Arrancan los Juegos Olímpicos sin la extrema derecha en el palco de autoridades
Los franceses llegan exhaustos a este gran acontecimiento tras dos meses de campaña electoral
Barcelona fue excepcional en muchos sentidos. La ciudad se estaba transformando ya antes de los Juegos Olímpicos del año 1992, y continuaría haciéndolo después. Los Juegos fueron el acicate central. Lo hizo gracias a la acción de un grupo de hombres y mujeres extraordinarias liderado por el inolvidable alcalde Pasqual Maragall. Ello no significa que otras ciudades olímpicas no hayan aprovechado la ocasión, pero es difícil encontrar un ejemplo tan diáfano como Barcelona. Además, entonces todos éramos jóvenes.
La experiencia indica que los presupuestos elaborados para los Juegos Olímpicos han sido sistemáticamente sobrepasados. En el dossier Costes Olímpicos. Albergar unos Juegos pasa una enorme factura, elaborado por la revista Alternativas Económicas, se muestra cómo las desviaciones presupuestarias han contribuido a los posteriores problemas financieros de las ciudades que han albergado la competición. En el caso de los de París se ha pasado ya de una estimación de 6.300 millones a 8.000 millones de euros, y pocos creen que no haya que añadir una palada de dinero más. Además, ello depende de lo que entre en el cálculo: la seguridad, la salud, los transportes, etcétera.
La cuestión es si se pueden esperar beneficios significativos para la economía de la ciudad, de la región en la que está instalada, o incluso del conjunto del país. Es lo que se denomina el legado olímpico, los aspectos tangibles en las infraestructuras que quedan, las construcciones, las mejores comunicaciones, las transformaciones duraderas para una mejor calidad de vida de los ciudadanos. Pero también están los aspectos no tangibles como el aumento de la reputación de la urbe, su mayor atractivo. Quizá el que París esté en el top de las ciudades de todo el mundo y apenas pueda mejorar su legado no tangible, más las dificultades para que en ella se haga realidad la consigna de que “los juegos financian los Juegos”, sea parte de esa indiferencia previa de los franceses a sus Juegos que expresan los sondeos: el 36% de los ciudadanos siente frialdad; un 23%, inquietud, y un 5%, cólera ante su llegada.
La otra parte es el cansancio ciudadano. Los franceses llegan exhaustos a los Juegos después de dos meses de campaña electoral que, en última instancia, ha evitado a base de mucho desgaste lo que tantos temían: que la extrema derecha estuviese en el palco de autoridades que inaugurase los eventos, junto al centrista Macron como presidente de la República y la socialista Anne Hidalgo como alcaldesa de París. Después de los olímpicos se desarrollarán los juegos paralímpicos, y es factible que hasta entonces no haya gobierno establecido. No existen tantos precedentes de países que han alojado un acontecimiento tan significativo sin un Ejecutivo formado, dado los importantes riesgos que durante estas semanas se han de correr.
En cuestión de Juegos Olímpicos hay distintos modelos para armar. Para momentos de una tensión geopolítica parecidos a los actuales están los de Múnich en 1972. En ellos, ocho terroristas palestinos de la organización Septiembre Negro irrumpieron en la Villa Olímpica matando a dos miembros del equipo israelí y tomaron a nueve rehenes que finalmente también resultaron abatidos (así como cinco de los ocho palestinos). El espectro de Múnich 72 ha aparecido este verano parisiense, al suceder la masacre de Gaza al mismo tiempo que los Juegos. En la Francia de los chalecos amarillos, otro modelo que se ha recordado es el de México en 1968: después de saltar los movimientos radicales estudiantiles desde EE UU hasta Europa, éstos volvieron a brincar a América Latina. Apenas unos días antes de la inauguración de los Juegos, en Ciudad de México tuvo lugar la matanza de Tlatelolco: un número (indeterminado, aun hoy) de estudiantes fue masacrado en la plaza de las Tres Culturas por fuerzas militares y paramilitares. En plenos Juegos, dos atletas negros saludaron con el puño en alto, símbolo del poder negro, en protesta por la segregación racial.
Preferimos el modelo de Barcelona. Que a París le vaya bien.
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