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El debate | ¿Compensa a una ciudad organizar los Juegos Olímpicos?

En vísperas de la inauguración de los JJ OO de París, los resultados han sido muy dispares entre las urbes que han sido sede de este evento

El ciclista francés Matthias Dandois levanta la antorcha olímpica en la Plaza del Trocadero de París el pasado día 15.
El ciclista francés Matthias Dandois levanta la antorcha olímpica en la Plaza del Trocadero de París el pasado día 15.Maja Hitij (Getty Images)

La organización de los Juegos Olímpicos sigue generando una competencia feroz entre las ciudades candidatas, pero después del el esfuerzo político y económico que conlleva conseguir alojar la cita deportiva, los resultados para las urbes organizadoras del evento no han sido siempre tan satisfactorios como habían previsto.

Dos expertos, Olalla Cernuda, consultora especializada en candidaturas olímpicas que participó en la de Madrid 2020, y Ferran Brunet, profesor de Economía Aplicada de la UAB, mantienen posiciones enfrentadas sobre la cuestión.

Doce años de paciencia política y ciudadana

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OLALLA CERNUDA

¿Son los Juegos Olímpicos la gallina de los huevos de oro para todas las ciudades que tocan? Pues, como decía Jarabe de Palo, depende.

En la historia de las candidaturas a los Juegos Olímpicos hay dos periodos clave: antes de Buenos Aires, 2013, y después de esa fecha. Esto es, antes o después de que el Comité Olímpico Internacional (COI) diera el último portazo a la candidatura de Madrid para ser sede de los Juegos de 2020. Ese día en que el COI dijo que el modelo de Madrid —austero, flexible, sostenible— era “el más adecuado”. Sí, pero no, gracias. Solo unos meses después el COI implantó la Agenda 2020 para redefinir el modelo de ciudades candidatas. Un modelo “como el de Madrid”, pero que en ciudades como Madrid es casi imposible que, a día de hoy, funcione.

Las ciudades que acogen los Juegos bien entrado el siglo XXI tienen que entender cómo compaginar las necesidades de un evento así con la situación política, económica y social de un país. Entender que no hacen falta enormes inversiones en nuevas instalaciones deportivas o en transformar toda una zona de la ciudad para los Juegos. La idea es adaptar lo que ya existe, y rentabilizar al máximo posible las inversiones. El tan aclamado “legado” que todos Juegos persiguen y que no es siempre fácil de alcanzar. Sobre el papel, parece sencillo y razonable. En el ámbito político, difícil de gestionar. Y para que una candidatura fructifique hace falta un apoyo político incuestionable a todos los niveles de gobierno: local, regional y central. Durante mucho tiempo.

Hasta el año 2015, las ciudades sede se designaban siete años antes de que se celebraran los Juegos Olímpicos. Un periodo de tiempo, sumado a los dos años aproximados de preparación del proceso de candidatura, en el que un líder político puede asumir que seguirá en el cargo, o en ciertas áreas de poder, para liderar el momento mágico de declarar los Juegos inaugurados. Ese fue el caso de Anne Hidalgo, alcaldesa de París, líder de la candidatura y que estará en el palco presidencial este viernes cuando se inauguren los Juegos en su ciudad. Fue también lo que ocurrió con Lula da Silva en los Juegos de Río, o con Yoshiro Mori en los JJ OO de Tokio 2020.

En la actualidad, el Comité Olímpico Internacional ya ha designado las ciudades sede para los Juegos de 2028 —Los Ángeles— y 2032 —Brisbane—, y tiene ya avanzadas las negociaciones para los de 2036 y 2040. Las ciudades sede se eligen con al menos 12 años de antelación, demasiado tiempo para un político que tendría que lidiar con el desgaste que supone la inversión financiera y la pelea política necesaria antes de la celebración de los Juegos, y que con toda probabilidad no va a estar en el cargo para “colgarse las medallas” de ese esfuerzo. ¿Qué político, qué país quiere meterse ahora en un proyecto a tan larguísimo plazo? Es mucho más fácil responder a esta pregunta de forma afirmativa en regiones donde los políticos tienen apoyos fuertes y sus legislaturas son largas.

Es cierto que los Juegos Olímpicos siguen poniendo a la ciudad sede “en el mapa”. Las ciudades se engalanan para la ocasión, la inversión en deporte en el país anfitrión se multiplica, los hoteles y la industria reciben una inyección económica importantísima. Las infraestructuras — aeropuerto, transporte— se acondicionan, se generan miles de puestos de trabajo.

