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Trabajar cansa
Columna
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Carteles que me gustaría leer

En Italia el pasado está más presente, casi más que el propio presente. Tiene inconvenientes, pero da una cierta perspectiva. Por ejemplo, sobre la propia historia. En cada pueblo hay un monumento a los caídos en la guerra. Sientes envidia de esa claridad.

Placa conmemorativa a las víctimas de Shoah en Milán.
Placa conmemorativa a las víctimas de Shoah en Milán.Alessandro Bremec (NurPhoto/Getty Images)
Íñigo Domínguez

En Roma, el sentido del tiempo es algo distinto. En la puerta de una tienda tienen este cartel: “A veces no estoy”. Y en otra: “Vuelvo antes o después”. Más allá de esto, el pasado está mucho más presente, casi más que el propio presente. Esto tiene inconvenientes y ventajas, pero no se puede negar que da una cierta perspectiva. Por ejemplo, sobre la propia historia, de dónde se viene. Viajar por Italia es ver casi en cada pueblo un monumento a los caídos en la guerra. Bueno, dos. Uno de la primera y otro de la segunda. Con la lista de los vecinos muertos. Abundan también las placas que recuerdan crímenes fascistas o nazis. Hay una palabra clave: liberación. Del fascismo. Y antes, del Papa. En Ferrara, por ejemplo, una lápida en la plaza del Duomo conmemora que en junio de 1859 la ciudad “se liberó del dominio del Pontífice y participó en el nuevo destino de la nación”. (Italia nace del deseo colectivo de estar juntos, es curioso de ver viniendo de nuestros líos). Otra piedra recuerda cómo en noviembre de 1943, con la ejecución de 11 ciudadanos, “un régimen sectario iniciaba / cómplice del nazismo alemán / la serie execrable de sus actos de feroz represalia oficialmente autorizada y cínicamente exaltada”. Sale uno de España y siempre se lo pregunta: ¿por qué no podemos tener nosotros carteles así?

Lo digo sin afán polémico, y ya dice mucho el hecho de que me haya apresurado a decir esto, al igual que a precisar que por supuesto pongamos una placa donde quemaron una iglesia. Lo sé, si no se hizo en su día sería por algo, y ya para qué, nunca es buen momento. Pero es que al viajar por ahí tienes envidia de esa claridad, notas una disfunción muy nuestra. Cada país tiene su historia y juega con las cartas que le tocan. También la Alemania de posguerra estaba llena de nazis reciclados. Lo explica la espléndida biografía, publicada por Berg Institute, de Fritz Bauer, el juez que impulsó los procesos de Auschwitz en 1963: el 15% de los parlamentarios de la RFA elegidos en 1949 estaba implicado en crímenes nazis, y toda la Administración estaba plagada de antiguos nazis. La consigna del nuevo país fue que estaba en “La Hora Cero”, como si hubiera reseteado su memoria y volviera a empezar, eso, de cero. Otra expresión de esos años fue “la reconciliación con el pasado”, pero como señaló Adorno, no era para asumirlo, sino para acabar con él, borrarlo. Costó décadas darle la vuelta a este planteamiento colectivo.

En los bares de España siempre me ha hecho gracia esta frase colocada en algunos: “Hace un día estupendo, verás como entra alguien y lo jode”. Esa actitud hacia el otro, esas expectativas, esa manera de empezar el día. Recuerdo una vez que fui a Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila. En plena crisis catalana, tenía una media idea, algo confusa para variar, de hacer unos reportajes viajando por lugares significativos de España y preguntando a la gente si se sentía española y por qué, y qué sabía de la historia de su país. En Madrigal, concretamente, nació Isabel la Católica, y le pregunté a un señor en un parque qué pensaba de ella. Pensó un rato y me dijo: “Bah, nunca hizo nada por el pueblo”. Ni un polideportivo, una piscina, parecía decir.

En cualquier caso, ahora mismo en Italia y en Alemania pululan nostálgicos del fascismo muy creciditos, aunque no habían nacido cuando existía. Como estamos viendo últimamente, la memoria no es garantía de nada, así que imaginen sin ella.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.
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