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Steven Forti, historiador: “Entre los jóvenes, la insatisfacción lleva a un rechazo de la democracia”

Cada vez más sistemas democráticos se convierten en autocracias, apunta, cuando en la segunda mitad del siglo XX la tendencia era la contraria

Steven Forti
El historiador Steven Forti, fotografiado en Madrid el pasado mes de noviembre.Juan Barbosa
Sergio C. Fanjul

Nicola Bombacci (1879-1945) fue uno de los principales líderes socialistas en la Italia de entreguerras. Con fuertes conexiones con la Unión Soviética, fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano en 1921. Pero, 25 años después, acabó fusilado y colgado por los pies junto a Benito Mussolini. Se había pasado al fascismo. Algunos le llamaron “el supertraidor”.

Es una de las figuras que estudió el historiador Steven Forti (Trento, 43 años) en su tesis, que comenzó tratando sobre el socialismo revolucionario en Italia. “Quise saber si había otras trayectorias similares en Europa. Y las encontré”, cuenta. Lo demuestra esta tesis, El peso de la nación: Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de entreguerras (Universidade de Santiago de Compostela, 2015). Fue también el inicio de su estudio del fascismo, y, sobre todo, de su capacidad de atraer a algunos de sus enemigos naturales en la izquierda. Cuando las extremas derechas comenzaban a tener buenos resultados (Trump, Salvini, el Brexit), el historiador quiso entender si estábamos ante un nuevo fascismo. De su estudio de las derechas contemporáneas salió el libro Extrema derecha 2.0 (Siglo XXI, 2021), que se complementó con la coordinación del volumen coral Mitos y cuentos de la extrema derecha (Catarata, 2023).

En España pasó un año como estudiante erasmus, en 2003; luego, en 2006, hizo el doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde ahora es profesor en el departamento de Historia Moderna y Contemporánea. “En la Italia de Berlusconi se había recortado mucho la investigación y en España, con Zapatero, se le había dado un empujón. Esa fue una de las razones por las que decidí volver”, cuenta. Acaba de lanzar su nuevo libro: Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales (Akal).

Pregunta. ¿La democracia está en peligro?

Respuesta. Sí. Y tras la victoria de Trump tenemos más razones para pensarlo. Pero no solo se trata de Trump. Desde 2009, todos los índices muestran una ola desdemocratizadora. Cada vez más países pasan de ser democracias plenas o parciales a sistemas autocráticos. Y cada vez se da menos a la inversa, que era lo habitual en la segunda mitad del siglo XX. Hay diferentes razones, pero uno de los actores fundamentales es la extrema derecha.

P. ¿Cómo sucede ese proceso de desdemocratización?

R. Hay modelos diferentes. Todavía puede haber golpes de Estado, por ejemplo, pero en general lo que vemos es un vaciamiento desde dentro. Líderes más o menos populistas o de extrema derecha ganan unas elecciones y paulatinamente centralizan el poder en el Ejecutivo, desaparece la separación de poderes, recortan derechos para la minoría y también, muy importante, desaparece el pluralismo informativo.

P. El modelo de Viktor Orbán en Hungría es el que considera paradigmático.

R. Sí, pero hay diferentes autocracias, desde Irán hasta China, desde Venezuela a Nicaragua, que no están relacionadas con la extrema derecha. La extrema derecha no es una causa definitiva, sino más bien un síntoma de la crisis que viven los modelos democráticos. El caso de Orbán es paradigmático por tres razones: una, porque está en el poder desde 2010; dos, porque muestra un patrón que muchos partidos quieren seguir, y tres, porque tiene éxito. No se trata de una república pos-soviética perdida en mitad de Asia, sino de un país miembro de la Unión Europea y de la OTAN.

