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Donald Trump, el hombre que atribuía sus éxitos a su fuerza mental

El candidato republicano es retratado como un hombre más inteligente de lo que sugieren sus detractores, pendenciero, con inseguridades y modos vengativos en ‘El camaleón’, ambiciosa biografía que firma la periodista Maggie Haberman

Donald Trump
Donald Trump en su oficina en la Torre Trump en septiembre de 1987.Joe McNally (Getty Images) (Getty Images)

La Nueva York que dio a luz a Trump era un auténtico barrizal de corrupción y mala praxis. La inmundicia abarcaba tanto las sedes del poder ejecutivo como algunos medios de comunicación, pasando por el sector en el que la familia Trump había sustentado su riqueza. A finales del siglo XX, Nueva York era un lugar donde la política racial tribal dominaba esferas enteras de la vida pública. Esa política, que impidió a los representantes de la comunidad negra ocupar cargos de gobierno municipal hasta 1989, inspiraba la cobertura mediática de la criminalidad y la función pública y dictaba qué se construía en cada sitio y quién cobraba por ello. El mundo de los promotores neoyorquinos era un hervidero de personajes sombríos, ataques cruzados y feroces luchas financieras. Muchas veces, si querías hacer negocios, ese era el precio que tenías que pagar. Pero Trump se mostraba especialmente insolente con los periodistas que informaban sobre él; a estos, les costaba señalar a otro promotor que admitía sin pudor que había usado un alias —estando bajo juramento— en una demanda que se le interpuso por haber contratado a trabajadores mal remunerados y sin papeles para construir la Torre Trump.

Él quería ver hasta dónde podía llevar una campaña presidencial que iba a definir los últimos años de su vida. Es cierto que había barajado presentarse otras veces y que había hecho mucho trabajo de campo para entablar relaciones en los Estados clave para las primarias, pero sus asesores reconocen que nunca pensó mucho en lo que conllevaría el cargo. Como no entendía cómo funcionaba el Gobierno ni tenía interés en aprender, recreó a su alrededor el mundo que lo había creado a él. (…)

Es un obseso de los secretos ajenos. Se le da de maravilla encontrar flaquezas y aprovechar los puntos débiles

Cuando llegó a Washington, Trump recurrió al saber acumulado durante décadas y décadas de altibajos empresariales y personales. En sus inicios, él había contado con un puñado de consejeros y mentores cruciales. Norman Vincent Peale, que predicaba el “poder del pensamiento positivo” y una versión embrionaria del evangelio de la prosperidad, hizo creer a su aprendiz que se podían crear cosas solo con desearlas; cuando algo le salía bien, Trump lo atribuía a su fuerza mental. El irascible propietario de los New York Yankees, George Steinbrenner, solía echar a la gente a la calle sin contemplaciones, algo que fascinaba a los aficionados y llamaba tanto la atención de la prensa como los propios resultados del equipo; en él, Trump halló un modelo de hipermasculinidad que imitó bastante durante los escabrosos años ochenta, cuando el VIH aterrorizó al país. De Ed Koch y Rudy Giuliani, aprendió el arte del espectáculo político. Y de Meade Esposito, el implacable jefe del Partido Demócrata de Brooklyn, aprendió cómo cabía esperar que se comportaran los grandes aliados políticos. (…) Pero dejando a un lado a su padre, la mayor influencia para el futuro presidente fue Roy Cohn, que le enseñó a erigir toda su vida en torno a tres piedras angulares: la cercanía al poder, la evasión de responsabilidades y la creación de ardides en los medios. No podemos saber cuántas de las muestras de esa personalidad tosca han tenido como objetivo impedir que la gente descifrara el ardid. Tal vez ni el propio Trump lo sepa. Si los viejos modelos regían su conducta, también lo hacían las rivalidades e inquinas arraigadas. En todas las rencillas que colmaron su presidencia, quienes ya llevaban un tiempo a su lado veían los resultados de los agravios sufridos por la Trump Organization. (…)

Aunque su leyenda rezuma intrigas —hay quien habla de su impredecibilidad y quien lo describe como un agente del caos—, lo irónico, según dicen quienes lo conocen desde hace años, es que durante su vida adulta solo ha usado unas cuantas artimañas. Puede contratacar, inventar una mentira rápida, echar balones fuera, distraer o dar informaciones engañosas, montar en cólera, fingir ira, hacer cosas o declaraciones para salir en los titulares, vacilar y ocultarlo con una embestida, hablar pestes de un asesor con otro asesor para abrir una brecha entre ambos… Lo difícil es saber qué truco está usando en un momento dado.

