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Trabajar cansa
Columna
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Madrid, rompeolas de todos los cruceros

Me voy sintiendo que dejo la ciudad antes de su caída definitiva. Supongo que han visto esas extrañas siluetas en el horizonte: las grandes naves de turistas han llegado a Madrid, y esto será la puntilla

Íñigo Domínguez
Un grupo de turistas caminando por el centro de Madrid el pasado junio.Claudio Álvarez
Íñigo Domínguez

Hay una frase que a la presidenta de la Comunidad de Madrid le gusta mucho, la suelta cuando se pone épica. “Madrid, rompeolas de todas las Españas”, dicha como si esto fuera el Berlín libre, epicentro de la libertad mundial en medio de un páramo de dictadura. Además de usarla tan a lo tonto, es que no explica que es de Antonio Machado, escrita en 1936, con Madrid asediado por las tropas franquistas. Esto del mundo al revés cada vez es más cansado. Pero nos afecta a todos: quienes vivían compungidos y arrastrando su fatalidad, subsistiendo no se sabe con qué fuerzas en medio de un atroz golpe de Estado, ahora ven cómo se resuelve en un pispás lo del Consejo General del Poder Judicial ¡pactando con el puñetero tirano! Pasar de repente a ser tú también un golpista debe de ser terrible. Las conspiraciones te las crees o no te las crees, no se puede jugar así con los sentimientos de los demás.

Pero ha sido para bien. Piensen que en el multiverso hay un mundo paralelo donde siguen otros ocho años así, yendo a pedirle al Papa en 2032 que intervenga el Espíritu Santo. Al igual que habrá otro mundo paralelo, pero mejor no pensar en ello, en que el CGPJ se renovó hace cinco años sin más historias y uno se pregunta por qué no fue posible en la vida real. Ya, por qué, pero por favor que nadie intente explicármelo, que es peor. Personalmente me alegro, porque me estoy yendo de Madrid, donde llegué hace ocho años (con este CGPJ), y ya veía que me iba y ahí seguían los mismos. Lo interpreto como una de esas señales que te confirman que acaba una etapa y es hora de irse de los sitios. También cierra hoy el bar de cabecera de los pocos que resistimos en el barrio y se me ha roto la tarjeta del metro, guiños del azar. La resolución de este desafío institucional también ha coincidido con el desenlace de otros retos no menores: he conseguido dar de baja internet, y aunque al devolver los aparatos hice algo mal me lo perdonaron a cambio de hacer 10 flexiones, que hice allí mismo en la tienda animado por otros clientes. Lo peor de tantas gestiones es que tienes que aguantar esa manía de que todo el mundo quiere que luego los valores, y ya les digo que yo no valoro a nadie, me falta valor.

Me da pena irme de Madrid por los amigos, por no habernos visto más, por culpa mía pero también por ese efecto de la ciudad de liar a todo el mundo, como si quedar fuera tan complicado como el propio poder judicial. También me voy sintiendo que dejo la ciudad antes de su caída definitiva. Supongo que han visto esas extrañas siluetas en el horizonte: los cruceros han llegado a Madrid, y esto será la puntilla. Parecía imposible, porque en Madrid no hay mar, pero todos lo sospechábamos. Primero, porque todo es posible en la tierra de la libertad. Yo estaba seguro de que llegarían antes los cruceros que los carriles bici. Segundo, porque era la única explicación a esas riadas de turistas que se mueven en grupos formidables. Siempre pienso en parar a uno: ¿por qué van ustedes todos juntos, además sin conocerse?, ¿no podrían ir por separado, para asustarnos menos? Madrid ya es el rompeolas de todos los cruceros. No les niego que no me disgusta largarme de este circo y, en general, seguir de lejos nuestras tremebundas vicisitudes. A partir de ahora seguiré escribiendo esta columna desde Roma, donde supongo que estaré bastante entretenido, y espero entretenerles también, que al final es de lo que se trata.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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