Pero las ciudades candidatas necesitan además de un fuerte apoyo popular, que es difícil mantener durante tanto tiempo hoy en día, y los ciudadanos son también plenamente conscientes de los inconvenientes de acoger unos Juegos. Durante un mes, los precios se multiplican, moverse por la ciudad es tarea casi imposible, el resto de la actividad empresarial o industrial casi se paraliza. Y disfrutar de los JJ OO como espectador no está al alcance de casi ningún bolsillo, aunque sean en tu propia ciudad. Encontrar idealistas convencidos que cuenten con el necesario apoyo político, social y deportivo es cada vez más difícil, aunque como dicen en las películas, siempre nos quedará París.


Merece muchísimo la pena

FERRAN BRUNET

Balanceando todos los costes y los beneficios, la respuesta a si interesa organizar unos Juegos Olímpicos es un sí rotundo. Los Juegos Olímpicos de Verano (JJ OO, así como los Juegos Paralímpicos que se celebran dos semanas después) son una oportunidad para una ciudad, para un país. Una gran oportunidad.

Los JJ OO son un megaevento, el acontecimiento no bélico que más miradas atrae, en televisión y redes sociales. Las ceremonias de inauguración y de clausura son el evento mediático más atractivo. Y durante dos semanas de retransmisión de pruebas deportivas en una treintena de especialidades, el nombre de la ciudad organizadora se ve, se lee y se pronuncia miles de millones de veces en todo el mundo. La excelencia, el esfuerzo, los desafíos encandilan. Atraen.

Para organizar unos JJ OO, la ciudad elegida dispone de varios años para poner a punto las instalaciones existentes, añadir otras nuevas, construir la villa olímpica, nuevas infraestructuras… Muchas ciudades y países pujan por organizar unos JJ OO debido a su potente impacto económico y social, antes de los Juegos (varios años, 85% de los recursos), durante los Juegos (cuatro semanas, 15% de los recursos, con importante consumo de visitantes) y, sobre todo por el impacto esperado después (herencia o legado olímpico, consistente en el rendimiento de las inversiones realizadas). Hay tres clases de recursos en unos JJ OO:

I. Organización y celebración deportiva, que se autofinancia con los derechos de televisión y medios que el Comité Internacional Olímpico cede al comité organizador local.

II. Inversión en instalaciones deportivas, en parte también financiada por el comité organizador.

III. Inversión en infraestructuras urbanas, transporte, telecomunicación, viviendas, hoteles y oficinas, en su mayor parte desarrolladas y financiadas privadamente.

La organización y la inversión en instalaciones deportivas representan importes relativamente acotados. En cambio, la inversión que atrae los Juegos será más o menos grande según la idoneidad de la ciudad organizadora y la calidad de la gestión. Por consiguiente, la estrategia económica de los JJ OO consiste en maximizar esas inversiones. ¡Este es el gran juego de los JJ OO! Para ello se requiere que la organización se desarrolle sin traspiés, que la marca ciudad se vea potenciada y tenga capacidad de propiciar inversiones, lo que se sustenta en un proyecto de renovación urbana ambicioso, coherente y abierto.

Fue el caso de Barcelona 1992, que inspiró el modelo olímpico de los Juegos posteriores y que parte de que los recursos aplicados a unos Juegos en realidad no son gasto sino inversión. Tras los Juegos van a redundar en mayor actividad, mayor PIB, mayor renta per cápita y más calidad de vida. Con ello también se obtendrán mayores ingresos, que compensarán con creces los recursos que las administraciones aportaron al evento.

El interés de unos Juegos y su impacto depende de las características de la ciudad organizadora y de la gestión que hagan el comité organizador y el ente que coordina las inversiones. Aunque en una ciudad “acabada” (Londres 2012; Tokio 2020; París 2024; Los Ángeles 2028) el impacto económico potencial será menor que en una ciudad “no acabada” (Barcelona 1992; Atenas 2004; Río de Janeiro 2016; Brisbane 2032).

Organizar unos Juegos es, ciertamente, una gran oportunidad y por ello también es un riesgo: unos JJ OO pueden resultar muy mal (por ejemplo, si se produce un atentado) o peor de lo esperable (por su escaso impacto).

Finalmente, señalemos que en el caso español unos Juegos Olímpicos de Invierno en Barcelona y el Pirineo tendrían mucho sentido y un impacto muy interesante, ya que muchas especialidades olímpicas de invierno son indoor (instalaciones en ciudades) y sería una ocasión para mejorar la conexión Barcelona–Pirineo y beneficiaría a la Cataluña interior. Los JJ OO de Invierno en Milán-Cortina de 2026 nos darán alguna pista sobre el interés de esta nueva oportunidad.


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