle la peligrosa normalización que durante tantos años se le ha negado. Incluso un sector de la CDU no quiso este viernes apoyar a Merz.

Por encima de todo, las elecciones alemanas van a ser el banco de pruebas en el que comprobar si los medios profesionales de aquel país son capaces de luchar con éxito contra la alteración de la jerarquía de noticias que provocan las redes, manipuladas como nunca por intereses ajenos al periodismo. Si son capaces de contar el asesinato de un niño a manos de un inmigrante enfermo mental recordando cuántos asesinatos cometieron ese mismo mes alemanes de pura cepa. O si logran recordar que la cultura tiene más que ver con la ignorancia que con las maneras de comer. Como decía el profesor de Princeton, Dan-el Padilla Peralta, dominicano y negro, experto en Roma y Atenas, “¿por qué los clásicos son cosa de los blancos?”. ¿Por qué Kant no es parte de un sirio culto y sí lo es de un alemán iletrado?


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