P. ¿Por qué mucha gente, sobre todo joven, dice querer un modelo autocrático?

R. Hay una creciente insatisfacción con el modelo democrático en diferentes franjas de edad. Es un debate complejo. Depende mucho de cómo se planteen las preguntas de las encuestas. Que alguien no esté satisfecho con esta democracia no quiere decir que no sea demócrata. Es lo que pasaba en el 15-M y no había una tensión autoritaria. Pero en algunos casos, más entre los jóvenes, estamos viendo que esa insatisfacción lleva a un rechazo de la democracia.

P. ¿Por qué?

R. Muchas veces son razones materiales: el ascensor social se ha roto, aumentan las desigualdades, la clase media se ha achicado, no hay esperanza en el futuro a no ser que vengas de familia rica… Se piensa que quizás haya una solución distinta. A veces se confrontan dos cosas: la libertad y la seguridad de llegar a fin de mes. En algunas encuestas se pregunta eso: ¿democracia fuerte o economía fuerte? Y ahí vemos tendencias, que comenzaron incluso antes de la crisis de 2008, que valoran más la economía que la democracia. Eso pasaba en los países del este de Europa y también explicaría el alto nivel de consenso que tiene Putin: se venía de un caos total y Putin ha conseguido cierta seguridad económica para amplios sectores de la sociedad.

P. A veces parece que el momento de Estado social y democracia de la segunda mitad del siglo XX quedará como un suspiro en la historia de la humanidad.

R. Es una idea que ha defendido David Runciman en su libro Así termina la democracia (Paidós). Yo creo que aquí somos esclavos de una visión de la historia en la que siempre íbamos a mejor. La democracia, después del fin del Guerra Fría, parecía el sistema triunfante, y además unida al Estado de bienestar. Pero no es así. Y la revolución neoliberal también acaba con esto.

“Milei no es lo mismo que Abascal, ni Trump lo mismo que Meloni, pero es útil verlos como una gran familia global. Ellos se ven así”

P. ¿Cómo se revierte la desdemocratización? Usted pone el ejemplo de Polonia.

R. Es difícil. El proceso de desmontaje de la democracia en Polonia estaba tan avanzado como en Hungría de Orbán o en El Salvador de Bukele: Donald Tusk lleva un año en el poder, después de vencer a la ultraderecha de Ley y Justicia, pero tiene muchos problemas: es una coalición muy heterogénea que está generando cierto desencanto. Y, además, es muy difícil revertir los cambios, cuando el Gobierno anterior ya había roto la separación de poderes.

P. ¿Qué es la extrema derecha 2.0?

R. Es un intento de definir las extremas derechas de hoy, de Trump a Meloni, de Milei a Abascal, de Orbán a Le Pen. El 2.0 es porque todavía no podemos hablar de fascismo y por la importancia de las nuevas tecnologías en su desarrollo. No debemos pensar que la única causa de su auge son las redes sociales, pero han sido muy importantes en su viralización y normalización. Y es mejor el plural, extremas derechas 2.0, porque Milei no es lo mismo que Abascal, ni Trump lo mismo que Meloni, pero es útil verlos como una gran familia global. Además, ellos se sienten así.

P. La conspiranoia y lo esotérico eran casi más propios de la izquierda. ¿Cómo han sido adoptados por la extrema derecha?

R. En general, la extrema derecha capitaliza mejor la desconfianza que la izquierda. Y ahora hay una profunda desconfianza respecto al sistema en general y las redes sirven para vehicular esas ideas. El mundo cada vez es más difícil de entender, pero las teorías de la conspiración dan una explicación sencilla, al alcance de cualquiera. Eso te soluciona la vida y te tranquiliza un poco.

P. Hablando de la tecnología: ¿resistir en X o mudarse a Bluesky?

R. La verdad, oigo argumentos de cada lado y los dos me convencen. Entiendo que hay que dejar ese vertedero de X, pero también entiendo que no se puede dejar en manos de la extrema derecha. Estoy en una fase de stand by, tratando de ver qué puede ser mejor.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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