Necesitamos un gran pacto social frente a la emergencia nacional de la vivienda
Las dimensiones del problema nos obligan a suscribir un acuerdo con todos los afectados, como los Pactos de la Moncloa
Es mejor no hacer más promesas, incompletas, incoherentes unas con otras, que además no se van a cumplir. Es mejor el silencio que la demagogia o el oportunismo. La decepción que sufren las generaciones más jóvenes en cuanto a tener un proyecto de vida —en forma de una vivienda para emanciparse— está directamente relacionada con el desplazamiento de sus preferencias políticas cada vez más inclinadas a la derecha extrema, hacia sus preferencias por una democracia instrumental (apoyo a la democracia solo si arregla mis problemas; si no, me da igual) o hacia la antipolítica del “que se vayan todos”. O silencio o respuesta inmediata. Pasar de las musas al teatro (tomo prestada esta expresión de Lope de Vega de un artículo sobre la vivienda publicado en la página web de la asociación Economistas Frente a la Crisis).
El parque de viviendas en España se compone de 26,7 millones de viviendas, de las cuales 18,7 millones corresponden a viviendas principales y alrededor de 8 millones a secundarias. Su antigüedad media ronda entre los 45 y 50 años. Durante las últimas décadas del siglo XX, el acceso a la vivienda en propiedad fue aumentando hasta alcanzar al 85% de los hogares en el año 2002. Desde principios del actual siglo, ese porcentaje se ha ido reduciendo en favor del régimen de alquiler. El número de hogares con vivienda en propiedad está un poco por encima de los 14 millones, frente a los 3,3 millones que ya viven en alquiler, en condiciones de mercado.
Son datos que se corresponden al informe Demografía, vivienda y brechas de riqueza, recientemente publicado por la Fundación Afi Emilio Ontiveros y dirigido por el economista Daniel Manzano. En él se concluye que la vivienda se ha erigido en el principal factor explicativo de la creciente brecha de riqueza tanto entre diferentes generaciones como en el interior de cada una de ellas. Los mayores de 65 años acumulan ahora un 42% de la riqueza neta total de los hogares (porcentaje creciente), mientras que los menores de 45 años acumulan solo el 13%. Además, existe una concentración de la riqueza en el 10% de los hogares más ricos. Por razones demográficas, ambos fenómenos de concentración de la riqueza podrían ampliarse. La vivienda se ha convertido en muchos países, desde luego en España, en un problema con dimensiones de emergencia nacional. Otro dato más: entre 2013 y 2024 el precio de los alquileres creció un 85% y el de la propiedad de vivienda un 72%, mientras que los salarios lo hicieron sólo un 23% en el mismo periodo.
Se precisa articular ya un plan nacional de vivienda. Economistas Frente a la Crisis lo centran en un fondo financiero por parte de la Administración General del Estado, regulado por una norma con rango de ley, que establezca el destino y las condiciones de utilización de los recursos para financiar la construcción de un parque público de viviendas sociales de alquiler. Este fondo, nutrido por la emisión de bonos ICO avalados por el Estado, iniciaría la construcción de 200.000 viviendas antes de finalizar 2026, y de un número mayor en la siguiente legislatura. Se determinaría un convenio en el que aparecerían, entre otros aspectos, las condiciones y costes de construcción, la calidad medioambiental, el precio del alquiler y la ubicación urbana de las viviendas de alquiler social, para evitar su guetización. Etcétera.
Si hay algún territorio en el que se precise ahora en España un acuerdo social, este es el de la vivienda. Con tanta prosopopeya como los Pactos de la Moncloa. La impotencia política para arbitrar soluciones lo requiere. En él deben participar todas las administraciones y sectores implicados, desde las inmobiliarias hasta los bancos, las asociaciones de inquilinos y propietarios. Es al Gobierno al que corresponde convocarlo. Cómo soportar que en un país como en España estén surgiendo ya “soluciones habitacionales” como las “cápsulas” de dos metros de largo, uno de ancho y otro de alto, en las que sobreviven algunos de los que no pueden compartir ni piso ni habitación.
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