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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Reino Unido y Francia: o el giro social es muy profundo o serán pasto del desánimo

España ha tenido que soportar el dilema de las prioridades más de una vez en la historia

Juan Miguel Villar Mir
El exvicepresidente para Asuntos Exteriores y Hacienda, Juan Miguel Villar Mir, jurando su cargo en presencia del Rey Juan Carlos en el primer gobierno de transición presidido por Carlos Arias Navarro en 1975.EFE
Joaquín Estefanía

La transición política y la transición económica, ¿han de ir unidas o debe retrasarse una para obtener la otra porque habitualmente no hay fortaleza para abordar las dos en el mismo periodo de tiempo? Resolver esta cuestión es significativo en un momento en que dos grandes países europeos, Reino Unido (desde la certidumbre de tener Gobierno al siguiente día de las elecciones) y Francia (desde la indeterminación a fecha de hoy) se proponen abordar un cambio estructural. Gran Bretaña está prácticamente estancada y no le funcionan ni los servicios ni las infraestructuras públicas, y Francia es el patito feo de las finanzas públicas dentro de la zona euro.

Los españoles sabemos bastante de estos dilemas. Hace muchos años, el socialista Indalecio Prieto resolvió esta cuestión para una coyuntura especialmente ilusionante en la historia de nuestro país: “No entender políticamente el mundo de la crisis económica y no presentar ante él una política económica coherente constituyó una de las causas del fracaso de la Segunda República” (Convulsiones de España, Oasis).

El recientemente desaparecido Juan Miguel Villar Mir había reflexionado bastante sobre tales dilemas. En sus obituarios se ha destacado, sobre todo, su carácter empresarial y los problemas con la justicia, y mucho menos el hecho de que fue vicepresidente económico en el primer gobierno de la Monarquía de Juan Carlos (con Arias Navarro de presidente de Gobierno), y como tal tuvo que hacer frente al tremendo malestar de muchos ciudadanos en esa coyuntura, que coincidió con la primera crisis del petróleo (embargo del crudo por los países productores y subida de precios tres veces en un solo año) y con la decisión unilateral del presidente americano Richard Nixon de acabar con los restos de las reglas del juego económico impuestas al final de la II Guerra Mundial, como la paridad entre el dólar y el oro y los tipos de cambio fijos. Periodo corto pero determinante.

Villar Mir mantenía, siguiendo una estela revisionista de la historia que afirma que los tecnócratas del Opus Dei querían traer la democracia a España junto con la apertura económica a partir del Plan de Estabilización de 1959, que la Transición comenzó con Arias Navarro y él, no con Adolfo Suárez y Fuentes Quintana. Ningún hecho lo avala.

Mes de enero de 1976. Madrid es sacudido por un movimiento huelguístico sin precedentes que inmediatamente se extenderá al resto de España. Hace tres meses que Franco ha muerto en la cama. Los ciudadanos exigen subidas de salarios, mejores condiciones laborales y de vida. Otra vez la pesadilla, repetida en la historia, de un cambio político tan profundo (en aquel caso, de una dictadura a una democracia) inmerso en una gran crisis económica. Mientras los países de nuestro entorno geográfico hacía casi dos años que habían comenzado a apretarse el cinturón para domeñar los problemas, los últimos gobiernos de Franco no habían tenido la fortaleza política ni la visión necesarias para sacar a la ciudadanía de las dificultades económicas.

Todo el mundo era consciente de que las protestas contra la política económica del Gobierno tenían un objetivo más elevado, como era forzar los cambios hacia una democracia consolidada, sin posible marcha atrás. Villar Mir se convirtió en el “enemigo del pueblo”, sin que a veces, opinaba él, tuviera el respaldo del resto del Gabinete, que se estaba posicionando para los nuevos tiempos.

Finalmente, su sucesor Fuentes Quintana (tras una corta etapa en la grisura, en la que el responsable de la economía fue un fácilmente olvidable Eduardo Carriles) atinó con sus reflexiones: la coincidencia de la crisis política con la crisis económica remitía a la experiencia de la II República, aunque casi nadie se atreviese a mencionarlo. La experiencia de los años 1931 a 1936 demostraba que crisis económicas graves y no resueltas son pasivos que, complican, hasta hacerla imposible, la normalidad. Crece el malestar.

O los demócratas acaban con la crisis o la crisis acaba con la democracia. Lecciones de historia que tienen ahora un correlato en varios países europeos.

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