Donald Trump en una imagen de archivo de 1987.
Donald Trump en una imagen de archivo de 1987. Bruce Gilbert (Newsday RM /Getty Images) (Newsday RM via Getty Images)

Cuando asesora a alguien, lo más común es que Trump priorice que el individuo tenga “buena pinta”. Es como si pensara que la vida es un programa de televisión y que él escoge el reparto. Trump es un obseso de los secretos ajenos. Se le da de maravilla encontrar flaquezas y aprovechar los puntos débiles, y también animar a la gente a tratar de contentarle arriesgándose en su nombre para que él pueda alegar inmunidad por las repercusiones. (…)

Es muy sugestionable. Busca ideas, pensamientos y declaraciones de otros y los adapta para apropiárselos; una vez, unos asesores de campaña lo tildaron de “loro sofisticado”. Se ha mostrado dispuesto a creer que todo es cierto, y también a decir que todo es cierto. Posee algunos instintos ideológicos básicos, pero muchas veces no tiene reparo en reprimirlos si eso le sirve para otro fin. Sus declaraciones son etéreas y te permiten atribuirles el sentido que quieras, de modo que dos facciones enfrentadas podrían alegar que cuentan con su apoyo. Por lo general, Trump se limita a reaccionar. No tiene un proyecto. Eso sí, desorientando a la gente, Trump les hace creer que baraja una estrategia ulterior o un plan secreto. Sus intenciones se enmarcan en algo que él ve como un juego, con reglas y objetivos a los que solo él ve sentido. (…)

Muy sugestionable, busca ideas, pensamientos y declaraciones de otros y los adapta para apropiárselos

Entre sus atributos más recurrentes encontramos: el deseo de aplastar a los oponentes; su aversión al bochorno o a rehuir voluntariamente una pelea; su convicción de que, por lo que sea, al final todo le saldrá a pedir de boca, y su negativa a aceptar el modelo tradicional de los negocios o la política. Esas cualidades han sido su punto fuerte, igual que lo ha sido mostrar orgullosamente aquello que los demás trataban de ocultar. Con el tiempo, su ojeriza fue in crescendo, sobre todo a medida que tenía que hacer frente a nuevas investigaciones tanto de la Fiscalía como de sus rivales políticos. En todo caso, la causa de esa ojeriza era lo de menos. Uno de los principios elementales del movimiento trumpista ha sido encontrar objetivos válidos contra los que descargar la rabia preexistente. Esa rabia ayudó a identificar a sus prosélitos, cuyo vínculo con él no radicaba tanto en la ideología como en los enemigos compartidos: los liberales, los medios de comunicación, las tecnológicas o los organismos de regulación. (…)

Su trayectoria empresarial antes de hacerse con la presidencia no fue ningún espejismo. Construyó una torre gigantesca en la Quinta Avenida y abrió tres casinos en Atlantic City. También convenció a bancos y representantes públicos para que le ayudaran a lograrlo. (…) Pero nunca fue un empresario del caché de otros titanes de las finanzas y los bienes raíces de Nueva York con los que él procuraba que lo compararan. En su ciudad natal, muchos ejecutivos se mofaban de que Trump aparentara tener más dinero en la cuenta del banco y más bienes inmuebles de los que tenía en realidad; se reían de su afán por prestar su nombre a casi cualquier contrato de licencia. Una vez abandonada la presidencia, se puso en marcha una investigación penal sobre si había hinchado el valor de sus propiedades para engañar a las entidades crediticias. Pero fuera de la burbuja de Nueva York, Trump llevaba décadas siendo considerado la personificación de la riqueza. En el resto del país, simplemente era alguien que había construido grandes torres con letras doradas en la puerta. Para entender a Donald Trump, su presidencia y su futuro político, la gente debe saber de dónde viene.

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